Las pizzas de la revuelta
La pizza a domicilio será siempre nuestra. Como desde hace tres noches y sus días es la Gran Via de les Corts Catalanes de los taxistas del área metropolitana. Prueba de esa pertenencia, de ese “de aquí no nos moverán”, es que el sábado al anochecer, cuando el hambre apretaba, la líder de la emisora Happy Taxi telefoneó a una cadena de comidas. “¿Y dónde quiere que le llevemos las pizzas, señorita?” La taxista miró a su alrededor, sonrió al medio centenar de compañeros asentados en ese lugar privilegiado de la ciudad, y respondió: “Pues mire, las pizzas me las trae al paseo de Gràcia, en la esquina con la Gran Via, junto a la fuente. El repartidor verá un par de mesas de camping y varias sillas. Allí estamos”. Y allí seguirán hasta que, como reivindican, “se cumpla la ley de un VTC cada 30 taxis y no pongan en riesgo el pan de nuestros hijos.”
Cada cierto número de taxis hay un grupo reunido alrededor de una mesa portátil para pasar la segunda noche. Casi nadie duerme, salvo los pakistaníes , cuyo nivel de organización tiene a todo el sector boquiabierto y maravillado. Ocupan el tramo de paseo de Gràcia que hay justo debajo de la Gran Via. En ese punto estratégico de la ciudad han montado su centro de operaciones desde el que se da de comer caliente a unos 500 pakistaníes en cada turno.
Syed Junaid, de 29 años y vecino de l’Hospitalet, es uno de los líderes del sindicato Packtaxi, que agrupa a los 1.800 taxistas pakistaníes con licencia en el área metropolitana. Habla mientras liquida a cucharadas un exquisito arroz picante que ha llegado hasta allí en varias cazuelas gigantes. “Hemos procurado encargar las comidas a diferentes restaurantes para que nadie tenga el monopolio. El primer día nos cocinó un local del Paral·lel, y hoy uno de l’Hospitalet”. Han hecho un bote que van llenando. Han encargado tanta comida, que aún reparten agua fría y arroz caliente entre los otros taxistas y cualquier curioso, de aquí y de allá, que se les acerque a preguntar. “Es bueno que sepan por qué estamos aquí. Que les podamos explicar por qué luchamos. Si compartiendo un
Los pakistaníes están muy organizados, les cocina un restaurante y reparten arroz mientras explican el conflicto
plato nos entienden y apoyan, mucho mejor”, apunta Atiq Amjad, de 22 años y a punto de empezar a trabajar con el taxi de su hermano, que en el 2016 compró la licencia por 150.000 euros con un crédito.
Hay una conciencia general en todo manifestódromo de que las protestas han conseguido el milagro de unir como nunca al colectivo negro y amarillo. “Nunca había hablado tanto con los taxistas pakistaníes. Reconozco que estaba lleno de perjuicios, que siempre les vi como una amenaza, pero estos días me han demostrado que están en mi barco, que son valientes y que serán los últimos en abandonar la nave”, cuenta Antonio, de Cornellà, que se ha acercado hasta la zona de los pakistaníes a tomar un té.
Han vestido el suelo con una alfombra roja enorme y allí dormirán por turnos, mientras otros están de guardia. En otro tramo de la Gran Via, saliendo de la ciudad en dirección al Besòs, a la altura de Pau Claris, un grupo mata el tiempo jugando a las cartas sobre unas cajas de cartón.
Los ánimos están caldeados. Ya es la tercera vez que dos vehículos VTC, con una cámara de televisión en el asiento del copiloto, circula a paso lento por el lateral de la Gran Vía. “¿Dime tú que quieren? ¿Qué están buscando? ¿Provocar? ¿Que les barremos el paso y nos liemos como el otro día en el aeropuerto. Aquello estuvo mal, muy mal, y lo peor es que consiguieron la imagen de violencia que buscaban”, reflexiona uno de los taxistas atento a la partida.
Algunos se han venido a la protesta con sus familias. Cerca de Balmes, una saga de taxistas ya tienen preparadas las sombrillas para el día siguiente. Se va a venir toda la familia, entre ellos el abuelo de 80 años en silla de ruedas, para solidarizarse con su hijo y su nieto, taxistas. “Lucho por la dignidad de mis hijos y por la de los hijos de los que suben a mi taxi. O decimos no a la precarización o nos vamos todos a la mierda”, sentencia otro conductor emocionado.