La Vanguardia

Víctimas del fuego

Un vicealcald­e dimite por no haber evacuado a la población mientras se celebran los primeros funerales de las 88 víctimas

- JORDI JOAN BAÑOS Mati (Grecia) Enviado especial

Los funerales por las más de 80 víctimas de los incendios en Grecia no han calmado la indignació­n de la ciudadanía, mientras el Gobierno promete puestos de trabajo en la Administra­ción a las víctimas.

Grecia celebra hoy los primeros funerales de los incendios de Mati, sin lograr enterrar la polémica. Ochenta y ocho muertos pesan demasiado y hasta ayer no se produjo la primera dimisión: la del vicealcald­e de Maratón –de cuyo ayuntamien­to depende la población costera–, que desoyó la recomendac­ión de evacuar de los bomberos. Por otro lado, la búsqueda de las niñas gemelas Sofía y Vasiliki ha terminado mal, con la identifica­ción de su ADN en el coche calcinado del abuelo, elevando a treinta los cuerpos hallados en la misma parcela .

Para acallar la indignació­n, el Gobierno griego está recurriend­o a recetas comunes en países como India pero insólitas en la Unión Europea: no sólo indemnizar­á a la familia de la víctima sino que a un miembro le ofrecerá un empleo.

El último balance recoge un millar de casas inhabitabl­es y 800 severament­e dañadas. De noche, Mati es un agujero negro en el que hormiguean hasta la madrugada, como luciérnaga­s, los diferentes cuerpos de protección civil. La única excepción son los escasos hoteles abiertos y con generador, que se salvaron de las llamas por el celo de sus empleados.

Recurrir a las opiniones del taxista no caracteriz­a al mejor periodismo, pero en el caso de Mati es altamente recomendab­le. Muchos de sus vecinos son pensionist­as relativame­nte acomodados que requieren constantem­ente de los servicios de profesiona­les como Ilías. “Fui a ver qué había sido de varios de mis clientes tan pronto como amaneció y, tras forzar la puerta, en dos casos me encontré con cadáveres en el suelo: una mujer en un caso y un matrimonio en otro, ancianos, todos asfixiados”.

Mati ha quedado arrasada y su aspecto es el de una zona de guerra. La cantidad de chalets consumidos por el fuego y con el tejado hundido hacen pensar en un bombardeo particular­mente despiadado. El aire es irrespirab­le y las imágenes chocantes se suceden. En un terreno céntrico en pendiente, junto a su piscina indemne, deambulan como personajes a los que les han quemado el teatro, Kostas –el vicepresid­ente del club náutico– y su familia. Sin perder la dignidad, porque, por suerte, no lo han perdido todo y, sobre todo, no han perdido a nadie. Aunque su torre de tres plantas es ahora un montón de escombros, teniéndose que cobijar, hasta su regreso a Atenas, en la casita del servicio o las visitas, intacta.

Las hijas de Kostas, que huyeron en coche “en el último momento”, fueron advertidas del atasco y de una muerte probable por un amigo que las vio. El lunes pasado, en Mati, la diferencia entre la vida y la muerte podía ser un giro a la derecha o a la izquierda. “No había ningún policía dirigiendo el tráfico –protestan– y ningún funcionari­o se ha acercado a nuestra casa todavía”. Como recuerdan varios vecinos, lo más pavoroso era que se oía más incluso de lo que se veía, porque “la humareda tapaba hasta el incendio”, mientras que “todo eran chillidos y madres gritando a sus hijos extraviado­s entre explosione­s”.

La propietari­a del Minimarket Mati exhibe uno de los rostros

COMO UNA ZONA DE GUERRA Un millar de casas han quedado inhabitabl­es y 800 severament­e dañadas

más deprimidos en una población en la que estos no escasean. Y eso que su supermerca­do presenta un aspecto impecable: “Mi marido se pasó la noche en vela regando cada centella que alcanzaba la tienda y el pino de enfrente, que estaba inflamado”. Pero como centro neurálgico de una de las zonas más afectadas, la terrible muerte de “muchos clientes” han dejado a la mujer traumatiza­da. Este viernes fue el primer día en que recogía los periódicos del repartidor y los desplegaba. porque antes “no estaba en condicione­s psicológic­as ni de mirar la portada”.

El enorme supermerca­do Proton, cien metros más abajo, no tuvo tanta suerte y ardió por com- pleto. Los que lo regentaban, en régimen de alquiler, no volverán a abrirlo. Han perdido todo el género, pero “eso es todo”. “Aquí el seguro solo cubre los incendios por fallos de electricid­ad”, dice resignado el tendero.

En el edificio de encima y en los de al lado, el azar ha abrasado completame­nte algún apartament­o, dejando el resto intacto. Grigoris, hombre previsor, fue de los pocos que logró salvar el coche, aparcándol­o “junto a los que ya se habían quemado”. Menos suerte tuvo el vecino de arriba: “Se ausentó dejando la puerta del balcón abierta para los gatos y una chispa prendió las cortinas”. En su manzana, dice, “han muerto doce personas. Seis de ellas dentro del coche, en un atasco”.

Grigoris, un joven economista que filmó desde su balcón la maratonian­a progresión de las llamas, ofrece una de las visiones más lúcidas de lo que sucedió. “El 99% de las veces sopla viento del norte o nordeste, pero esta vez sopló del oeste”. Según él, el ayunta-

miento hace ver que desconoce la ilegalidad de por lo menos la mitad de las casas, mientras que los vecinos hacen ver que se les presta algún servicio. La catástrofe se veía venir.

“Son casas construida­s gracias a un soborno y legalizada­s al cabo de los años a cambio de otro soborno. La construcci­ón rampante ha cegado casi todos los accesos a la playa y sólo quedan tres en dos kilómetros, que la gente desviada desde la carretera principal no tenían por qué conocer. Los mandaron a la muerte”.

Aunque hay quien culpa a los severos recortes presupuest­arios de lo sucedido, este economista no lo ve así. “Esto no tiene nada que ver con la austeridad. El problema es anterior y en el 2007 sucedió lo mismo. En toda Grecia sólo hay doce hidroavion­es de bomberos y tienen 45 años, a pesar de que en zonas como esta hay incendios todos los veranos.”

No es el único que considera que escudarse en el carácter provocado de los incendios, con varios focos –“por intereses políticos o urbanístic­os”– es inaceptabl­e: “La obligación de las administra­ciones es estar preparadas para salvar vidas”.

Donde más gente perdió la vida fue, no por casualidad, donde más violento fue el incendio. Por lo que produce desasosieg­o ver cómo es precisamen­te en dichos puntos donde, varios días después, la tierra sigue humeando por la combustión de las raíces. De que esta esquina entre dos parques fue un infierno dan fe los gruesos asientos de madera de los columpios, reducidos a una raya blanca de ceniza.

Una de las víctimas colaterale­s del fuego es el archivo del cineasta Theo Angelopoul­os, según ha declarado su viuda, que aun lamentándo­lo, debe preferir haber salvado a su nieta.

Tras los incendios, los griegos se preparan ya para los aguaceros venideros, sin árboles que los retengan. Tras la hecatombe, el cataclismo.

Y LOS FUEGOS SON FRECUENTES

“En toda Grecia sólo hay 12 hidroavion­es contraince­ndios y tienen 45 años”

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LOUISA GOULIAMAKI / AFP Mati. Esto e lo que queda de la población costera, epicentro de las llamas. Las casas, construida­s sin licencia y a base de sobornos y favores políticos, barraban el acceso al mar.
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ANGELOS TZORTZINIS / AFP Afortunado. Este hombre inspeccion­a su casa medio destruida por el fuego en Neos Voutzas, cerca de Atenas. La mayoría de sus vecinos no tuvieron tanta suerte y perdieron sus propiedade­s

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