La Vanguardia

No es oro todo lo que reluce

- Josep Oliver Alonso

El empleo continúa dando buenas noticias. En el año que finaliza en el segundo trimestre de 2018, y por encima de unos muy positivos registros (aumento del 2,8%, 520.000 nuevos puestos de trabajo para los ocupados de 16 a 64 años), destacan los incremento­s más intensos de colectivos muy castigados por la crisis: inmigrante­s (8,1%), asalariado­s (3,6%), con contratos temporales (3,5%), para las jornadas de 30 y más horas/semana (3,7%) y para el empleo en industria y construcci­ón (3,3% y 7,0%). Al mismo tiempo, continúa la pérdida de figuras que emergieron como defensa frente al paro: autónomos (-1,4%), subempleo (-3,6%) y jornadas de menos de 30 horas (-1,3%). En cambio, es preocupant­e el sesgo sectorial de la nueva ocupación: un 75% del aumento total lo ha generado la hostelería (96.000), la construcci­ón (79.000) y la administra­ción pública y los servicios de sanidad y educación (150.000 adicionale­s). Este sesgo refleja el bajo, si no nulo, aumento de la productivi­dad del trabajo, algo que debería preocupar, y mucho, a nuestros gobernante­s. Ahí infraestru­cturas, sistema educativo, temporalid­ad y otras reformas están pendientes.

Junto a estas caracterís­ticas cíclicas, destaca la consolidac­ión de algunas positivas tendencias de fondo, aunque también las hay de mucho menos favorables. Entre las primeras, creciente feminizaci­ón del

Sectores poco productivo­s como la administra­ción, la hostelería o la construcci­ón centran el alza del empleo

empleo, con un aumento en el último año del masculino (2,6%) inferior al femenino (3,0%). Con ello, las mujeres significan ya un 46% del empleo, lejos del escaso 41% previo a la crisis, y más alejado todavía del reducido 36% de principios de la pasada década. Unas ganancias que reflejan una verdadera revolución silenciosa y que definen un cambio histórico. Y, también, en el nivel educativo, dónde los sistemátic­os mayores aumentos de los ocupados con alta formación (3,5% en el último año) continúan reforzando su peso en el empleo (del 23% al 30% entre 2007 y 2018), la otra cara de la moneda de la pérdida de aquellos con pocos estudios (del 43% al 33% del total).

Menos positivas son las tendencias al ascenso de la terciariza­ción, desde el 66% del empleo en 2007 al 75%, que refleja el bajo peso industrial (en un tozudo 14% del total). También continúa consolidán­dose el inevitable envejecimi­ento: reflejando el colapso de los más jóvenes entre 2007 y hoy (del 40% al 25%), los de 35 a 64 años no han dejado de ganar posiciones (del 59% al 75%), un cambio ciertament­e espectacul­ar y más que preocupant­e por lo que tiene de aumento en la edad media de los ocupados y por su negativo impacto en la productivi­dad.

Lo dicho. Bien está este aumento del empleo. Y más todavía la reversión de negativas tendencias de la crisis y la consolidac­ión de aspectos favorables. Pero el reducido peso del empleo industrial, el envejecimi­ento de la ocupación, la dependenci­a de la hostelería y los servicios públicos y el nulo aumento de la productivi­dad nos advierten que este exitoso modelo tiene crecientes goteras

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