Israel, un cambio preocupante
EL Parlamento de Israel ha aprobado la controvertida ley Básica de la Nación Estado tras una ajustada votación (62 a favor, 55 en contra y dos abstenciones), colofón a un intenso debate en la Cámara. Semanas después de los actos conmemorativos del 70.º aniversario de la creación del Estado de Israel, el Gobierno de Beniamin Netanyahu ha logrado imponer un texto que refuerza sin muchos miramientos la ya incuestionable hegemonía de los ciudadanos judíos sobre los árabes israelíes, minoría que suma 1,8 millones de personas en un país con 9 millones de habitantes. Entre las modificaciones más relevantes figura la proclamación del hebreo como única lengua oficial mientras el árabe es degradado a “una categoría especial”, la declaración de Jerusalén como capital, la instauración del calendario hebreo, la cobertura definitiva a nuevos asentamientos y –por último, pero no menos importante– la consideración de que es Israel es la nación Estado del pueblo judio.
La Unión Europea considera este texto “preocupante” porque, entre otras consecuencias, complica aún más la fórmula –cada vez más remota– de los dos estados para terminar con el conflicto israelo-palestino, muy alejado a día de hoy de las prioridades de la agenda internacional. En parte porque si ha habido una administración estadounidense especialmente contraria a los intereses de los palestinos esa es la de Donald Trump, el más incondicional proisraelí inquilino de la Casa Blanca en décadas.
Más allá del factor palestino-israelí, la reforma transmite un alejamiento del espíritu fundacional del Estado de Israel en 1948, que siempre mantuvo el principio de respeto e igualdad de derechos para los árabes que habitaban allí con anterioridad a tan histórica fecha. Esa combinación de democracia y derechos civiles de los ciudadanos con independencia de su religión conformaron la grandeza de Israel –y su singularidad en la región, dominada aún hoy por autoritarismos–, gracias a la cual sobrevivió al hostigamiento y las agresiones militares de los vecinos. El sello progresista y laico de Israel, uno de los países más fecundos en el plano de la ciencia, el progreso tecnológico o la literatura, queda perjudicado por esta ley que perfila una división entre israelíes de primera y de segunda. Han sido muchas las voces en la oposición, los medios y la intelectualidad de Israel que han criticado con severidad los cambios, hecho que confirma el vigor de la democracia en este país mediterráneo. Este espíritu puede contribuir en el futuro a disipar el temor de que los israelíes de origen árabe puedan ser marginados en su propia tierra.