Enemigo en paradero desconocido
Bueno Latorre cometió cuatro asesinatos y desde 1984 nadie ha sabido nada de él
Despuntaba el verano de 1970 cuando la policía detuvo a un chaval de 16 años por robar. Se iniciaba así una de las carreras criminales más sangrientas de los bajos fondos españoles, la de Rafael Bueno Latorre; asesino, atracador y escapista, del que nada se sabe desde 1984, cuando se produjo su última fuga de la cárcel de Alcalá Meco. Por lo menos cuatro muertes llevan su sello.
Bueno Latorre nació en Utrera (Sevilla) el 26 de mayo de 1954, pero su familia emigró a Santa Coloma de Gramenet siendo él un niño. En el colegio mostró aptitudes para el dibujo, pero como otros tantos chicos del suburbio se decantó por el delito. Empezó con tirones y pequeños robos, por lo que fue a un reformatorio, del que puso pies en polvorosa en 48 horas. A los 18 ya ingresó en la Modelo. También pasó por Carabanchel, de donde se fugó; según cuentan Jesús Duva y Ángel Kolodro en su libro Fugitivos (Temas de Hoy, 1994). La capital de su banda fue Santa Coloma de Gramenet y capitaneó un grupo de atracadores que no le hacían ascos a las armas de fuego, pero poco a poco todos fueron cayendo, incluso él. En 1983 estaba ingresado en el penal de Burgos, pero había trazado un plan para evadirse. El 12 de octubre se clavó unas tijeras en el estómago y le llevaron al hospital. Varios de sus cómplices se disfrazaron de médicos y se abrieron paso a tiros en el centro sanitario matando a los dos policías que le custodiaban.
El baño de sangre no acabó aquí. De vuelta a Catalunya, su banda secuestró a dos delincuentes de poca monta, que creían que les habían traicionado; los llevaron a un paraje rural cerca de Orrius, les hicieron cavar su propia tumba y les descerrajaron sendos tiros en la cabeza.
La policía encontró a Bueno Latorre y los suyos en Santa Coloma. Disfrazado con una peluca estaba paseando con un compañero cuando le abordaron dos inspectores. Los malhechores echaron mano de sus armas, pero otro agente que estaba detrás les empujó y los tiró al suelo, donde se produjo un duro forcejeo para reducirlos.
Esta vez le llevaron a la prisión de Alcalá Meco, que estaba considerada de alta seguridad. El 20 de abril de 1984, con otros dos reclusos, protagonizó una nueva escapada: esculpieron pastillas de jabón como si fueran pistolas y las untaron con betún. Luego amenazaron a los funcionarios, les quitaron sus uniformes y así vestidos abandonaron la penitenciaría.
Desde ese momento nadie le ha vuelto a ver, y estamos hablando de 1984. Hay quien dice que se unió a los gángsters de Marsella; otros aseguran que fue al contrario, que se enfrentó con ellos, lo mataron y fue arrojado a un paraje ignoto, pero aún es uno de los enemigos públicos número 1, aunque en paradero desconocido.