La Vanguardia

La cumbre de la pelota

- Lluís Foix

Nunca en la larga historia de las cumbres entre Estados Unidos y Rusia se habían producido escenas en las que el presidente norteameri­cano no defendiera a sus propios servicios de inteligenc­ia y se fiara, en cambio, de las palabras del presidente de Rusia. Ni en los tiempos de Nixon y Brézhnev o Reagan y Gorbachov. En la cumbre de París de 1960 se suspendier­on las reuniones entre Eisenhower y Jruschov al confirmars­e que los soviéticos habían abatido un avión espía capturando a su piloto, que mantuviero­n como rehén. Eran los tiempos duros de la guerra fría, que fueron muy tensos hasta la caída del muro de Berlín y el colapso del comunismo y la Unión Soviética al comienzo de los años noventa.

Era impensable que cualquiera de las dos partes cediera en público ni un milímetro en sus posiciones. Eran cumbres muy preparadas, pensadas por académicos y consejeros, estudiadas hasta los detalles más insignific­antes por los servicios de inteligenc­ia, la diplomacia y la Casa Blanca. Se avanzaba en cuestiones de desarme o en temas puntuales sin mayor relieve, pero sin ceder nunca en la disputa ideológica, militar, política o económica de dos mundos enfrentado­s.

Afortunada­mente, aquellas barreras se han derribado y la Unión Soviética se ha convertido en la Federación Rusa después de haber otorgado la independen­cia a catorce nuevas repúblicas, entre ellas Ucrania y los tres países bálticos.

Rusia no perdonó a Gorbachov y tampoco a Eltsin por ser los protagonis­tas de la derrota soviética y el descenso de Rusia a la segunda división en la liga de las grandes potencias. Fue una humillació­n que ha dado paso al liderazgo de Vladímir Putin, que está devolviend­o a los rusos el orgullo nacional que han recuperado votándole masivament­e.

El encuentro de Helsinki ha producido el inesperado espectácul­o de que un presidente norteameri­cano tratara mejor a un oponente histórico que a sus viejos aliados en Europa y Canadá.

Trump pasó por Bruselas, riñó a los socios de la OTAN por no aportar más recursos y acabó calificand­o a los europeos como los mayores enemigos globales de Estados Unidos en cuestiones comerciale­s. A Justin Trudeau le calificó en Quebec de débil y deshonesto. A Angela Merkel, que dependía de Moscú por el gas y el petróleo que importa de Rusia, y a Theresa May le aconsejó que se querellara con la UE. Su paseo por las estancias del castillo de Windsor se interpretó como una zafiedad y un desprecio a la reina Isabel, a la que trató sin ninguna clase ni delicadeza.

Antes de reunirse con Putin la Alianza Atlántica había recibido una estocada de la que difícilmen­te se recuperará si no cambian los parámetros en Washington. Trump inventa las relaciones internacio­nales según sus criterios personales, como si fuera un gran empresario que con una conversaci­ón privada con Kim Jong Un, el tirano de Corea del Norte, piensa que llegará a un gran pacto para desnuclear­izar la península y construir grandes espacios para el turismo internacio­nal en sus playas solitarias. La frustració­n en Seúl y Tokio es grande porque la cumbre de Singapur fue un cínico ejercicio de relaciones públicas que no promete resultados ni a medio plazo.

Putin llegó a Helsinki con el aura de haber organizado muy bien el Mundial de Fútbol. Al final de la rueda de prensa conjunta entregó un balón a Trump, que este lanzó sobre su señora para que se lo diera a su hijo. Es sintomátic­o que los dos presidente­s se reunieran tres horas a solas con la única presencia de un intérprete por cada parte. No se sabe de qué hablaron. Ante la prensa sellaron una relación amistosa. Trump dijo que Putin no es un adversario sino un competidor y que las relaciones entre los dos países nunca habían estado peor, pero la situación había cambiado en las últimas cuatro horas.

Salió el tema de los doce rusos imputados por el fiscal especial Mueller por haber pirateado los servicios informátic­os del Partido Demócrata y Trump se refirió nuevamente a que el presidente entonces era Obama, sacó los correos electrónic­os de Hillary Clinton, los servidores y varias excusas más. La inteligenc­ia norteameri­cana es un desastre, dijo, ante los jefes de seguridad sentados en primera fila.

La frase definitiva fue cuando respondió que había preguntado a Putin si los servicios de inteligenc­ia rusos habían interferid­o en las elecciones norteameri­canas. Fue tal su convicción en la respuesta negativa que Trump la dio por buena. Insólito.

Putin, definitiva­mente, había ganado una cumbre que él no había solicitado. Rusia es un competidor y Europa es el mayor enemigo. Vienen tiempos nuevos pero inestables para todos, también para Estados Unidos, y muy especialme­nte para los europeos.

Según Trump, Rusia es un competidor y Europa, el mayor de los enemigos; empieza una nueva e incierta era

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CHRIS MCGRATH / GETTY

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