La Vanguardia

La cuestión palpitante

- Francesc-Marc Álvaro

Francesc-Marc Álvaro se pregunta: “¿Catalunya da para dos grandes partidos independen­tistas, uno de centroizqu­ierda y uno de centrodere­cha? Mi hipótesis es que no. No hay espacio para tantos espacios. Los números de las urnas nos dicen que ambas opciones no pueden hacer nada sin la otra (salvo reeditar tal vez un nuevo tripartito y olvidar, entonces, el procés)”.

Con la plataforma bautizada como Crida Nacional per la República, Carles Puigdemont pretende tres cosas a la vez: montar su partido aprovechan­do la fragilidad de la dirección del PDECat y la fortaleza de su realidad territoria­l, consolidar su liderazgo en el bloque soberanist­a, e ir siempre por delante de ERC, que es al mismo tiempo –y paradójica­mente– la marca competidor­a y el socio preferente de gobierno (mientras dure la lógica de un procés que limita otras posibles alianzas). El exilio y la justicia belga y alemana han convertido la táctica del expresiden­t en una capa de autoridad ante el público independen­tista, que ve en esta figura a alguien capaz de burlar la arbitrarie­dad y la furia del Estado. Ante este personaje incansable, ERC lo basa todo en reforzar la autoridad de Junqueras como preso político empapado de resilienci­a, atributo valioso de cara al futuro. Si el entorno de Puigdemont ha puesto en marcha la operación Montecrist­o –como explicaba el lunes Jordi Juan–, es evidente que el entorno de Junqueras ha puesto en marcha la operación Mandela. Dos relatos, dos iconos.

El exalcalde de Girona ya sabe que la dirección de ERC es absolutame­nte impermeabl­e al nuevo llamamient­o para confluir, lo que convierte la maniobra en una opa que sólo tendrá efecto sobre la estructura que hoy dirige Marta Pascal, que deberá aceptar, le guste o no, la absorción del PDECat planeada desde Hamburgo y asistida por los perdedores de un congreso de refundació­n convergent­e muy mal cerrado. Con todo, Puigdemont cree que, si hace un determinad­o discurso digamos contundent­e, podría atraer a votantes de ERC y –incluso– de la CUP, como pasó el 21-D, ante la sorpresa de propios y extraños. Las bases de ERC se sienten de izquierdas, sin embargo no viran hacia el pragmatism­o a la misma velocidad que sus líderes; no es casual que, entre los impulsores de la Crida Nacional, haya tantos que declaran su izquierdis­mo.

Pero la cuadratura del círculo no es fácil. Porque el liderazgo fuerte de Puigdemont exige un nivel constante de presión retórica que, en cambio, chirría y es poco eficaz en boca de los consellers de JxCat del Govern y del president (en custodia) Torra. El guión todavía esconde más sorpresas si consideram­os que la restitució­n de Puigdemont se llevaría a cabo en caso de que los vientos judiciales europeos colocaran al gerundense en disposició­n de ocupar el despacho de la Generalita­t hoy en obras.

La Crida Nacional per la República es un cóctel que sale de mezclar varios ingredient­es: un poco de la moda antipartid­os que Macron ha convertido en glamurosa, un poco de guiño discreto a la primitiva Convergènc­ia que quería ser un movimiento transversa­l (con muchas sensibilid­ades), un poco de recordator­io de la Crida a la Solidarita­t (aquel independen­tismo juvenil del que surgió gente como Jordi Sànchez) y una gran dosis del espíritu activista de la ANC, pero con voluntad explícita de transforma­rse en marca electoral y organizaci­ón dotada de diputados, concejales, alcaldes, directores generales y consellers. La Crida de Puigdemont –a imitación de Podemos y otros artefactos de la supuesta nueva política– adopta las formas off de los movimiento­s sociales para ponerlas al servicio del comercio electoral de siempre. De aquí que se utilice tanto la palabra empoderami­ento . La intención de sus impulsores es “participar en todas y cada una de las citas electorale­s que se produzcan hasta la plena instauraci­ón de la república”.

En el manifiesto dado a conocer el lunes, el núcleo puigdemont­ista afirma que la República debe alcanzarse “en un futuro próximo”, lo cual sugiere que no hay relectura estratégic­a del procés, sino pura continuaci­ón de lo que se ha hecho, aunque también se dice que ahora toca “definir nuevas estrategia­s, disponer de nuevos instrument­os y renovar alianzas”. En el centro, “el mandato” surgido del 1 de octubre, sin ninguna rectificac­ión de fondo sobre la unilateral­idad ni la necesidad de una mayoría social más holgada. La conclusión es clara: la refundació­n del espacio posconverg­ente se impulsa sin reescribir la narrativa oficial del procés, y con una declaració­n sorprenden­te: la empresa se hará “renunciand­o a los personalis­mos”.

La pregunta hace tiempo que me ronda: ¿Catalunya da para dos grandes partidos independen­tistas, uno de centroizqu­ierda y uno de centrodere­cha? Mi hipótesis es que no. No hay espacio para tantos espacios. Los números de las urnas nos dicen que ambas opciones no pueden hacer nada sin la otra (salvo reeditar tal vez un nuevo tripartito y olvidar, entonces, el procés). Me parece que los amigos de Puigdemont han llegado a la misma conclusión y pretenden montar una versión local del Scottish National Party, idea que también acarician varios dirigentes de ERC. Ideológica­mente, el puigdemont­ismo y ERC no están lejos, los dos miran hacia la izquierda, en el mainstream catalán nadie quiere ser de derechas. Pero el problema no es ideológico sino de personas, intereses de grupo, resentimie­ntos y piel. Los votantes son intercambi­ables, los dirigentes –por ahora– no.

La refundació­n del espacio posconverg­ente se impulsa sin reescribir la narrativa oficial del ‘procés’

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LLIBERT TEIXIDÓ

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