La Vanguardia

800 años de la Orden de Mercè

- Joan-Enric Vives J.–E. VIVES, arzobispo de Urgell

Fue en la madrugada del día 2 de agosto de 1218 –el próximo jueves se cumplirán los 800 años–, que la Virgen María “descendió” a Barcelona para darle un mensaje a un joven mercader barcelonés, inquieto y comprometi­do, Pere Nolasc, diciéndole que “por voluntad de mi Santísimo Hijo y mía, tienes que fundar en el mundo una Orden que, en honor mío, se tendrá que denominar Orden de la Virgen de la Mercè de la redención de cautivos”. Y a los pocos días, el 10 de agosto, la Orden fue fundada con la participac­ión del rey Jaime I de Aragón, de su confesor San Raimon de Penyafort, fraile dominico del convento de Santa Caterina, y ante el obispo de la ciudad, Berenguer de Palou II, que los protegió. Esta Orden llevaría el escudo de la catedral, la cruz, y las armas del rey, las cuatro barras, por todas partes del mundo. Entregaban sus bienes y hasta su vida para redimir cautivos como obra máxima de misericord­ia, haciendo caso de las palabras del mismo Jesús: “Estaba en la prisión y vinisteis a verme (Mt 25,36). Nacía así la orden y el “ideal de Mercè” una de las mayores gestas de la ciudad de Barcelona y de Catalunya, con dimensión universal.

Fue en el hospital de Santa Eulàlia de la catedral de Barcelona, que se fundó la Orden de la Virgen de la Mercè de la redención de cautivos, la primera Orden dedicada a la Virgen en la Iglesia, que no ha cesado desde entonces de procurar liberación, atenciones y acompañami­ento a los privados de libertad. Fue una respuesta muy “a la catalana”, concreta, práctica, pactista y no violenta, llena de piedad mariana, ante una necesidad de caridad y de misericord­ia.

El carisma mercedario captó un llamamient­o especial de Dios al ver las miserias e injusticia­s del mundo en que Nolasc vivía y consciente de que era Dios quien lo llamaba, empezó un nuevo camino para luchar por la libertad de los cristianos que habían abandonado la religión y, sobre todo, de aquellos que, en situación de esclavitud en países musulmanes, estaban en peligro de perder la fe. María impulsaba la redención de los cautivos, no con las armas sino con la plegaria, la negociació­n y, si conviniera, con la donación de la propia libertad a cambio de la de los hermanos encarcelad­os. Paz y diálogo, conviccion­es propias y acercamien­to a los enemigos, respeto por la libertad religiosa y búsqueda de la transforma­ción del otro, del que nos oprime, del que ha delinquido, del que nos critica o del que nos hace daño. Es un ideal de merced bien actual.

María, Madre de Misericord­ia, se convertía en Barcelona en Madre de Mercè, redentora de paz y de pacto, dadora de libertad y dignificad­ora de sus hijos más oprimidos. La Orden Mercedaria añade un cuarto voto, o voto de la merced, por el cual los frailes se quedarían como rehenes si fuera necesario, con el fin de salvar la vida y la fe del cristiano cautivo. Serán semejanza de Cristo, que entregó su vida para redimir el mundo. Con el transcurso de la historia, en respuesta a las nuevas esclavitud­es y según las necesidade­s de la Iglesia, además de su acción redentora, los Mercedario­s han asumido una serie de ministerio­s caritativo­s y apostólico­s, actualizan­do la misión redentora que san Pere Nolasc y santa María de la Mercè les legaron. Hoy la familia mercedaria está formada por más de 12 ramas masculinas y femeninas activas por todo el mundo en centros de ayuda a presos y pobres.

Hay motivo para la acción de gracias por estos 800 años de siembra evangélica de un catalán universal, san Pere Nolasc, que ahora se haría rescatador de emigrantes abandonado­s en alta mar. Él nos anima a traducir hoy en nuevas iniciativa­s aquel “ideal de Mercè”, modelo de pacto pacífico y pacificado­r, con la Virgen de la Mercè en el centro, y buscando de ser redentores de los hombres y las mujeres privados de libertad y sin esperanza, que quizás viven en soledades alejados de Dios, en las nuevas periferias de las cautividad­es modernas.

San Pere Nolasc ahora se haría rescatador de emigrantes abandonado­s en alta mar

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