Nuevo choque de trenes
Las victorias casi simultáneas de Pablo Casado al frente de los populares y Carles Puigdemont en la reciente asamblea del PDECat suponen de alguna forma, en opinión de Fernando Ónega, el retorno a la política de choque de trenes: “La palabra
diálogo es utilizada por los maquinistas catalanes, pero sólo para acordar la independencia en un plazo algo más largo, y no figura entre los conceptos utilizados por el maquinista del Partido Popular”.
Si algún día llega a gobernar Pablo Casado, y llegará, estará obligado a ejecutar el decálogo que presentó el sábado. Y digo ejecutar en su doble sentido: ponerlo en práctica o ajusticiarlo. Y, como corresponde al Partido Popular, en ese decálogo figura muy destacada la unidad de España con todos los métodos para garantizarla, que habían sido citados en discursos o declaraciones anteriores: parar los pies a Torra, reformar el Código Penal para que vuelva a ser delito convocar un referéndum ilegal y abrir un debate sobre la ilegalización de partidos independentistas. Es decir, dureza y vía judicial a tope. Rajoy era un pusilánime y un centrista al lado de su brillante sucesor. Y con ese objetivo en su programa, Pablo Casado pasó por encima de Cospedal en primera instancia, derrotó a Sáenz de Santamaría en segunda y se cargó al marianismo en la interpretación política posterior.
El hecho coincidió temporal y políticamente con la victoria de Puigdemont en el PDECat frente al posibilismo de Marta Pascal. Volviendo al viejo, pero vigente lenguaje, fue como si dos poderosos trenes volviesen a la estación de salida, se cargasen de ideología y se pusieran nuevamente en marcha, dispuestos a un choque espectacular. La palabra diálogo es utilizada por los maquinistas catalanes, pero sólo para acordar la independencia en un plazo algo más largo, y no figura entre los conceptos utilizados por el maquinista del Partido Popular.
Ambos maquinistas, de todos modos, deberían saber algo y lo saben. Tanto para la ensoñación de la república como para su demonización se necesita algo más que voluntad o firmeza: se necesita pueblo. Puigdemont será democráticamente imparable el día que le siga o le empuje una mayoría indiscutible. Lo mismo cabe decir de Pablo Casado. Por eso creo que la meta de un futuro jefe del Gobierno español debería ser otra: debería ser la que hiciera posible, también de forma indiscutible, que haya más catalanes que quieran seguir en España que catalanes que quieran separarse. Piense, por ello, el brillante vencedor del PP y futuro gobernante, si el mejor camino para conseguirlo es ilegalizar partidos o endurecer el Código Penal.