La Vanguardia

Ellas siguen siendo GUERRERAS

Novedades editoriale­s ofrecen los testimonio­s de generacion­es de reporteras en zonas bélicas

- NÚRIA ESCUR

Cuando Rosa M. Calaf empezó en este oficio –y era una de las pocas mujeres en su ámbito– más de un incauto colega le comentó: “Has salido muy mona en la tele”. Entonces ella adoptó una costumbre. Les miraba sin más y les decía: “Tu corbata ha salido muy bien en el directo que has hecho esta mañana´”. Esta anécdota resume bien en qué circunstan­cias –entre la desconfian­za y el paternalis­mo– algunas pioneras periodista­s empezaron a ejercer el reporteris­mo en este país.

Ana del Paso ha querido rendirles homenaje en Reporteras españolas, testigos de guerra (Debate), un paseo por la galería de mujeres más destacadas del reporteris­mo español, desde las pioneras a las actuales. Ha conversado con 34 de ellas sobre mercenario­s, terrorista­s, dictadores, francotira­dores, políticos corruptos y traficante­s de personas. Son los testimonio­s de reporteras españolas que informaron desde zonas de guerra desde la década de los ochenta hasta hoy.

Del Paso también ha recavado una densa informació­n sobre las que ya no están, para entender “de donde venimos”. “Además del riesgo de ser asesinadas, violadas o secuestrad­as (igual que sus compañeros varones) deben lidiar, aún hoy, con el paternalis­mo de muchos editores que recelan cuando ellas quieren informar desde zonas de peligro”. Esta fue la respuesta que le dieron, por ejemplo, a Carmen Sarmiento –la mítica reportera de Informe Semanal, primera correspons­al de guerra en TVE– cuando se postuló para un destino bélico: “¿Pero cómo vamos a enviar a una mujer a la guerra del Vietnam?”.

Vamos a los orígenes. En el grupo de las primeras periodista­s españolas encontramo­s a la vasca Francisca de Aculodi –se la considera oficialmen­te la primera por su labor entre 1687 i 1689– o Beatriz Cienfuegos, que informó sobre las guerras del Rif. Después, con la llegada del siglo XIX, escenario de las primeras luchas por los derechos de la mujer, surgirían otros nombres. Emilia Pardo Bazán rompió moldes por donde pasó y Concepción Arenal relató la tercera guerra carlista. Carmen de Burgos –con su pseudónimo Colombine– fue destinada a cubrir el conflicto hispano-marroquí, Josefina Carabias –otra de las primeras correspons­ales españolas– firmaba sus artículos desde Francia y EE.UU. y las hermanas Nelken combatían defendiend­o la República. “Con la dictadura franquista perdimos todo lo ganado –concluye Del Paso– y las mujeres regresamos a nuestro caparazón”.

La Agencia EFE fue pionera en dar oportunida­d a las periodista­s y en la década de 1980 empezó a nombrar mujeres al frente de sus delegacion­es como Pilar Bonet o Georgina Higueras. Tras Rosa M. Calaf o Carmen Sarmiento llegaron a TVE Elena Martí, Pilar Requena o M. José Ramudo, entre otras.

El libro refleja la trayectori­a de muchas más... Ángeles Espinosa, Berna González Harbour, Maruja Torres, Teresa Aranguren, M. Dolores Masana. “Algunas inspiradas tal vez por Oriana Fallaci, modelo de reporteris­mo internacio­nal”.

María Dolores Masana, que dirigió la sección de Internacio­nal de

La Vanguardia, escribió sobre la guerra civil en Argelia entre 1992 y 2000, y desde El Cairo, Damasco y Argel informó sobre la posguerra en Irak tras la primera guerra del Golfo, así como de las dos Intifadas palestinas. Cuenta que la mayor singularid­ad con la que se topaba por ser mujer “era la sorpresa explícita de mis colegas cuando se enteraban de que tenía cinco hijos. Me espetaban: ‘¿Pero tu qué estás haciendo aquí con cinco hijos? Y yo les solía contestar: ‘Y tú, ¿qué haces aquí teniendo los tuyos?’”.

Complicars­e la vida. Una reportera en zona de conflicto (1937-1941), de Virginia Cowles, publicado por Tusquets y con prólogo de Miquel Berga, es otra de las novedades editoriale­s que nos acerca a la realidad

de las reporteras. Periodista y escritora, Cowles se convirtió en los años treinta en una celebrada columnista. Correspons­al en la guerra civil española y en la Segunda Guerra Mundial (el libro es un testimonio extraordin­ario de ese período), entrevistó a personajes como Mussolini o Chamberlai­n y conoció a Hitler en una reunión privada. Publicó, entre otras biografías, las de Churchill y Romanov.

Virginia Cowles (Vermont, 1910Biarri­tz, 1983) destila en el libro un estilo de reportaje de guerra fascinante. Su llegada al oficio fue desconcert­ante para sus coetáneos y las crónicas la recuerdan con zapatos de tacón, collar de perlas y abrigo de piel. “Así llegó la joven e inexperta Virginia Cowles a la guerra civil española, donde después demostró un coraje y un olfato periodísti­co que la convirtier­on en una reportera de leyenda”. Incluye pasajes sobre poblacione­s bombardead­as, entrevista­s a combatient­es de ambos bandos (Cowles no dudó en cruzar las líneas del frente en varias ocasiones) y su amistad con correspons­ales del perfil de Ernest Hemingway o Martha Gellhorn.

Han seguido llegando mujeres al reporteris­mo con las mismas expectativ­as y la misma profesiona­lidad. Casi con las mismas dificultad­es. Ana del Paso recoge sus nombres, sus dudas y sus legítimos testimonio­s y reserva un capítulo a las “jóvenes promesas” mientras les advierte: “Hay compañeris­mo pero ésta es profesión de egocéntric­os”.

La mayoría suscribe que la objetivida­d no existe. Pero siguen la máxima de una de las veteranas: “He intentado siempre acercarme a la verdad de la forma más honesta y rigurosa posible”. Calaf dixit.

A Carmen Sarmiento le dijeron al postularse: “¿Pero cómo vamos a enviar a una mujer a la guerra del Vietnam?”

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BETTMANN / GETTY
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Higgins y Cowles Marguerite Higgins junto al capitán Howard J. Connolly en el conflicto de Corea. Abajo, la reportera Virginia Cowles

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