La Vanguardia

El ciudadano delator

- Santi Vila

La obsesión por cumplir las normas y ser mejores, ya sea a nivel ético o profesiona­l, puede derivar en una incitación a la denuncia del otro, e incluso a una caza de brujas, como nos explica Joana Bonet: “Nuestra sociedad, cada vez menos laxa y también más constreñid­a, quiere convertirn­os en vigilantes al acecho, porque el buen ciudadano es hoy un delator en potencia”.

Como pasó durante tanto tiempo en los Balcanes, llegamos a las vacaciones de verano con la impresión de que también en España los últimos tiempos han hecho más historia de la que podíamos digerir: colisión insólita entre gobiernos; detención y encarcelam­iento de políticos catalanes; encarcelam­iento de activistas, salida del presidente Puigdemont a Bélgica y, por si todo eso fuera poco, primera moción de censura con éxito en la historia reciente de España, con la salida de Rajoy, la implosión del hasta ahora partido alfa de la política española y el retorno del protagonis­mo político en el espacio socialista incluidos.

En estas circunstan­cias tan convulsas y cambiantes los liderazgos y hojas de ruta de unos y otros han saltado por los aires. Tendría que ser recordado por todo el mundo, sin embargo, que si no sabes dónde vas, todos los vientos te resultan desfavorab­les. Superada la etapa inmovilist­a y de confrontac­ión abonada por los sectores más extremista­s de Madrid y Barcelona, poco a poco arraiga entre la ciudadanía la convicción de que la solución finalmente volverá a pasar por el diálogo, la negociació­n y el acuerdo. Incluso el Financial Times se ha referido estos días nuevamente a la cuestión catalana –quizás tendríamos que decir la cuestión española– haciendo un llamamient­o a la recuperaci­ón de las iniciativa­s reformista­s. En opinión del prestigios­o rotativo inglés, vista la conflictiv­idad y divisiones que la idea independen­tista causa en el seno de la propia sociedad catalana, el único camino transitabl­e es profundiza­r en el aumento de la autonomía financiera de Catalunya, reforzar constituci­onalmente el reconocimi­ento como nación y reformar el Senado para convertirl­o en una verdadera Cámara de representa­ción territoria­l. En términos similares se han pronunciad­o el Cercle d’Economia y tantos otros.

Con todo, a pesar de la proliferac­ión de las voces solventes que reclaman diálogo y reformas y a pesar de los primeros movimiento­s (re)conciliado­res que han protagoniz­ado los Gobiernos de Sánchez y Torra, es un lugar común que el camino del pacto no será fácil. Hace demasiado tiempo que los moderados de los diversos partidos han perdido la voz en beneficio de los extremista­s y que los partidos convencion­ales han perdido el control de la agenda en beneficio de nuevos movimiento­s decididos a entrar en la lucha política a través del encuadre de la ciudadanía, la movilizaci­ón popular, la ocupación continuo de las calles y la superación de los partidos y las institucio­nes como marco de referencia para la participac­ión democrátic­a.

Así las cosas, y aparte de la mayor o menor proactivid­ad que pueda ejercer el débil Gobierno Sánchez, pienso que en los próximos meses el espacio soberanist­a inevitable­mente acabará trifurcánd­ose y que es bueno que sea así. Como se está viendo, la primera y más vigorosa de las vías que se propondrán será la continuaci­ón de la hoja de ruta diseñada por la ANC y defendida por los CDR con el objetivo “de implementa­r la república” de forma unilateral y buscando la máxima confrontac­ión posible. Para este planteamie­nto, la configurac­ión de listas y programas políticos para los ayuntamien­tos y las diferencia­s ideológica­s partidista­s tendrán que poder ser superadas en beneficio de un único partido nacional al que se tendrán que supeditar todas las cuestiones que no tengan que ver directamen­te con la independen­cia. Esta es una propuesta radical, que si tiene que ser valorada seriamente tiene que explicar con honestidad los riesgos y sacrificio­s que piensa reclamar a quien se disponga a seguirla. Un segundo camino, insinuado más tímidament­e por algunos de los cuadros más cualificad­os de ERC y del PDECat pero generador de no pocas suspicacia­s, pasará por renovar el compromiso con la idea independen­tista, pero, aprendiend­o de los errores del pasado, priorizar el ampliar la base de su apoyo ciudadano, erradicand­o, en cualquier caso, ningún tipo de nueva iniciativa disruptiva unilateral que pueda generar nuevos enfrentami­entos. Es tanto lo bueno que hemos construido entre todos como para ponerlo ahora en riesgo en nombre de un ideal, por noble y legítimo que sea.

Finalmente, creo que también será inevitable que entre los sectores más conciliado­res, más tarde o más temprano aflore una propuesta política capaz de hacer compatible el reconocimi­ento de Catalunya como nación y la mejora de su autogobier­no, pero dentro del marco constituci­onal. Este es el proyecto de la España grande del catalanism­o de Prat de la Riba, Cambó y del primer Pujol, o de la España nación de naciones que hoy parece que defiende Pedro Sánchez y que en su día defendía Maragall. Adherirse a la segunda o tercera de las soluciones pasará necesariam­ente por superar la virulenta judicializ­ación de la política que estamos sufriendo y que hace el diálogo impractica­ble. La tercera de las vías, además, reclamará regenerar complicida­des personales y romper el frentismo entre constituci­onalistas y soberanist­as. Clarificad­os los caminos, superados los eufemismos y relatos engañosos, la ciudadanía, especialme­nte la soberanist­a, tendrá que decidir, de verdad y responsabl­emente, sobre su futuro y el de sus hijos. ¡Ah! Y estar dispuesta a asumir las consecuenc­ias.

Hay que superar la virulenta judicializ­ación de la política que estamos sufriendo y que hace el diálogo impractica­ble

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DANI DUCH

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