Fabre: “Soy pro Bélgica”
El creador flamenco lleva al Lliure la irónica y federalista ‘Belgian rules’
El crecimiento de la extrema derecha y el nacionalismo en Bélgica ha llevado a uno de los creadores más internacionales del país, el flamenco Jan Fabre (Amberes, 1958), a construir una irónica y divertida parábola teatral. Una declaración crítica de amor a Bélgica, a la surrealista identidad belga. Un montaje titulado Belgian rules/Belgium rules –un juego de palabras que significa algo así como “leyes belgas, Bélgica gobierna”– con 15 artistas que lo mismo celebran en escena la gran afición del país por los carnavales, que dan vida a potentes imágenes de la gran tradición pictórica del país, desde Van Eyck al surrealista Magritte. Una celebración de la vida en la que se mezclan teatro, danza, música y artes visuales que es también un examen del país. Y que, con sus casi cuatro horas de duración, aterriza hoy y mañana en el Teatre Lliure de Montjuïc dentro del festival Grec.
“Amo a mi país y este espectáculo es una declaración de amor crítica a él. He tenido la pieza en la cabeza un par de años porque hay un fuerte movimiento en Flandes, nacionalista, que quiere romper el país. Y yo soy pro Bélgica”, señala Fabre. Y alguna agresión le ha costado. Recuerda que creó hace 15 años una instalación artística permanente en el Palacio Real de Bruselas y fue “atacado por la extrema derecha flamenca por ese trabajo. Viví durante seis meses en cinco lugares distintos para que no me pegaran. En mi país crear estas piezas es casi una declaración política”, destaca. Sí lograron agredirle físicamente hace dos años, recuerda, cuando realizó un filme de sus performances.
“Somos un pequeño país surrealista. Tenemos una parte flamenca, otra valona, otra pequeña alemana y, además, Bruselas, y todas tienen ministros y presidentes, televisiones, radios... debemos ser el Estado pequeño con más ministros en el mundo. Kafka. Pero a la vez estas comunidades crean el sabor especial de ser belga, y eso es bello”, señala. El título de la obra, explica, “viene de que tenemos leyes locas, increíbles, absurdas, pero a la vez es también irónico, porque hemos estado casi siempre ocupados: por los españoles, los franceses, los holandeses, los alemanes... así que Bélgica no ha gobernado casi nunca, excepto en nuestro pasado en el Congo, que es criticado en la pieza”.
Que la obra se estructure a través de muchos pintores importantes en la historia de su país es, dice, natural, porque allí la pintura siempre fue un instrumento de gran subversión. “Ya desde el siglo XIV ves en ella una reacción irónica al poder que intenta aplastar a la gente. En Van Eyck, en El Bosco, en Van Dyck. Ves dentro la ironía, el humor, la subversión”. Una tradición que se repite en su carnaval, “haciendo bromas del rey y los políticos, la gente tomando el poder y poniendo el mundo al revés”.
Un mundo revuelto. El auge de movimientos radicales, dice, se da en toda Europa. “Siempre nos olvidamos de que Europa lleva 70 años de paz y es clave mantenerla. Sabemos lo que el nacionalismo y la extrema derecha nos traerán”, advierte. Pese a todo, afirma que la relación entre flamencos y valones en su país es “fantástica” y que el problema son algunos políticos ruidosos. De hecho, asegura que en Bélgica nunca habrían tenido las cargas contra la gente del 1-O: “Lo bello de Bélgica es el típico acuerdo belga. Desde hace 170 años todo son acuerdos, siempre estamos en la mesa, discutiendo, una y otra vez. Es absurdo, pero bello. Hasta encontrar una solución. ¡Jodido bello país!”.
La obra une en escena la subversión que rezuman la gran tradición pictórica belga y sus carnavales