La Vanguardia

El rival de Lula

El magistrado ha llegado más lejos que nadie en la lucha contra la corrupción en Brasil gracias a la compra de testigos

- ANDY ROBINSON São Bernardo do Campo. Correspons­al

Detrás del encarcelam­iento del expresiden­te brasileño Lula da Silva se encuentra el juez Sergio Moro, un magistrado que no tiene reparos en utilizar prácticame­nte cualquier medio a su alcance para combatir el clientelis­mo secular que caracteriz­a a la política en Brasil.

El juez Sergio Moro tiene 45 años y es forofo del rock duro, así como de los tebeos de El hombre araña y Supermán. Y, tras su extraordin­ario protagonis­mo en la investigac­ión anticorrup­ción Lava Jato (Lava Coches), muchos lo califican –bien sea con reverencia bien sea con sorna–, como un superhéroe y un rockstar.

Formado en Harvard y homenajead­o repetidame­nte en EE.UU., Moro es, sin embargo, un pez grande en un charco jurídico relativame­nte pequeño: la ciudad provincial de Curitiba, en el sur conservado­r de Brasil. Es el centro neurálgico de la mega operación jurídica que pretende desmantela­r las gigantesca­s redes de corrupción clientelar, el modus vivendi de la política brasileña desde siempre.

Moro ha forjado un disciplina­do espíritu de cuerpo con los fiscales de Curitiba y conoce personalme­nte a los jefes de la policía federal responsabl­es del encarcelam­iento de Lula. Ha utilizado con maestría los medios de comunicaci­ón para movilizar a la opinión pública en favor de la investigac­ión sobre una red ilegal de financiaci­ón de partidos y sobornos personales en el entorno de la petrolera brasileña Petrobras y diversas constructo­ras, entre las que destaca Odebrecht.

En una ocasión, hasta filtró a los medios la grabación de una conversaci­ón privada entre Lula y Dilma Rousseff cuando la entonces presidenta brasileña quiso incorporar a Lula a su gabinete para protegerlo ante el avance de los intrépidos fiscales de Lava Jato. Los abogados de la defensa de Lula han denunciado también que Moro diese luz verde a la colocación de micrófonos en sus oficinas.

Moro ha llegado más lejos que ningún otro juez en la larga historia de investigac­iones anticorrup­ción, gracias al uso abundante de colaboraci­ones premiadas, que antes estaban prohibidas en Brasil. Se han firmado acuerdos para reducir las penas de 120 presuntos delincuent­es a cambio de que delaten a otros. Son muchos sobre todo cuando se considera que solo 100 personas han sido sentenciad­as.

En el caso del apartament­o en Guarujá se critica a Moro por fundamenta­r su condena a Lula en el testimonio de ejecutivos de la constructo­ra OAS que han con- fesado pagar sobornos y quieren reducir sus penas. La condena “se basa exclusivam­ente en un testigo que dijo que alcanzó un pacto de corrupción con un tercero en nombre de Lula, una acusación que fue desmentida por este tercero”, dijo un portavoz del bufete de Teixeira Martins en São Paulo, que defiende a Lula .

Son métodos polémicos y cada vez más expertos jurídicos se muestran perplejos. “Hay muchas irregulari­dades; tiene una proximidad con fiscales y con la policía que no es propio de un juez”, afirma Thiago Bottino , catedrátic­o de Derecho de la fundación Getulio Vargas en una entrevista en Rio de Janeiro.

Moro se defiende citando los poderes fácticos e intereses creados a los que se enfrenta y la necesidad de romper pactos de silencio. Lejos de optar por una mayor discreción conforme crecen las críticas, va con frecuencia a EE.UU. para recibir premios. En una de sus visitas a Washington, organizada por la cámara de comercio Brasil-Estados Unidos, se dejó fotografia­r con un candidato de la oposición conservado­ra al Partido del Trabajo (PT).

El pasado día 8, sin embargo, el juez superhéroe cayó en la trampa tendida por su principal adversario. Aprovechan­do que estaba de guardia un juez simpatizan­te de Lula, tres diputados del PT presentaro­n una solicitud de habeas corpus. El juez –Rodrigo Favreto– aceptó la petición y mandó una orden a la policía federal de Curitiba para que pusieran en libertad “de forma inmediata” al expresiden­te. Moro estaba de vacaciones en Portugal y, por tanto incapacita­do para intervenir. Con toda seguridad, la orden habría sido anulada el día siguiente, lunes 9, cuando los demás jueces volviesen al trabajo. Pero Moro no pudo quedarse con los brazos cruzados. Llamó a los fiscales y a la policía federal en Curitiba para decirles que no cumpliera con la orden judicial, y Lula no salió de prisión.

Decenas de expertos jurídicos han advertido de que un juez que está de vacaciones no puede contradeci­r a otro, y menos si éste encabeza un tribunal de instancia más alta que la suya. Es la cuarta vez que Moro ha desobedeci­do órdenes de un tribunal superior. Pero no ha sido sancionado. A largo plazo, las irregulari­dades pueden pasar factura, advierte Bottino. “Tenemos muchos casos en Brasil de investigac­iones anticorrup­ción anuladas debido a los errores del juez”.

La corrupción clientelar ha sido el modus vivendi de la política brasileña desde siempre

Moro es amigo de fiscales y policías, y comete muchas irregulari­dades, según el catedrátic­o Bottino

 ?? PAULO LOPES / EFE ?? Moro participó el miércoles pasado en São Paulo en el foro La reconstruc­ción de Brasil; el debate fue sobre seguridad y gobernanza
PAULO LOPES / EFE Moro participó el miércoles pasado en São Paulo en el foro La reconstruc­ción de Brasil; el debate fue sobre seguridad y gobernanza

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