Si Robert De Niro los viese
Luke Leitch es el redactor jefe de 1843, el suplemento de moda de The Economist. (En un mundo donde cualquier cosa con más de diez años ya se considera tronada, reconforta que haya medios de comunicación que escojan su fecha de fundación –ciento setenta y cinco años ya– para remarcar su solera.) Leitch ha publicado ahora un reportaje sobre la llegada del calor y los problemas que acarrea a los hombres. En la vida social, muchos machos de la especie se ven obligados a relegar a los fines de semana los polos, los shorts y las sandalias. Porque, los días laborables, muchas empresas los obligan a seguir con manga larga, pantalones hasta el tobillo, calcetines y zapatos. En cambio, las mujeres tienen una gama mucho más amplia de posibilidades: “Faldas, vestidos maxi, tops y blusas son más prácticos y ofrecen ventilación y confort. Las mujeres pueden vestir seda, crepé y organdí, pero los hombres quedan relegados al algodón y el poliéster. Hay toda una industria dedicada a la exhibición de los pies femeninos, pero el pie masculino es un paria que casi nunca puede desenterrarse de su zapato”. Según Leitch, esta situación es totalmente
Si no les permiten los pantalones cortos, los taxistas de Vigo se pondrán falda
culpa de los hombres, del “despreciable patriarcado” que hace que la balanza entre ambos sexos se decante siempre a favor de los hombres, y eso incluye cobrar más por trabajos iguales pero, a cambio, no poder exponer parte del cuerpo porque su imagen queda debilitada. Con shorts y sandalias el poder de los hombres se infantiliza.
Recuerda los casos de los estudiantes ingleses y de los autobuseros franceses (hablamos de ellos aquí hace un año) que, en protesta porque no les permitían ir a la escuela y al trabajo con shorts, decidieron ponerse faldas. Leitch acaba con una invitación a la revuelta: “Este verano ofrece a los hombres la oportunidad de mostrar su solidaridad con las mujeres, y disfrutar de paso de una de las pocas ventajas que a ellas se les permite. Olvidaos de los pantalones cortos. El 2018 tiene que ser el año en que los hombres se pongan definitivamente faldas”.
Dudo de que los taxistas de Vigo lean The Economist, pero es como si obedecieran la consigna de Leitch. Esta semana han amenazado con ponerse faldas si la nueva ordenanza que está a punto de aprobarse no les permite los shorts. Es una ordenanza que intenta que vayan aseados, y evitar que sigan poniéndose al volante con camisetas de tirantes y chancletas, como si fueran a la playa en vez de ser un servicio público. Con este calor, el problema es que los obliguen a los pantalones largos. Si lo hacen, se pondrán faldas, que no están prohibidas. Eso, en Vigo. Pero ¿y en Barcelona? En mayo, el Institut Metropolità del Taxi aprobó una nueva normativa que también prohíbe los shorts. Pasado el periodo de exposición pública, a estas alturas ya se debería estar aplicando. Y, francamente, me sorprende que los taxistas barceloneses no amenacen con faldas. ¿Los de Vigo sí y los de aquí no? Me gustaría ver cómo se las ajustan cuando se ponen al volante y acto seguido sintonizan una de esas emisoras que tanto les gustan.