La balsámica fidelidad
Misión: Imposible. Fallout
Dirección: Christopher McQuarrie
Intérpretes: Tom Cruise, Henry Cavill, Ving Rhames, Rebecca Ferguson, Simon Pegg
Producción: EE.UU., 2018. Duración: 147 minutos. Thriller
En 1996, Brian De Palma, que ya había deslumbrado con la versión cinematográfica de Los intocables, repitió la jugada con Misión: Imposible, logrando dos cosas importantes: 1) la mejor action movie de la década, y 2) que los fans de la serie no se sulfuraran ante el sabotaje perpetrado por los guionistas al convertir al grupo protagonista en una patulea de traidores, con el jefe Jim Phelps (Peter Graves en la pequeña pantalla, Jon Voight en la grande) en cabeza; únicamente el héroe Ethan Hunt (Tom Cruise) y su escudero y as de la alta tecnología Luther (Ving Rhames) permanecerían, y siguen permaneciendo, en la idealista atalaya de los viejos espías catódicos. Curiosamente, en los veintidós años transcurridos desde aquel hito, la fidelidad perdida ha ido recomponiéndose hasta constituirse de nuevo en la base más sólida de la saga: el equipo de Hunt ya está tan cohesionado hoy como lo ideara Bruce Geller, el creador de la serie.
En Fallout, sexta entrega de la franquicia, esta fidelidad, auténtico aceite balsámico para los incondicionales, alcanza su esplendor. Se diría que la película es un compendio, gratísimo, de toda la saga. El teatro de las máscaras que abría el filme original centra aquí no uno, sino dos momentos estelares. La exhibición alpinista de Hunt en Misión: Imposible 2 se reproduce en el clímax. Y, como en Misión: Imposible 3, Hunt vuelve a correr a pie maratonianamente, como Henry Fonda al final de Corazones indomables. El guión, del propio McQuarrie (primer director reincidente), es inteligente, está lleno de giros y sorpresas sin caer en lo truculento. Las escenas de acción son extraordinarias: la pelea en los lavabos, genuinamente física; la larga persecución, Hunt en moto, por las calles de París, pura magia digital y un montaje de hierro en el que prevalece la visibilidad, la claridad, y, de postre, el tebeístico morceau de bravoure de los helicópteros y el precipicio. ¿Hace falta añadir que la saga sigue rugiendo a pleno pulmón? Lo mejor que se puede decir de Fallout es que apetece la séptima.