El riesgo de la desgana
EL conde de Mirabeau, una de las figuras más controvertidas de la Revolución Francesa, decía que el mayor de los peligros es gobernar demasiado. Pero no es cierto, lo que conlleva realmente riesgo es gobernar poco, porque tarde o temprano los ciudadanos perciben la inoperancia de sus mandatarios y acaban por enviarlos a la papelera de la historia. Uno de los problemas de la Catalunya actual es que, de tanto acumular sueños, nos estamos olvidando de la realidad. Escribía ayer Toni Soler (Ara) que percibía desgana institucional. Su tesis era que el poder catalán piensa que, “si estamos haciendo república, a quién le interesa la autonomía”, olvidando que gobernar bien es la base para obtener la confianza de los ciudadanos. Pero la CUP lo ha vuelto a repetir en las últimas horas, por boca de Carles Riera, al proclamar que no tiene sentido el autonomismo en Catalunya. Y el propio Carles Puigdemont, de vuelta a su republicana casa de Waterloo, insistía en ello, pasando de largo de las comisiones bilaterales para mejorar el autogobierno, porque se supone que lo que tiene que hacer el Ejecutivo de Pedro Sánchez es dar respuesta a la demanda de autodeterminación.
Un gobierno tiene todo el derecho a trabajar por la independencia, pero su primera responsabilidad es ponerse manos a la obra para mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos. La lista de asignaturas catalanas pendientes es larga y el Gobierno central está dispuesto a hablar de muchos de los déficits que se vienen arrastrando. Sería una insensatez no apurar estas negociaciones hasta el final. Pero Puigdemont ha amenazado a Sánchez desde 1.200 kilómetros de que se acaba el periodo de gracia que le ha concedido su formación.
Con un Parlament con la persiana bajada hasta octubre y una Generalitat a medio gas, sería importante que la clase política recuperara impulso. Al menos el que tiene la economía, que, pese a todo, sigue creciendo.