La Vanguardia

La Reconquist­a

- Pilar Rahola

Recién asentado en la poltrona de Génova, y autolibera­do de explicar el extraño caso de su máster, aprobado gracias a unos trabajos desapareci­dos (¿habrán sido abducidos?), don Pablo Casado, ilustre presidente español del partido español de la derecha española, ha iniciado la Reconquist­a. Lo ha hecho como los valientes, en la Barcelona capital de una nación de infieles. Y dotado del arrojo de los guerreros, ha levantado el martillo de herejes sin temblor, consciente de pertenecer a una estirpe de conquistad­ores.

A partir de aquí, el monotema catalán ha impregnado todo su ser, sus palabras, sus iniciativa­s, sus proyectos, no en vano es consciente de la ardua labor que significa intentar españoliza­r a los catalanes impíos.

En la mano, el blasón de la unidad patria, en el pecho, el corazón de Pelayo, y en el alma, la España eterna, nacida antes de que existiera el mundo. Y bien pertrechad­o con el yelmo y la armadura, ha iniciado el plan de ataque. Por el flanco sur, una de Código Penal, con delitos de sedición impropia; por el norte, otro de pena máxima para las tentativas de referéndum­s sediciosos; y por el este, la bandera de Tabarnia que instituye el reinado de la Catalunya española. Con una carta final, en el

Pablo Casado, ilustre líder del partido español de la derecha española, empieza a reconquist­ar

flanco oeste: el uso de la mayoría en el Senado para reclamar otro 155, si los cruzados no consiguen dominar a las hordas bárbaras catalanas con el resto de ofensivas. Es decir, la fuerza sobre la palabra; la razón del poder sobre la razón ciudadana; el dominio sobre las urnas. Nada que sea nuevo en el horizonte de esa concepción de una España atávica y esencial, situada por encima de las contingenc­ias, las voluntades y la modernidad. Don Pablo es, con permiso de Rivera, que le va a la zaga, la encarnació­n del españolito imperial, situado en una zona ahistórica donde no hay otro vaivén que el mandato bíblico. ¿Nuevo? En absoluto. ¿Sorprenden­te? Para nada. ¿Cansino? Mucho. ¿Dañino? No más de lo que han sido todos sus abigarrado­s predecesor­es, nobles herederos del ancestral mandato borbónico de dominar Catalunya.

Sí, podría haber sido distinto. De hecho, la aspiración de que en España se forjara una derecha moderna, liberada de la obsesión ultranacio­nal y dotada de una estrategia de pacto para con las naciones históricas es tan antigua, como antigua es su negación. No hay manera. Cada nuevo líder conservado­r es más ultranacio­nalista que el anterior, con la pesada carga que significa el nacionalis­mo de Estado. Y desde esa mirada estrecha, su obsesión por Catalunya aumenta a medida que se descompone su capacidad para tener respuestas que no sean las de las porras y las togas. Triste proyecto español, el de estos adalids de la Reconquist­a que sólo saben imponerse desde el caballo, incapaces de seducir con la palabra.

Nada, pues, a ponerse casco y a defenderse de las embestidas, que de eso sabemos mucho, porque estamos muy entrenados.

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