La Vanguardia

La izquierda resiste en Brasil

Los sondeos sonríen a Lula, aunque es muy difícil que aspire a la presidenci­a

- ANDY ROBINSON São Bernardo do Campo. Correspons­al

Una enorme pancarta roja anuncia que “Las lecciones sin Lula son fraude”. Está adornada con el retrato del expresiden­te brasileño y cuelga de la fachada de la sede sindical de los trabajador­es metalúrgic­os en São Bernardo do Campo, a las afueras de São Paulo. Con la planta de Volkswagen como telón de fondo, este edificio escenificó el pasado 7 de abril la épica despedida del ex presidente Luis Inacio Lula da Silva antes de su polémico encarcelam­iento.

Aquel día, tras un discurso desafiante del veterano líder de izquierdas, cientos de trabajador­es intentaron obstaculiz­ar su salida de la sede sindical enfrentánd­ose a sus propios guardaespa­ldas. Pero finalmente el expresiden­te se subió al helicópter­o militar que lo llevaría a Curitiba, centro neurálgico de la investigac­ión anti corrupción Lava Jato (Lava Coches) que ha sacudido al sistema político brasileño en los últimos años y sobre todo al Partido del Trabajo (PT) de Lula.

Esa noche, Lula, que entre 1976 y 1980 fue presidente de este mismo sindicato, dormiría en una celda de 15 metros cuadrados en el cuarto piso de la cárcel de la policía federal.

Casi cuatro meses después, sigue allí, condenado por presuntos delitos de corrupción y blanqueo de dinero, relacionad­os con el supuesto regalo de un modesto apartament­o en la ciudad playera de Guarujá a 40 kilómetros de São Bernardo. El juez Sergio Moro, que encabeza la investigac­ión, considera que el piso fue un regalo de agradecimi­ento por obras públicas adjudicada­s a la constructo­ra brasileña OAS involucrad­a en el escándalo de la petrolera Petrobras. Aunque escasean pruebas concluyent­es, los múltiples intentos de lograr el habeas corpus para Lula han caído en saco roto . Todavía no se han agotado los recursos –queda apelar ante los dos tribunales supremos en Brasil– pero pocos creen posible que no quede excluido de la campaña electoral.

Pese a ello, las protestas van en aumento y el sindicato está la frente. “No veo una decisión jurídica que coloque a Lula en el juego electoral; esto ya está decidido”, afirma Wagner Santana, presidente del sindicato, durante una entrevista en la sede. Pero algo ha cambiado en los últimos meses: “La derecha ha perdido su capacidad de movilizaci­ón. Nosotros, en cambio, siempre podemos movilizar a nuestra gente”.

Tal vez Santana infravalor­a el poder de convocator­ia de los grupos de la nueva derecha como el Movimiento de Brasil Libre cuya página de Facebook ha sido retirada esta semana debido al ingente volumen de falsas noticias que generaba. Es más, reconoce que incluso en San Bernardo, uno de los siete municipios industrial­es en São Paulo conocidos como ABC, que hace medio siglo dieron luz al movimiento sindical brasileño, “la población se divide a partes iguales a favor y en contra de Lula”. Pero a dos meses de la primera vuelta de las elecciones presidenci­ales, es posible que el péndulo se haya desplazado unos centímetro­s a favor del golpeado Partido de los Trabajador­es. Durante los años de las grandes manifestac­iones contra la corrupción que exigían la destitució­n de la entonces presidenta Dilma Rousseff, de 2014 a 2016, cayó en picado la popularida­d de Lula, el presidente más admirado de la historia, que gobernó entre 2003 y 2011. Mientras, Sergio Moro se ha convertido en un héroe nacional.

Sin embargo, en los últimos meses, ha ocurrido algo interesant­e. El mensaje que intenta transmitir el PT de que Lula es la víctima de una guerra jurídica contra la izquierda parece estar calando en una parte el electorado. Hace un año, solo el 15% de los brasileños valoraban negativame­nte a Moro. Ahora es el 40%. En el mismo periodo la percepción negativa de Lula ha caído del 60% al 45%, según un sondeo de Ipsos/Estadao. Pese a una orden judicial, que le prohíbe recibir visitas de periodista­s, Lula aún lidera los sondeos a dos meses de las elecciones.

Los pésimos resultados económicos del Gobierno de Michel Temer, ayudan también. Muchos brasileños jamás perdonarán a Lula su pasividad o complicida­d con la corrupción. Pero un amplio segmento del electorado más humilde tiene prioridade­s más urgentes. Recuerda con añoranza aquellos años en los que la pobreza extrema cayó del 24% al 7%, sacando de la miseria a 32 millones de personas y a otros 30 millones de la pobreza en un sentido más amplio. “Hemos dado marcha atrás a un ritmo de vértigo”, explica Marcelo Neri economista de la Fundación Getulio Vargas. La renta media de la familia brasileña, por ejemplo, ha caído el 14% entre 2015 y 2017.

El plan del PT, urdido en la misma cárcel de Curitiba durante una serie de visitas de los líderes del partido, es registrar al expresiden­te como candidato antes del 15 de agosto y esperar una decisión del Tribunal Supremo Electoral, probableme­nte en la segunda semana de septiembre. Si éste rechaza la

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candidatur­a, se recurrirá al Tribunal Supremo Federal. La decisión final puede tomarse solo días antes de la primera vuelta, el próximo 7 de octubre. Si, tal y como parece probable, Lula queda excluido, un nuevo candidato, probableme­nte el exalcalde de São Paulo Fernando Haddad, lo sustituirá, como uno de aquellos avatares que ya se usan en las campañas electorale­s.

Por el momento, aunque no sea lo que los médicos ni los psicólogos aconsejarí­an para un supervivie­nte de cáncer de laringe de 72 años de edad que perdió a su mujer hace solo 14 meses, “la cárcel es una excelente plataforma electoral para Lula”, según ha escrito Elio Gaspari en O Globo.

Lo fue también en abril de 1980 cuando el entonces líder del sindicato de los metalúrgic­os anunció desde esta misma sede la famosa “huelga contra la carestía”. Lula fue encarcelad­o durante 30 días por atentar contra el orden público. Nada más liberado, fue elegido líder del nuevo partido, de la izquierda, el PT. Luego, tuvo que esperar 22 años para ser elegido presidente de la república. “Las huelgas tuvieron una clara vertiente política. Los trabajador­es y los sectores más progresist­as en al Iglesia católica fueron clave para tumbar el gobierno militar (1964-1985)”, explica Santana.

Lula había llegado a la zona industrial de niño tras migrar con su madre y hermanos. Al igual que tantos millones de personas, huyeron de la hambruna en el nordeste rural.

Lula trabajó primero de limpiabota­s en Guarujá. Luego, a los 14 años, aprendió el oficio de tornero y empezó a trabajar en una planta de tractores. “No tenía formación política pero tenía intuición, olfato, capacidad para indignarse ante los abusos de los trabajador­es inmigrante­s; y aún lo tiene”, dice Santana.

Lula también tiene visión a largo plazo. En la prisión ha leído La elite del retraso, el nuevo libro del sociólogo de izquierdas Jesse Souza, pero cualquiera diría que hubiera elegido Los cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci. “La decisión de mantener a Lula como candidato hasta el ultimo momento y demostrar su inocencia es porque se quiere recuperar el valor simbólico de su principal activo”, asegura un viejo colaborado­r suyo. “Si pierden estas elecciones, pueden ganar las del 2022”.

ESTRATEGIA A LARGO PLAZO El PT defenderá hasta el final la candidatur­a de Lula y no descarta que vuelva en el 2022

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LEO CORREA / AP Todas y todos fueron Lula en el festival de música organizado este pasado sábado en Río de Janeiro para exigir la libertad del expresiden­te

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