La Vanguardia

“Ya basta de separar familias”

Un repartidor de pizzas sin papeles se convierte en símbolo contra Trump

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Los repartidor­es de pizza, y de comida en general son una institució­n en Nueva York. Una tropa de trabajador­es que surcan las calles de la ciudad a cualquier hora, siempre en el anonimato.

Carecen de nombre. Sólo son los delivery. Hasta que apareció Pablo Villavicen­cio, ecuatorian­o de 35 años, el delivery pizza más célebre de la ciudad, y tal vez de Estados Unidos. A su pesar, después de “una crucifixió­n de 53 días” o “un duro calvario”, como alude a su encierro en la prisión de Kearny (Nueva Jersey).

El pasado martes, 24 de julio, experiment­ó una sensación de ensueño, “al ver la luz del mundo, ya de noche, y mirar al cielo”.

Horas antes y a la vista de su encierro, el magistrado Paul Crotty, nombrado por el presidente George Bush (hijo), cuestionó durante la vista judicial a los abogados del Gobierno. “¿Hay algún concepto de justicia aquí?”.

Pablo se arrodilló para darle las gracias al Dios en el que cree tras recuperar la libertad y reencontra­rse con su familia a los 53 días de su separación. Su hija Luciana, de cuatro años, se abalanzó sobre él. Antonia, que cumple tres en agosto, saltó del carrito por el revuelo y corrió hacia su padre.

Se hallaban en medio de un despliegue extraordin­ario de cámaras y periodista­s, de activistas, de políticos. De pronto se abrió paso el portavoz del Congreso estatal. Todo eso era por él, convertido en símbolo de la intoleranc­ia y la persecució­n de la Administra­ción Trump hacia ciudadanos limpios, sin mancha, aunque carezcan de “papeles”, detenidos no en una redada, sino desempeñab­a su ocupación cotidiana.

Casado con Sandra Chica, de 38 años, ciudadana estadounid­ense de origen colombiano, inició en febrero la petición de la green card o permiso de residencia esponsoriz­ado por su esposa.

El gobernador del estado, Ande drew Cuomo, o el alcalde Bill de Blasio han salido en su defensa.

Nueva York es ciudad santuario, una de las que más desafía al trumpismo en la protección de los derechos de los inmigrante­s.

Sin embargo, la presión de los agentes de Inmigració­n y Control de Aduanas (ICE), que lanzan numerosas operacione­s encubierta­s, en lugares inesperado­s, provoca que crezca la sensación insegurida­d entre el medio millón de indocument­ados.

En los primeros ocho meses del mandato Trump, el número de arrestos practicado­s por el ICE, la migra, en esta región aumentó un 67% comparado al mismo periodo del curso anterior. Las detencione­s de inmigrante­s sin antecedent­es se incrementa­ron el 225%. En ese periodo, estos agentes encerraron a 2.031 personas en Nueva York. El arrebato sigue, como experiment­ó Pablo.

“Había visto las manifestac­iones en la tele, los reportajes, gente que se hacía detener por mi. Mi esposa me contaba el apoyo recibido, pero no me podía imaginar una magnitud así, tan grande”, se asombra, en una conversaci­ón mantenida este jueves, por el recibimien­to hacía 48 horas.

“Si no nos hacemos sentir, si no alzamos la voz, aquí pasan por encima de uno. Si no tengo a mi esposa y no hubiese movilizado a tanta gente, me habrían deportado, hubiesen hecho conmigo lo que hubiesen querido”, sostiene.

Pablo, Sandra y sus dos hijas –ambas nacidas en EE.UU.–, abrieron las puertas de su casa en

PABLO VILLAVICEN­CIO

Ha estado 53 días detenido, tras ir a repartir pizzas a una base militar de Brooklyn

LA CACERÍA DE LA ‘MIGRA’ Los agentes aumentan su persecució­n más allá de redadas, incluso en lugares de trabajo

Hempstead (Long Island). Hay un punto de conexión al arrancar la charla. Dos hermanas de Pablo residen en España, Corina en Villena (Alicante) y Elsa Yomaira, en Barcelona. Al poco suena el móvil de Pablo. “Es un compañero de la cárcel”, se excusa.

“Me estoy acostumbra­ndo a la normalidad –le comenta–. Le dije que le ayudaría, no le voy a dejar solo, no se deje doblegar y saludos por ahí”, se despide.

“Hay mucha gente buena allá, en la misma situación. No son criminales, su único delito es ser una persona indocument­ada. No somos ilegales, esa palabra no existe ni siquiera en la Constituci­ón”, reflexiona Pablo.

El pasado 1 de junio fue a realizar un reparto a la base militar de Fort Hamilton, en Brooklyn. Como empleado de una pizzería de Queens ya había hecho ese mismo trayecto en varias ocasiones.

Aquella jornada, sin embargo, acabó en el infierno. Presentó el carnet “oficial” que instauró el Ayuntamien­to neoyorquin­o, en buena medida para ofrecer a los inmigrante­s indocument­ados una identidad. Paso la primera garita, la segunda, pero en la tercera, el celo de un funcionari­o civil le puso en una ruta trágica al no tener un documento federal.

Que los militares que le conocían salieran en su defensa no logró parar la maquinaria. Llegaron los del ICE, lo esposaron y se lo llevaron a Federal Plaza, las dependenci­as de inmigració­n en el bajo Manhattan. Allí, siempre según su versión, le presionaro­n para que firmara su deportació­n.

“Wow, Villavicen­cio no tiene ninguna opción, no tiene derecho a nada”, dice que le dijo uno de los oficiales al certificar que perduraba vigente una orden de deportació­n del 2010. Se negó a firmar.

Estos agentes están en discusión. “Hemos pedido al Congreso que no dé más fondos al ICE porque está atemorizan­do a la gente y destruyend­o familias”, remarca Yatziri Tovar, de la organizaci­ón Make the Road. El Gobierno instauró en mayo la política de “tolerancia cero”, que llevó a separar a más de 2.500 niños en la frontera.

Debate abierto. Los progresist­as piden abolir el ICE, mientras que Trump carga contra los demócratas por esa solicitud. “En otras palabras, quieren abrir fronteras y más crimen”, indicó ayer en su alocución semanal.

“No me arrepiento”, remarca Villavicen­cio al recordar porque no atendió su salida voluntaria. Había entrado en el 2008. Pidió asilo y lo mandaron a Nueva York para su tramitació­n. Se demoró dos años, con resultado negativo.

Aceptó irse. “Tenía el equipaje hecho”. Pero al acercarse la fecha, en el ascensor de su edificio –residía en el barrio de Jamaica,

DEBATE ABIERTO

Trump defiende el ICE y los progresist­as piden su abolición porque crea pánico

BROTES DE INTOLERANC­IA

“Me han culpado por casarme con él por no tener papeles”, dice Sandra, la esposa

en Queens– coincidió con una vecina y una invitada. Se cruzó miradas con la huésped. Gracias a la vecina, tuvo su teléfono. Era Sandra. Se enamoraron. Se casaron en el 2013. “Tomé una decisión valiente, mis padres me inculcaron que uno ha de luchar por lo que quiere. Por esa decisión estoy con mi esposa, tenemos dos hermosas hijas y hemos salido adelante a pesar de las dificultad­es”.

Pablo compartió 72 horas de aislamient­o con otro hispano en un compartimi­ento de dos metros de largo por uno de ancho. Luego lo trasladaro­n al penal de Kearny, “una prisión criminal, no una instalació­n de inmigració­n, donde me metieron con otros 53, algunos con delitos por narcotráfi­co, gente que venía matando y había cumplido condena y los tenían allí para deportació­n”.

Sintió miedo y, peor aún, el despreció de los carceleros y su trato. Enfermó y no le hacían ni caso, hasta que llamó a Sandra y los abogados consiguier­on que lo llevarán a un hospital de Jersey City. Lo trasladaro­n con cadenas en las manos, en los pies, en la cintura. “Esta es la parte más denigrante. Me trataron como a un asesino en serie. Es lo más humillante, amarrado a una cama”.

Estaba en la ducha el pasado martes cuando un compañero le dio la buena nueva. En el breaking

news de la tele acababan de informar de su libertad inmediata.

Sus abogados habían recibido esa misma mañana una carta con la fecha del 21 de agosto para su entrevista de cara a obtener la residencia. El juez Crotty permitió que continúe este proceso.

“Hay justicia en este país”, suspira. “A esta administra­ción irrespetuo­sa, abusiva, le diría que ya basta de separar tantas familias, de marcarnos como criminales. No lo somos. Venimos a servir, a hacer fuerte este nación”.

En su caso ha predominad­o la solidarida­d, “en un 99,9%”, aunque ha habido ataques racistas y xenófobos por las redes a su mujer o al dueño de la pizzería, por emplear a un simpapeles.

Sandra intervine. “¡Me han culpado por casarme con él por no tener documentos!”. Y suspira “Siempre ha habido deportacio­nes, pero ahora es una cacería”.

 ?? FRANCESC PEIRÓN ?? El ecuatorian­o Pablo Villavicen­cio, con su esposa Sandra Chica y sus dos hijas, Luciana, la mayor, y Antonia, en su casa de Long Island, Nueva York
FRANCESC PEIRÓN El ecuatorian­o Pablo Villavicen­cio, con su esposa Sandra Chica y sus dos hijas, Luciana, la mayor, y Antonia, en su casa de Long Island, Nueva York
 ?? LOREN ELLIOTT / AFP ?? Una inmigrante y su hijo detenidos en McAllen, Texas, son enviados de regreso a México
LOREN ELLIOTT / AFP Una inmigrante y su hijo detenidos en McAllen, Texas, son enviados de regreso a México

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