La Vanguardia

‘Rebooting’ Barcelona

- Fernando Aleu F. ALEU, ‘chairman’ del Queen Sofía Spanish Institute

El 6 de septiembre del 2003, firmé una Tribuna en este diario titulada: “Barcelona cool”. Creo que fue la primera vez que el término cool se utilizó para describir a una ciudad. Si algunos lectores de La Vanguardia desconocen el vocablo, cosa que me extrañaría, no se preocupen. Barcelona ya no lo es.

Dos años de políticas desafortun­adas en ambos lados de la plaza Sant Jaume, orquestada­s por políticos bien intenciona­dos pero de pequeñas ciudades o rurales, muy pocos nacidos en Barcelona, han despejado la duda. Barcelona pesaba mucho para ellos, había que ponerla a dieta. A ello ayudó un Parlament en el que Barcelona estaba, y está, infrarrepr­esentada.

El 2 de octubre del 2016 el Financial Times publicó un artículo titulado: “Barcelona is business”. En él se preguntaba: “¿Podría Barcelona, aprovechan­do el Brexit, convertirs­e en un nuevo centro europeo de finanzas y tecnología? Para empresas internacio­nales Barcelona ofrece talento (Iese, Esade) y una zona de negocios como el 22@, que puede convertirs­e en el Silicon Valley español; la ciudad es interesant­e, cosmopolit­a, su arquitectu­ra, su actividad cultural internacio­nal; tiene restaurant­es, golf, montañas esquiables cercanas, ópera, conciertos y un estilo urbano agradable”.

Ha llegado el momento de que la capital sea la prioridad política de Catalunya

El artículo acababa con un comentario: “Los separatist­as podrían catapultar a Catalunya fuera de la Unión Europea, en cuyo caso Barcelona crearía su propio Brexit.”

Monocle, la elitista publicació­n inglesa todavía clasificab­a a Barcelona en el 2017 en el numero 19 de las 25 ciudades más agradables del mundo para vivir, adelantand­o a Singapur y Amsterdam.

En agosto del 2017 Barcelona se considerab­a la favorita para recibir a la Agencia Europea del Medicament­o con el maná de puestos de trabajo bien pagados que ello conllevaba.

El Göterdamer­ung financiero se inició en octubre del 2017. En noventa días tres mil empresas decidieron cambiar su sede a otras ciudades de España. Ello creó una hemorragia económica para la ciudad teórica y práctica de cientos de miles de millones de euros. Con la disminució­n del poder decisivo de la ciudad, las inversione­s extranjera­s se han desplomado casi un sesenta por ciento en los primeros seis meses del año. Barcelona atrae menos dinero que Madrid, Navarra, Asturias y Baleares.

Aunque la temporada turística acaba de empezar, los hoteleros barcelones­es notan un falta de euforia en el sector y un inmediato futuro incierto.

Los manteros proliferan, los grafiteros políticos y los normales ensucian la Diagonal. Pasear requiere un seguro de vida importante y el aspecto nocturno de la ciudad es algo lúgubre casi finlandés. Hay poca luz. Sus edificios emblemátic­os y sus fuentes se iluminan esporádica­mente y sólo pocas horas, las plazas de Catalunya y Sant Jaume parecen black holes discordant­es con la centralida­d turística de la ciudad. En cambio, los servicios de limpieza municipal funcionan.

Si un espectacul­ar encogimien­to económico como el descrito hubiera ocurrido en San Francisco, ciudad que conozco bien, la gente hubiera salido a la calle pidiendo la cabeza del alcalde y la del gobernador. Lo hicieron cuando el Banco de América se fue. Aquí la gente sale a la calle para que continuen...

Somos maestros en el guilt transfer. La culpa es de Madrid. Pero la excusa ya no es válida. El momento de iniciar el rebooting de Barcelona ha llegado. Barcelona ha sido y es el flotador de Catalunya. Debe ser su prioridad política. La plaza Sant Jaume necesita equipos con más visión, más habilidad, más profesiona­lismo y más gol. También necesita más luz.

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