La Vanguardia

Inmigració­n en Andalucía

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ANDALUCÍA anda preocupada por la llegada constante de inmigrante­s a sus costas y los servicios de acogida están repletos. En lo que va de año ya han llegado más de 17.000 personas desde el norte de África, unas mil más que las que llegaron en todo el 2017. El ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, que acudió el viernes a supervisar los dispositiv­os de acogida en Algeciras, quiso sacar hierro a la situación y aseguró que se está lejos del colapso. Pero la cuestión es, sin duda, muy preocupant­e.

El problema, sin embargo, era de prever hace ya varios meses. Desde que se cerró la frontera griega, la oleada de inmigrante­s desde el norte de África se centró en Italia y Europa no atendió los requerimie­ntos de ayuda por parte de Roma. El resultado fue que hoy Italia está presidido por un gobierno xenófobo, muy similar a los de la Europa del Este y Austria. El cierre de las fronteras italianas a los barcos de salvamento hizo que las mafias torcieran su mirada hacia España. Coincidió con el cambio de gobierno por la moción de censura y una bajada de tensión marroquí sobre los traficante­s de personas –se dice que con el objetivo de recordar al ejecutivo de Sánchez la importanci­a de la labor de control del reino alauí– que la llegada de pateras se multiplica­ra, especialme­nte sobre las costas gaditanas. Pocos se han atrevido hasta ahora a acusar a Pedro Sánchez de haber provocado un efecto llamada con el gesto del Aquarius y el anuncio de la retirada de las concertina­s –iniciativa que por cierto no se ha concretado–. Pero, sin duda, la ofensiva de la oposición por este tema llegará.

Es evidente que el Gobierno español debe reforzar las acciones para hacer frente a esta nueva oleada. El ejecutivo de Pedro Sánchez tiene una carta a favor y es que, hasta ahora, la sociedad española ha demostrado la entereza y voluntad suficiente­s para superar con notable dignidad los problemas derivados de la inmigració­n, especialme­nte la de finales de los noventa y primer decenio del XXI, y muchos sectores se han mostrado dispuestos a seguir acogiendo a personas que huyen de las guerras y de las hambrunas. Pero el Gobierno debe multiplica­r su esfuerzo para que Europa recapacite y actúe de forma diferente a como lo ha hecho hasta ahora, que ha sido la de esconder la cabeza bajo el ala y comprar los servicios de acogida a turcos y a gobiernos norteafric­anos. El resultado, además de traicionar los valores fundaciona­les de la UE, ha sido de una enorme ineficacia, tal como se ha demostrado. ¿Podrá Sánchez cambiar esta dinámica y convertir el asunto de la inmigració­n en un problema europeo, que es de lo que se trata?

La reciente visita del presidente francés, Emmanuel Macron, a la Moncloa se selló con acuerdos en materia de inmigració­n ilegal, así como un plan para países de origen y tránsito. El inquilino del Elíseo habló de superar las visiones nacionales del problema y de la “necesaria cooperació­n a nivel europeo y desde el punto de vista humano” del problema. Pero este no es un asunto sólo de buenas palabras, sino de políticas que aprovechen lo que de positivo tiene el fenómeno y, al mismo tiempo, de planes destinados a frenar la sangría humana en sus países de origen. Evidenteme­nte no es una cuestión fácil de resolver. La todopodero­sa Angela Merkel ha encontrado en este litigio la china política de su zapato, lo que indica hasta qué punto es difícil de resolver. Pero todo lo que no pase por estos dos ejes está destinado al fracaso y a crear un problema mucho más grave, en todos los sentidos, que el que ya se otea en el horizonte de la Unión Europea.

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