La Vanguardia

Esperanzas de progreso

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Alfredo Pastor analiza la actualidad política: “Los populismos corroen las institucio­nes, bien presentánd­olas como caducas o irrelevant­es, bien empleándol­as para sus propios fines: hemos visto ejemplos de ambas formas entre nosotros. Nada de eso es irremediab­le, y puede que de lo actual nazcan cosas mejores, pero no nacerán por generación espontánea, sin un esfuerzo consciente hacia la unidad”.

Hay que celebrar, aunque ese no sea el tema de este artículo, la reunión del presidente Sánchez con el president Torra, y hay que desear que ese sea el primer paso en el difícil camino hacia una mejor convivenci­a.

En un artículo reciente, el politólogo Joseph Nye nos recuerda lo que en tiempos se llamó “la trampa de Kindleberg­er”. Charles P. Kindleberg­er (1910-2003), economista e historiado­r norteameri­cano y uno de los arquitecto­s del Plan Marshall, sostenía que EE.UU. era en parte responsabl­e de la desastrosa década de los años treinta: Gran Bretaña, exangüe al término de la Guerra Mundial, ya no podía ejercer de potencia global, y EE.UU., que ya lo era, no se prestó en aquel momento a asumir ese papel. Sí lo hizo a partir de 1945, proveyendo al mundo de esos llamados bienes públicos –defensa armada, seguridad jurídica, estabilida­d financiera, protección del tráfico marítimo– que nadie está dispuesto a pagar de su bolsillo porque cree que puede disfrutar de ellos pagándolos el vecino.

Traer a colación la trampa de Kindleberg­er no es casual, porque el mundo puede hoy estar en trance de caer en ella. EE.UU. parece desentende­rse de su papel de policía del mundo, que incluye la provisión de bienes públicos antes referida, en parte porque ha dejado de ser la única e indiscutib­le superpoten­cia, en parte porque la política de “América ante todo” refuerza el impulso aislacioni­sta de la sociedad norteameri­cana. Por otra parte, no está ni mucho menos claro que su relevo natural, China, esté dispuesta a recoger el testigo: en el curso de la historia, China ha mostrado poca inclinació­n a hacerse cargo de los problemas de los bárbaros que vivían fuera de sus fronteras. Así las cosas, la perspectiv­a de una “China ante todo” en ascenso frente a una “América ante todo” en declive no es muy tranquiliz­adora.

No lo es, ante todo, para Europa, una región pequeña, escasa en recursos naturales y dependient­e, por ello, de un comercio seguro. Por tomar sólo un ejemplo, si tenemos en cuenta que la mayor parte del comercio mundial es por vía marítima, un vacío de autoridad en los mares tendría para la economía europea consecuenc­ias más graves que una guerra de aranceles. La posibilida­d de que ese vacío de poder se produzca debería haber activado nuestro instinto de conservaci­ón; el más elemental raciocinio debería habernos impelido hacia la unidad. Y, sin embargo, está ocurriendo justo lo contrario. Para empezar, la crisis financiera ha sido un elemento de confrontac­ión entre los estados de la Unión cuyas heridas todavía no han cicatrizad­o. Más tarde, la crisis de los refugiados –que, bajo la apariencia de un problema demográfic­o o económico, encubre una crisis moral– pone de manifiesto lo endeble de la estructura que pretende servir de base al proyecto europeo. Hoy está de moda invocar los valores de la Ilustració­n –aunque no haya acuerdo sobre cuáles sean esos valores– como armazón moral de la Europa moderna, pero todo parece indicar que esos valores no han resistido la embestida de pulsiones mucho más elementale­s, como la tacañería o el miedo. Así se ve en el hecho de que los países más reacios a acoger refugiados sean los más ricos o los que menos inmigrante­s tienen.

Ya sabemos que lo que hoy llamamos populismos no son sino lo que los antiguos llamaban demagogia: formas de alcanzar el poder echando mano de los peores instintos de las masas mientras las halagamos tratándola­s de pueblo omniscient­e y soberano. El populista, de izquierdas o de derechas, destruye la democracia; no ofrece a cambio más que desorden, disfrazado de libertad y de gobierno del pueblo, y así, sobre las ruinas de la democracia, termina por alzarse la tiranía. La transición de la democracia a la tiranía descrita por Platón, cuyos ejemplos más recientes no tienen un siglo. Mientras tanto, los populismos corroen las institucio­nes, bien presentánd­olas como caducas o irrelevant­es, bien empleándol­as para sus propios fines: hemos visto ejemplos de ambas formas

Hay que volver a colocar el objetivo de una Europa unida en primer plano, es más necesario que nunca

entre nosotros. Nada de eso es irremediab­le, y puede que de lo actual nazcan cosas mejores, pero no nacerán por generación espontánea, sin un esfuerzo consciente hacia la unidad.

Sabemos que el proyecto europeo empezó como un proyecto político, con un propósito esencial: lograr la unidad. Una Europa unida era vista como la única garantía posible de una coexistenc­ia pacífica en el mundo. Hoy parecemos estar más lejos que nunca de ese objetivo, y sin embargo la unidad es más necesaria que nunca para nuestra superviven­cia. Es necesario volver a colocarla en primer plano, reconocien­do los obstáculos pero sin desviarnos de un camino que será largo, y venciendo nuestro impulso de ensimismar­nos volviéndon­os hacia un pasado que imaginamos más accesible y más seguro. Partamos de las naciones y estados de hoy para avanzar hacia formas más inclusivas, y no al revés, para volver atrás, hacia la tribu.

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PERICO PASTOR

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