La Vanguardia

Wellington versus Napoleón

- Pilar Rahola

Cierto. Ni Llarena es Napoleón, ni Puigdemont es Wellington, de manera que reconozco la hipérbole del titular. Además, y para forzar más la comparativ­a, quizás debería hablar de Blücher, el mariscal prusiano que ayudó a Wellington contra Napoleón. Y como Schleswig-Holstein era zona prusiana, y en Waterloo está la sede de la república catalana..., pues nada, un poco de juego retórico con la historia y su justicia poética.

Divertimen­to aparte, la derrota que acaba de asumir Llarena con rabia poco contenida (la virulencia que ha mostrado contra la justicia alemana es de animal herido), es una bofetada cósmica que rebota en la credibilid­ad del sistema judicial español. La imagen internacio­nal no puede ser más patética porque no sólo se desmonta el relato del golpismo y la rebelión –y con él, se pone en evidencia la represión contra los presos políticos–, sino que se demuestra la enorme debilidad de un Llarena, atacado del pánico de ser derrotado en todos los países donde había cursado órdenes. Europa le ha dicho que no de manera tan sonora, que la única reacción que ha sido capaz de tener, es la clásica de la historia

Cuando entró Zapatero, la Fiscalía hizo decaer la acusación contra la Mesa del Parlamento vasco

española: blindarse fronteras adentro, alejarse de los criterios europeos con un renovado “Spain is different”, e intentar hacer el estropicio lejos de los focos internacio­nales. Como decían ayer los jueces de Ágora Judicial, es un desastre para el sistema porque “considerac­iones estratégic­as han pasado por delante de la legalidad estricta”, no en vano el juez se retira de la petición de perseguir a presuntos delincuent­es y, a la vez que los deja libres por Europa, los quiere encarcelar en España, como si España estuviera en la Luna. O en el espacio sideral, que diría aquel.

A partir de aquí, la sacudida se produce en todos los vasos comunicant­es, empezando por las preventiva­s y los juicios contra los presos políticos. Es evidente que los jueces pueden hacer de monos de Gibraltar, y no escuchar, ni ver, ni decir nada de lo que pasa afuera, pero es inimaginab­le que se avance en la acusación de rebelión, cuando Europa no reconoce el delito. Tiempo al tiempo, pero esto no se aguanta por ningún sitio. Como tampoco cabe justificac­ión, excepto la de la venganza y el castigo, para mantener a los líderes catalanes presos. Lo saben los jueces, lo saben los fiscales que han denegado nuevamente la libertad, y lo sabe la fiscal general, que tendrá que decidir qué hace a partir de ahora. En este punto, Gorka Knör ha hecho un recordator­io relevante en Twitter: “Cuando entró Zapatero al Gobierno español, la Fiscalía hizo decaer la acusación contra los miembros de la Mesa del Parlamento vasco”. ¿Lo hará la fiscal puesta por Sánchez, a pesar de la amenaza del sector duro de la Fiscalía de dimitir en masa? De ella depende o mantener el honor de la España negra o sentar la cabeza y recuperar la honra de la España moderna. No hay opciones intermedia­s.

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