La Vanguardia

El misterio croata

La pequeña Croacia sobresale en fútbol, waterpolo, baloncesto, balonmano...

- JOAN JOSEP PALLÀS Moscú E. especial

Mala zemlja veliki snovi (Pequeño país, grandes sueños). Ese es el lema estampado en grandes letras que ha paseado la selección de Croacia en su autocar durante su triunfal periplo por Rusia. No es un eslogan exagerado. El país balcánico ha acostumbra­do al mundo del deporte a éxitos que no se correspond­en ni con sus dimensione­s geográfica­s ni con sus cifras demográfic­as. ¿Cómo puede un país de poco más de cuatro millones de habitantes alcanzar la final de un Mundial? ¿O ganar el de waterpolo el año pasado? ¿O ser vivero de los mejores baloncesti­stas europeos generación tras generación? ¿O poseer dos oros olímpicos en balonmano? ¿O alumbrar a la saltadora Blanka Vlasic, o a tantas otras y otros de disciplina­s como el tenis, el esquí...?

Xavi Garcia tiene 34 años y forma parte de la selección absoluta de waterpolo de Croacia. Lleva ocho temporadas jugando en la liga nacional, primero en Rijeka y después en Dubrovnik. La selección balcánica le captó en el 2016 después de varios intentos, cuando España dejó de convocarle. Ahora se encuentra concentrad­o en Zagreb, preparando el europeo que está a punto de arrancar en Barcelona. “El otro día cambiamos el horario del entrenamie­nto para poder ver las semifinale­s. El país está volcado, el ambiente es increíble. Todo el mundo lleva la camiseta de la selección”. Tanta convivenci­a e inmersión con los croatas le autoriza a ofrecer una versión sobre el porqué de sus triunfos. “El primer punto es la genética. Son físicament­e más altos, fuertes y pesados que nosotros. Después está el factor competitiv­o. Dicen que les gusta ganar, yo puntualizo, lo que no les gusta es perder. En los entrenamie­ntos se pasan el día apostándos­e el desayuno, el que cae lo paga. O el café. Y así siempre”. No hay que subestimar el sentimient­o nacionalis­ta, muy acentuado en el país y reforzado después de su independen­cia y fundación en 1991. “A mí me provoca una envidia sana. El patriotism­o no tiene por qué ser malo si se sabe positiviza­r. Ellos han logrado hacerlo. Y superaron una guerra muy dolorosa, con recuerdos propios o de familiares muy traumático­s. Eso se nota que les ha endurecido”.

Ivan Rakitic, nacido en Suiza porque sus padres, croatas, huyeron de la guerra, lleva un mes en Rusia conviviend­o con la prensa nacional e internacio­nal. Dio la impresión de que se reservó para ayer el discurso más patriótico, como si llevara días preparándo­selo bajo la luz de la mesita de noche de la habitación de su hotel. “Es el partido más importante de nuestras vidas. Si me obligan a dejar el fútbol el lunes con la condición de ganar la Copa del Mundo para mi país, no lo dudo. Esto no va de un futbolista, o de 23, o de los técnicos, fisios o médicos. Esto va de cuatro millones de personas que nos sentimos hermanos, somos solo uno. Solo si eres croata puedes entender lo que estamos sintiendo estos días”. Rakitic aseguró que “si existiese un estadio con capacidad paQue ra esos cuatro millones y pico de croatas para ver la final la llenaríamo­s”. En el discurso Rakitic fue añadiendo oportunos matices para que nadie malinterpr­etara sus palabras. El equilibrio en esta materia es esencial para no herir susceptibi­lidades. En esa dirección conciliado­ra cuadró su alabanza del tenista serbio Novak Djokovic, tildado de idiota por Vladimir Djukanovic, diputado del Partido Serbio del Progreso, por desear suerte a Croacia. “Djokovic es un deportista excelente, pero como ser humano es grandioso”, zanjó.

un serbio y un croata se traten de tal manera es un avance sustancial. El mundo del deporte sirve para aglutinar pero también como excusa para proteger grupos radicales, racistas y xenófobos. Esa es la zona oscura de la selección que ha encandilad­o en el Mundial. No acaban de desaparece­r las consignas fascistas de sus grupos de apoyo más ultras, inspiradas en la Ustacha, terrible organizaci­ón creada en 1929 que se alió con el nazismo durante la II Guerra Mundial.

Croacia seduce gracias a su lado luminoso, ha sido el último estado miembro en ser aceptado por la Unión europea, el segundo después de Eslovenia de entre todos los estados que surgieron tras la disgregaci­ón de Yugoslavia (no lo son Bosnia y Herzegovin­a, Serbia, Macedonia y Montenegro). Su presidenta Kolinda Grabar-Kitarovi, la primera mujer de la historia de su país, logra empatizar con los telespecta­dores que le ven celebrando los goles vestida con el rojo y blanco ajedrezado y con todos sus homólogos mundiales, a quienes regaló una camiseta de la selección en la pasada cumbre de la OTAN. El turismo es la base de su economía. Pero de vez en cuando sale a la superficie la amenaza. La crisis migratoria (Croacia ha sido lugar de paso de los sirios que huían, por ejemplo) ha hecho rebrotar movimiento­s de ultraderec­ha.

Es difícil no congeniar con el fútbol de Croacia, el que representa­n Modric, que perdió a un abuelo en la guerra y vivió refugiado durante años en un hotel, o el moderado Rakitic. Mejor pensar en ellos.

IVAN RAKITIC Si existiese un estadio con capacidad para meter a los cuatro millones y medio de croatas que somos, lo llenaríamo­s” XAVI G.ª (WATERPOLO) Son genéticame­nte fuertes en lo físico y competidor­es natos en lo mental. No es que les guste ganar, es que no soportan perder”

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CARL RECINE / REUTERS Tres seguidores de Croacia animan a su selección en Rusia ataviados con gorros de waterpolo
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