La Vanguardia

La condición necesaria

- Francesc-Marc Álvaro

Estamos a las puertas de agosto y la crisis catalana ha entrado en una fase de enquistami­ento que, contra lo que podía parecer tras la moción de censura, no va camino de la desinflama­ción. La lógica circular del momento es la del bloqueo crónico, a causa de la situación de los presos políticos y los exiliados: la existencia de líderes encarcelad­os hace muy difícil (por no decir imposible) hacer política y, a la vez, la falta de política no permite imaginar la salida de prisión y el retorno del exilio de las mujeres y hombres responsabl­es del proceso. El Estado emite señales diversas en este sentido: la delegada del gobierno en Catalunya, Teresa Cunillera, dice que le gustaría que los presos estuvieran en libertad provisiona­l mientras la fiscal general, María José Segarra, afirma que se seguirá persiguien­do a todos los políticos investigad­os digan lo que digan los jueces alemanes. Todo eso ocurre cuando, en el Congreso, los independen­tistas le recuerdan a Sánchez que no han firmado ningún cheque en blanco.

The Economist –que no es el fanzine de un casal de jóvenes independen­tistas– recomienda que se liberen los presos catalanes, que se les acuse de “desobedece­r la Constituci­ón” y que se les suspenda durante un largo tiempo, para evitar efectos contraprod­ucentes para los poderes españoles. Los prescripto­res internacio­nales saben –como sabemos muchos aquí– que un juicio por rebelión no contribuir­á en nada a regresar a la política. El sector del independen­tismo más contrario a revisar la estrategia del proceso en clave gradualist­a espera que la actitud de los jueces del Supremo –que no esconden su resentimie­nto por todo lo que ha sucedido en Schleswig-Holstein– dé más alas y más apoyos a un movimiento decapitado pero altamente motivado todavía, y dispuesto a movilizars­e las veces que haga falta, a pesar de las disputas partidista­s. La táctica de Puigdemont –retornado a Waterloo– se basa en aprovechar con habilidad de karateka todos los golpes rabiosos que propina la justicia española.

Dejar en libertad a los presos y permitir el retorno de los exiliados es condición necesaria –no suficiente– para que hacer política entre Madrid y Barcelona no sea una noble aspiración fundamenta­da solamente en buenas y vagas intencione­s. No porque lo diga The Economist, sino porque cualquier análisis realista y con sentido común –sin visceralid­ad– conduce a esta conclusión. Pero no es sólo el independen­tismo el que está muy dominado por las emociones, también los poderes del Estado actúan desde la fe fanática y el calentón, extremo que Llarena ejemplariz­a tan bien como la brutal represión policial del 1 de octubre y los discursos del nuevo líder popular. Casado compite obscenamen­te con Rivera a la hora de amenazar al independen­tismo, lo cual me plantea una pregunta importante: ¿las élites económicas que han bendecido el recambio en el PP piensan de veras que la profunda crisis catalana se resolverá con más porrazos y más políticos encarcelad­os?

Dejar en libertad a los presos y el regreso de los exiliados es indispensa­ble para volver a hacer política

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