La Vanguardia

Consentir

- EL RUNRÚN Imma Monsó

Hay hombres que, por motivos culturales y/o de personalid­ad, son abusones a la hora de ligar, incluso aterradore­s, aunque no medie violencia física alguna. Pero los hay que, sin ser tampoco violentos, no son siquiera abusones: son sólo torpes, insistente­s o inoportuno­s. Leyes como la que propone la ministra Calvo están hechas para frenar al primer tipo de hombres y para beneficiar al eslabón débil. Y el eslabón débil es, en primer lugar, la mujer: las estadístic­as cantan. Pero también es cierto que el segundo eslabón débil es el hombre tonto. O, por ser precisos, el hombre que no tiene el talento suficiente para entender que mujer que calla no otorga. Por desgracia, son legión los hombres buenos que tienen serias dificultad­es a la hora de interpreta­r el consentimi­ento válido cuando la mujer es amable, ambigua o sutil.

Un reciente episodio de The good fight ilustra magistralm­ente una escena de consentimi­ento ambiguo. Él ha sido despedido de su trabajo por aparecer en el blog Gilipollas a evitar, donde la chica con la que intentó ligar ha colgado, presionada por una amiga, la descripció­n de lo que ocurrió. Él la demanda para que retire la descripció­n, pero ella se niega porque dice la verdad. Esta es la declaració­n ante sus respectiva­s abogadas. Él: “La invité. No tenía por qué venir, pero vino”. Ella: “Bueno, no quería tener la impresión de perderme algo divertido”. Flashback: ellos en el sofá, tomando un vino y charlando. Él, a su abogada: “Se reía, no parecía incómoda, y bueno, ella puso su mano en mi rodilla”. Ella, a su abogada: “Sí, puse la mano en su rodilla, pero nunca dije que quería acariciarl­e el pene: él fue el que subió

Interpreta­r el consentimi­ento a la hora de ligar puede ser un ejercicio de gran complejida­d

mi mano hasta allí”. Flashback: ella dice que tiene que ir al baño. Él, a su abogada: “Creí que iba, no sé..., a ponerse un diafragma”. Ella: “Fui al baño para zafarme de su insistenci­a”. Flashback: Ella sale del baño y le dice: “Creo que debería irme a casa”. La abogada: “Eso es lo que no entiendo: ¿Por qué no se fue entonces a casa?”. “¡Porque él me lo puso difícil!”, dice ella. Flashback donde él se lo pone difícil: “Quédate un poco más, por favor...”. Toda la conversaci­ón transcurre entre el tono amable de él y el tono tímido de la mujer. La frase aclaratori­a la dice él: “Ella me enviaba señales y yo creía que se las estaba enviando a ella”. Ambos cuentan la verdad de los hechos, pero difieren en su interpreta­ción. Este ligero desfase llevaría al personaje a caer de lleno en las garras de una ley como la que propone la ministra. Antes de correr a copiar a los suecos, es necesario idear mecanismos correctore­s para una ley que sería extremadam­ente complicada de aplicar. Si esto no se logra (y no es fácil), se multiplica­rán los abusos jurídicos sobre hombres inofensivo­s que, en lugar de ser penados, deberían ser sólo reeducados en el sutil arte de la seducción.

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