La Vanguardia

¿Vive con alguien que da la lata?

- Joaquín Luna

No hay nada malo en dar la lata. De hecho, muchas personas disfrutan dando la lata en vacaciones y es lógico: ¿hay algo más importante que yo en esta vida? El inconvenie­nte es que para dar la lata se necesitan dos personas y este es el gran mérito de los latosos: hallar interlocut­or.

No es lo mismo dar la lata que tocar la gaita. Tocar la gaita es un bumerán porque siempre hay alguien más fuerte que tú que te la toca a su vez por triplicado o suelta un mamporro que para eso es más fuerte.

Los casados no dan la lata como los divorciado­s y esta es una distinción capital en días de tiempo libre.

–Hoy me duele un músculo isquiotibi­al. ¡Ahora que se me había pasado la punzada en el testículo izquierdo!

Esta es una expresión habitual en personas casadas con afición a dar la lata. El matrimonio es una institució­n tan maravillos­a que garantiza audiencia a los pesados, cuyos males nunca se quedan sin eco.

Hay muchas formas de dar la lata en el seno del matrimonio. Minutar las vacaciones, debatir sobre la convenienc­ia

El matrimonio es tan maravillos­o que garantiza público a las personas que disfrutan dando la lata

de poner una lavadora al día, mantener o no los horarios invernales de las comidas, fotografia­r un helado, visitar todos los restos arqueológi­cos que encuentran a su paso de viaje. Cosas, en fin, por las que en una relación amistosa o sexual te dejarían plantado al minuto y medio.

Los divorciado­s damos el coñazo de otra manera: hablando de los respectivo­s hijos. Superada la etapa del despelleja­miento del ex o la ex, hay divorciado­s que canalizan su afición a dar la lata hablando maravillas o pestes de los hijos, un asunto de interés limitado que no debería salir ni siquiera en la cama después de retozar.

–Te voy a enseñar unas fotos... Yo creo que dar la lata a los demás es pecado, más grave que la lujuria o la gula. ¿Que más me da que un señor de Caparroso se zampe un chuletón y pida después arroz con leche? En cambio, un pesado es un pesado: alguien capaz de soltar un rollo que sólo le interesa a él.

Tengo un amigo, al que llamaremos Paquito, divorciado y ahorrador, que cuando tiene algún plan a la vista se pone optimista. Yo sólo le aconsejo:

–Paquito, ¡sobre todo no le hables de la vesícula! Tú a lo tuyo pero no le nombres la vesícula que trae mala suerte y salen corriendo.

Con el tiempo, el divorciado plasta acepta la realidad y se olvida de dar la lata e incluso de tocar la gaita: nadie quiere escuchar indefinida­mente rollos de los demás. Hay algunos divorciado­s que añoran la grandeza de la vida en pareja bajo el mismo techo. Son personas hechas para el matrimonio porque no conciben la vida sin tener alguien con quien compartir dolencias, chistes pésimos o los momentos de autodecrec­imiento.

A mi amigo Paquito no le salen novias porque ni es chocolater­o ni disfruta con nada, salvo dar la lata.

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