Un catalán en Madrid (extracto)
Apartir de este momento [cuando es elegido diputado en Cortes por Girona, en 1977] su geografía cambió y el eje València-BarcelonaMaià dejó paso al de Madrid-Barcelona-Maià. Ernest trasladó a su familia a un piso de la avenida del Coll del Portell, por encima de Travessera de Dalt, y él iba y venía de la capital española, donde la vida de diputado era mucho menos glamurosa de lo qué podía parecer. Los socialistas catalanes tenían un par de pisos pagados por el grupo.
Queda para la anécdota, pero también dibuja la situación, que los diputados se lavaban ellos mismos las camisas, acostumbraban a cenar tarde en un bar próximo y compraban la Guía del Ocio, pero casi no tenían tiempo para utilizarla. En uno de los pisos, Ernest ocupaba la habitación individual que en otro momento tuvo como destinataria a la criada, cerca de la cocina. Era una manera bien precaria de reconocerle unos galones. En más de una ocasión algún amigo suyo quedó aterrado cuando lo invitó a cenar y le ofreció un arroz demasiado hecho preparado en una gran olla, como el rancho de una cantina.
El día que la esposa de Eugeni Giral y futura diputada, Anna Balletbò, fue a visitar el piso la recibió Ernest “en calzoncillos con la mano tapándose por delante”. El paisaje era desolador. “El baño no tenía pestillo y la puerta no cerraba. Una parte del enladrillado había caído y los círculos de ‘grifit’ saludaban al visitante. La nevera vacía con restos putrefactos. El panorama era totalmente disuasorio”.
La capital era un mismo país, pero no una misma realidad. Lluch iba, sin embargo, con voluntad y expectativas y en general consideraba que en Madrid se aceptaba el hecho catalán. Aunque considerara que “los castellanos tienen una cierta tendencia a creer que España es homogénea” y él consideraba, claro está, que no era. Había incluso diferencias en el trato, que a Lluch por el paso por la Complutense y la relación con los políticos como Barón no le venían de nuevo, pero no se acostumbraba.
(...) En las relaciones políticas con el dúo dirigente del socialismo español, Felipe y Alfonso, se soltó sin problemas. De hecho, volvió deslumbrado de Madrid, sobre todo después de tratar más a fondo a González, a quien conocía desde principios de los años setenta. Pronto se dijo que Lluch sólo había estado enamorado de tres personas —Estapé, Bramon y Felipe–. Decía de este último que con explicarle una cuestión de manera fugaz antes de entrar en las Cortes, tenía bastante para construir un discurso.
Llegó a decir del secretario general socialista que era “casi como Sraffa”. Definirlo así, como al economista turinés fundador de la escuela neorricardiana de la economía, a quien tenía como referente, no era poca cosa. No importaba que el sevillano fuera abogado y no economista, de lo que se trataba era de transmitir que con aquella figura el socialismo podía hacer cosas y que desde Catalunya podía haber entendimiento.
La fascinación que Felipe ejerció sobre Ernest no era tampoco particular. González destilaba un magnetismo que hacía que cuando aparecía todo el mundo quisiera hacer las cosas bien. El discurso exultante de Lluch, a la vez, reforzó la apuesta por la unificación del socialismo catalán. Dejaba claro que aquel PSOE no era viejo, sino que lo formaban personas potentes con las que se podría trabajar y que el pacto funcionaría.
En este contexto de buenas voluntades, el PSC-C pidió constituir un grupo propio que se reguló de manera provisional, a la espera de que los estatutos del nuevo partido definieran la actividad parlamentaria. El reglamento que las Cortes, a propuesta del PSOE, aprobaron determinaba que hicieran falta un mínimo de 15 diputados para solicitar el grupo —los que tenía la coalición Socialistes de Catalunya. El acuerdo con el socialismo español era que habría “disciplina común, de voz, acción y voto”, a la que se llegaría después de reuniones conjuntas previas de los respectivos comités permanentes.
Los dirigentes sevillanos no creían en el grupo propio catalán, pero accedieron después de superar no pocas discrepancias internas. No había más remedio si se quería consolidar el pacto del PSOE con los socialistas catalanes.