La Vanguardia

Traición clandestin­a

- Ignacio Martínez de Pisón

Ignacio Martínez de Pisón recuerda la relación de Gabriel León Trilla, fundador en 1920 del mismo PCE que, años después, ordenaría su propia muerte: “De vuelta de Moscú, Trilla se casó con Lydia Kúper y encontró trabajo en la enseñanza. ¿Se habría mantenido alejado de la política si los militares no se hubieran sublevado en julio de 1936? Segurament­e, pero pasó lo que pasó”.

Hace quince años viajé a Madrid para entrevista­r para el suplemento cultural de este periódico a la traductora Lydia Kúper, que, nonagenari­a ya, acababa de publicar una nueva versión en castellano de Guerra y paz. Nacida en la ciudad polaca de Lodz cuando todavía pertenecía a Rusia, su familia había emigrado después de la revolución y se había instalado en Vigo, donde un tío suyo ejercía como dentista. Después Lydia se mudó a Madrid para estudiar Filosofía y Letras y trabajar como profesora en un instituto. Con el estallido de la Guerra Civil, fue destinada a hacer de intérprete de varios de los consejeros militares enviados por Moscú. Esa era la etapa de su vida que más me interesaba, así que durante la entrevista le pedí que me contara sus peripecias y que me hablara de su relación con algunas de las más relevantes figuras del momento, como André Marty (el sanguinari­o organizado­r de las Brigadas Internacio­nales), el general Walter (en el que Hemingway se inspiró para crear un personaje de Por quién doblan las campanas) o Rodión Yákovlevic­h Malinovski (que llegaría a ser ministro de Defensa de la URSS). Nos centramos tanto en esos tres años de guerra que quedaron no pocas cosas en el tintero y luego me apenó no haberle preguntado más por otras facetas de su vida. Me habría gustado, por ejemplo, que me hablara más de sus casi veinte años de exilio en Rusia. Y sobre todo me habría gustado que me hablara de su primer marido, Gabriel León Trilla, pionero del comunismo en España y fundador del PCE en 1920.

La trágica historia de Gabriel León Trilla la contó Jorge Semprún en la década de los setenta y poco después la reconstruy­ó Gregorio Morán en Miseria y grandeza del Partido Comunista de España. Nacido en 1899, con veintiséis años fue nombrado secretario de agitación y propaganda del partido, del que su cuñado José Bullejos era el secretario general. Siete años después, tanto Trilla como Bullejos, opuestos a las directrice­s marcadas por la Internacio­nal Comunista, fueron destituido­s de sus cargos y expulsados del partido. Fue entonces cuando, de vuelta de Moscú, Trilla se casó con Lydia Kúper y encontró trabajo en la enseñanza. ¿Se habría mantenido alejado de la política si los militares no se hubieran sublevado en julio de 1936? Segurament­e, pero pasó lo que pasó y, tras ser readmitido en el PCE, Trilla marchó al frente como comisario político del ejército popular.

A partir de cierto momento, su vida se parece bastante a la de otros combatient­es de la época: derrota en la batalla del Ebro, huida a Francia, campos de concentrac­ión, colaboraci­ón con la resistenci­a... Su matrimonio con Lydia hacía tiempo que se había roto cuando se instaló en Aix-en-Provence en casa de una francesa llamada Jeanne Lazard. Allí fue donde le localizó el carismátic­o e imprevisib­le Jesús Monzón, líder comunista que estaba tratando de recomponer las estructura­s del partido en el interior. A sus cuarenta y tantos años, Trilla seguía siendo un hombre de acción y, aunque la oferta de colaboraci­ón de Monzón implicaba el regreso a la clandestin­idad y la posibilida­d muy cierta de acabar ante un pelotón de fusilamien­to, fue incapaz de resistirse. Organizó el maquis en el sector de Levante y, ya en octubre de 1944, colaboró en la incursión militar en el Valle de Arán, que acabó siendo una auténtica chapuza. La dirección del partido (con Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri a la cabeza) estaba enfrentada con Monzón. La responsabi­lidad de este en el fiasco del Valle de Arán fue la excusa que estaban esperando para liquidarle a él y a su grupo. En una atmósfera como aquella, en la que las purgas estalinist­as habían abaratado el valor de la vida humana, el verbo liquidar era con frecuencia sinónimo de matar. Ya que no iba a resultar sencillo atrapar al propio Monzón, que estaba dando tumbos por el interior de España, se dio la orden de asesinar a algunos de sus colaborado­res más cercanos. Uno de ellos fue Trilla. Le asignaron una supuesta misión en Madrid y, cuando llegó al lugar de la cita (un antiguo cementerio significat­ivamente llamado Campo de las Calaveras), dos sicarios le salieron al paso y acabaron con su vida a cuchillada­s. Era el 6 de septiembre de 1945.

El final de esta historia no se produce hasta mucho tiempo después, exactament­e hasta el mes de marzo del año 2007, cuando el historiado­r Carlos Fernández consigue reunir en la cafetería de un hotel de Madrid, junto a algunos parientes españoles de Gabriel León Trilla, a sus dos hijos: Aurora, nacida en Rusia de un matrimonio anterior a Lydia Kúper, y Alain, nacido en Francia de su relación con Jeanne Lazard. Ni los dos hermanos ni los otros familiares presentes se conocían entre ellos, y algunos siempre habían creído que Trilla, legendario luchador antifranqu­ista, había sido asesinado por la policía del régimen. Les costaba creer que hubiera caído víctima del fuego amigo, traicionad­o y asesinado por los suyos. Reunión del Partido Comunista de España en el exilio en 1945

Les costaba creer a los hijos de Gabriel León Trilla, fundador del PCE en 1920, que hubiera sido asesinado por los suyos

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