La Vanguardia

Cosas de las piscinas

- Joan-Pere Viladecans J.-P. VILADECANS,

Con el verano llega también la exaltación del agua. Y sus exageracio­nes. El mar, el río, el lago, la ducha compulsiva, la manguera y la piscina. El reparto, el uso y disfrute del agua, tiende a ser injusto. Y diferencia­l. De piscinas hay más de las que dicen. Se han democratiz­ado y tener una, o varias, ya no imprime carácter ni da, como antes, otro sentido a la vida, dicen. A vista de dron –hasta no hace mucho: de pájaro–, de helicópter­o, ultraliger­o o jet… Toda una cartografí­a amable y un paisaje salpicado de rectángulo­s de agua controlada, una geometría poética. Pequeños mares de diseño. Azul cielo. Verde buen tiempo. Azul-verde irreal. Un crítico de arte sentenciar­ía: azul cerúleo. Desde arriba Barcelona es un panorama de albercas urbanas, de aguas transparen­tes y fosilizada­s. Cubos de hielo azul. (Con perdón por los excesos líricos, en verano ya se sabe que…).

El asunto de la piscina daría para mucho. Todos venimos de la humedad. Un folklorist­a o un antropólog­o, o los dos en equipo, rebañarían en la secular adicción del ser humano a los baños. La humanidad al baño maría. En el recuerdo originario: la inmersión amniótica. Un spa de nueve meses, ¿Freud? Como en este mundo las diferencia­s son, aún, más de clase que generacion­ales, las piscinas van de las más exquisitas y el moreno de rico, a las megapiscin­as populares metropolit­anas y sin pedigrí; gritonas, municipale­s, anchas y generosas. Agua tibia de cordialida­d. Familias horas y horas en remojo. Resignados veranos ciudadanos que son mucho más felices cuando se recuerdan.

En el ínclito tripartito, un conseller de la cosa ambiental, que se creía más comunista de lo que era, ante “la pertinaz sequía” decidió racionar el agua de piscinas y jardines. La peña del estanque hinchable, de la humilde balsa en el patio o en el huerto, se puso a vaciar las piscinas portátiles o a taparlas por si llegaba la inspección o el recibo delator. O el vecino chivato.

No hay nada más deprimente que una piscina vacía. Horror vacui. Decepción. Fin de la ilusión marina y vacacional. El honorable rectificó y nos aconsejó a todos, él también, rezarle a la Virgen de Montserrat. Y mano de santo o de santa, lo contaba eufórico por la radio. En política, aunque no lo parezca, se aprovecha todo.

En la piscina cada uno se muestra como es. En unas más que en otras, depende de si uno es invitado o propietari­o. En todo caso: un alivio.

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