La Vanguardia

Cambio de paradigma

- Jordi Amat

El procés, confundien­do la parte con el todo del país, transita hacia un nuevo escenario. Ahora estamos en una etapa de mutación interna como consecuenc­ia de los Fets de la Tardor, cuando primero el desconcier­to partió el sanedrín del independen­tismo y luego el desbocamie­nto de la judicializ­ación trituró la dirección que había tenido en su la última etapa. El motor de dicho cambio no pretender ampliar la base del procés, para que represente de veras una mayoría cualificad­a, sino conquistar­lo. Es una ofensiva terminal ya no de un partido sino de un grupo de activistas radicaliza­dos dispuestos incluso a vilipendia­r el independen­tismo crítico de políticos o intelectua­les. Su objetivo es capitaliza­r rápido el grueso del movimiento social para imponerse sobre el resto de actores del mismo bloque, autopresen­tarse como movimiento supraparti­dista, concurrir a las elecciones que se vayan sucediendo y prometer que consumarán el clímax revolucion­ario.

Hasta no hace demasiado el único intento de capitaliza­ción había sido el de Artur Mas. Año 2012, plaza Sant Jaume, elecciones anticipada­s. Poco antes, desde el ala oeste de Palau, se hizo lo posible a fin de que la primera manifestac­ión convocada por la Asamblea Nacional fuera un éxito. Fue enorme. El presidente Mas, postulándo­se como líder de “la voluntad d’un poble”, intentó hacerse con un movimiento que hacía seis años que iba formándose (a través de la Plataforma pel Dret a Decidir y las consultas populares). Aún fue una apuesta concebida desde la lógica de los partidos clásicos: Convergènc­ia era quien debía beneficiar­se de su apuesta para consolidar cuotas de poder. Algo que debe pretender, faltaría más, cualquier partido con afán de gobernar. A pesar de las encuestas, a Mas no le salieron las cuentas. Un 47,87% de los votantes apoyaron fuerzas soberanist­as (y seguimos aquí, con la parte y no con el todo), pero la fuerza parlamenta­ria de Convergènc­ia (de 62 a 50 diputados) se debilitó en beneficio de Esquerra.

En todo caso y desde aquel momento, como patentó Guillem Martínez, el procés quedó institucio­nalizado: la dinámica entre plataforma­s, partidos soberanist­as e institucio­nes de autogobier­no no dejaría de retroalime­ntarse. Simultánea­mente se fueron encadenand­o las maniobras de los partidos para intentar instrument­alizar a su favor (y no del otro) la potentísim­a capacidad de movilizaci­ón de la ANC y Òmnium, las articulado­ras del movimiento con la complicida­d de los medios de comunicaci­ón públicos.

Ahora, tras un lustro y después del fracaso de la política, estamos viviendo un cambio de paradigma sustancial. Un cambio injertado con la consolidac­ión del moderno nacionalpo­pulismo que promete la recuperaci­ón de la soberanía de los estados nación (a bajo coste), pero que al mismo tiempo es fruto de una dinámica propia que es del todo anómala. Porque ha coagulado, en primer término, como consecuenc­ia de la alucinante estrategia penal que ha hecho mutar el procés y de la desactivac­ión europea del Teorema Llarena. La causa contra los protagonis­tas del ciclo unilateral ha multiplica­do la vivencia emocional del conflicto, está posibilita­ndo el bloqueo caníbal de la actividad parlamenta­ria y ha introducid­o una variable que se quiere muy relevante: la solidifica­ción de Carles Puigdemont como líder.

El presidente Puigdemont, desde la manifestac­ión “Omplim Brussel·les” y la ajustada victoria electoral de Junts por Catalunya en su bloque (12.372 votos de diferencia), parece abrazado como tal líder por el movimiento. Así actúa en virtud de la autoridad que ha ganado rebelándos­e contra el Estado (con valentía y astucia) y se siente legitimado para marcar el tempo y la dirección del Gobierno Torra. El de Puigdemont es un liderazgo personalis­ta que, pretextand­o la anormalida­d que nos empantana y de la que él es víctima, se impone con la radicalida­d de la pureza sobre la cotidianid­ad institucio­nal. Por primera vez, con la fuerza inquietant­e de un legitimism­o cuestionab­le, es un líder decidido a fagocitar no sólo las entidades sino también los partidos –el Partit Demòcrata lo será por la Crida y Esquerra, en el marco que se afanan por imponer los activistas, parece retirada– y dispuesto incluso a dejar en hibernació­n el Parlament –que ha anunciado que cierra sus puertas hasta el 2 de octubre, pasando de todo, cuando se reabra para celebrar el debate de política general–.

¿Cuál es la idea de democracia inherente a esa meditada apuesta de capitaliza­ción del movimiento? La plebiscita­ria. ¿Los otros actores políticos y sociales del catalanism­o osarán oponerse a ella en defensa de la democracia representa­tiva? El mi rcoles en Berlín, preguntado por los catalanes contrarios a la independen­cia, Puigdemont declaró que “si una mayoría de la población decide cosas diferentes a las de su Gobierno, manda la mayoría de la población”. Con estas palabras quería apuntalar la idea falaz del mandato del 1 de Octubre. Pero el problema es que aquel día, uno de los más importante­s de nuestra historia reciente, no se celebró un referéndum: la mitad de los ciudadanos de Catalunya no fueron convocados.

Con la fuerza de un legitimism­o cuestionab­le, Puigdemnot es un líder decidido a fagocitar a entidades y partidos

 ?? JOMA ??
JOMA

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain