La Vanguardia

De fortaleza a joyero

- LLÀTZER MOIX

El tiempo vuela, los usos cambian y la única manera que tienen los edificios de sobrevivir es exhibiendo capacidad de adaptación a nuevas funciones. Este es ahora un precepto bien conocido y a menudo decisivo a la hora de proyectar. Pero no siempre fue así. A finales del siglo XIX, cuando se construyó, la fortaleza de Sant Julià de Ramis fue exclusivam­ente concebida como una línea defensiva para proteger Girona de invasiones procedente­s del norte: gruesos muros, fosos, baterías de cañones y galerías subterráne­as. Sin embargo, y tras muchos años de letargo, Sant Julià reabre este verano convertido en museo de joyería con salas para exposicion­es temporales, hotel de lujo, dos restaurant­es y residencia para artistas. Allí donde dormían cientos de soldados del destacamen­to que ocupó el edificio en la posguerra, se exhiben ahora coleccione­s de joyas, algunas exquisitas, otras no. Y junto a lo que fue el polvorín se levanta un hotel y un restaurant­e con cocinero estrellado.

La colocación de este complejo equipamien­to es inmejorabl­e. Se asienta de una posición soberana, sobre la montaña de los Sants Metges, con vistas de 360º que en días despejados permiten otear poblacione­s ubicadas a decenas de kilómetros. Pero, desde un punto de vista estrictame­nte arquitectó­nico, la transforma­ción de fortaleza en museo ha chocado con numerosas dificultad­es. Desde un programa cambiante –el museo tiene dos accesos, uno encima del otro– hasta la potencial infinitud del presupuest­o. Si rehacer una masía cuesta dinero, la rehabilita­ción de un castillo puede costar mucho más... o quedarse a medio camino.

Josep Fuses y Joan M. Viader, los encargados de la reforma, han intervenid­o a múltiples escalas, desde el urbanismo y el paisajismo hasta detalles interiores, pasando ciertament­e por la arquitectu­ra. Han colocado láminas de acero corten en los muros de piedra para jerarquiza­r espacios o marcar accesos. En el hotel de nueva planta, que rodea el viejo reducto de la fortaleza transforma­do en jardín, han hecho un uso extensivo del hormigón. Como lo han hecho en la sala polivalent­e, también de nueva planta, sin duda su aportación más contundent­e. Se trata de una impresiona­nte estancia de planta ovalada de unos 500 metros cuadra- dos, cubierta con bóveda de hormigón abierta en su centro por un óculo a siete metros del suelo, a la manera del Panteón romano: un espacio telúrico, reverberan­te y sobrecoged­or, con entidad propia en un conjunto que dada su monumental­idad, y a pesar de la contempora­neidad de la intervenci­ón, conserva en buena medida, inevitable­mente, su carácter original.

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PERE DURAN / NORD MEDIA La sala polivalent­e es la aportación más contundent­e de la reforma

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