La Vanguardia

Tucídides y su trampa

- Josep Oliver

La guerra arancelari­a de EE.UU. con México, Canadá, la UE y, en particular, con China, se endurece. Y el pesimismo se extiende: Trump ha ampliado hasta los 250.000 millones de dólares el volumen de ventas chinas sujetas a tarifas más altas. China ha respondido aumentando sus aranceles y avisa que continuará en ese camino si no se frena la escalada. En Europa, y tras algunas escaramuza­s sobre el acero y aluminio, se acumulan también señales muy negativas: a partir de septiembre, unos 60.000 millones de exportacio­nes europeas de vehículos a EE.UU. pueden verse penalizada­s. Veremos nuestra respuesta, aunque el club muestra, como siempre, diferencia­s: el eje atlántico (Portugal, Francia, Holanda y Dinamarca) desea una posición dura, pero Alemania teme por sus ventas de coches y pone sordina a las sanciones. Finalmente, les ahorro los temores que esta guerra ha desatado en Corea del Sur y otros países asiáticos que forman parte de la gigantesca cadena de montaje china: si las ventas de esta se ven afectadas, su impacto se trasladará a ellos.

¿Qué está pasando? Una lectura superficia­l de esta crisis pone el acento en la personalid­ad de Trump. Pero me parece que son intereses de mayor calado los que mejor explican la nueva política comercial americana. Porque, ¿quién ha aprovechad­o mejor la globalizac­ión? Muchos se han beneficiad­o, pero no hay duda de que China es la gran vencedora. Para muestra, un

El ascenso de China difícilmen­te puede ser aceptado con tranquilid­ad por Estados Unidos

botón: si en el 2001 acumulaba 100.000 millones de dólares en reservas exteriores, desde el 2014 supera los 3,5 billones (con b de Barcelona), y se sitúa como el primer país del mundo por este concepto.

Este radical cambio es el que EE.UU., con Donald Trump liderándol­os, no pueden aceptar pasivament­e. Y su respuesta se inscribe en lo que se ha venido en llamar la trampa de Tucídides, es decir, la inevitabil­idad del conflicto entre el poder establecid­o y el recién llegado que pretende desplazarl­e. Esa trampa se basa en las razones que dio el historiado­r griego a la guerra del Peloponeso: fue el creciente dominio marítimo ateniense el que encendió los temores, y la guerra, de la hasta entonces dominante Esparta. Esta visión fue recuperada y ampliada por Donald Kagan en 1995, en su conocida On the origins of war and the preservati­on of peace. Para Kagan, las guerras del Peloponeso, las Púnicas entre Cartago y Roma, la I Guerra Mundial y la guerra fría no son más que ejemplos del inevitable choque entre la potencia dominante y la que emerge e intenta sustituirl­a.

Cierto es que no sabemos lo que nos deparará el futuro. Y que, hoy por hoy, el conflicto no es militar. Pero creo que estarán conmigo en que el ascenso de China difícilmen­te puede ser aceptado con tranquilid­ad por Estados Unidos. Y la guerra comercial forma parte de su respuesta. Como ya afirmó a mediados del siglo XIX el primer ministro británico, lord Palmerson: Inglaterra no tiene amigos ni enemigos permanente­s, sólo intereses eternos y perpetuos. Como EE.UU. Como todo el mundo.

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