La Vanguardia

Sobre disrupción digital, leyes y taxis

- Genís Roca G. ROCA, presidente de Roca Salvatella

Resulta ya insoportab­lemente evidente que cuando decimos que lo digital es disruptivo no nos referimos a su capacidad de aportar innovación tecnológic­a a los procesos o los negocios, sino a su capacidad de transforma­r la sociedad. Como bien dice Greg Satell en un reciente artículo, la tecnología digital está siguiendo el mismo camino que otras tecnología­s anteriores como el vapor o la electricid­ad, y tras unas primeras etapas de descubrimi­ento e ingeniería ahora ya se encuentra en una fase de transforma­ción, que se evidencia en que ya no hablamos de nuevos productos o servicios, sino de cambios de hábitos en las personas e incluso en cambios en las escalas de valores.

Las nuevas tecnología­s han dejado en evidencia a algunos servicios que quizá no habían evoluciona­do lo suficiente, o se habían acomodado, o no estaban acostumbra­dos a una competenci­a creativa, y ahora se enfrentan a la presión de nuevos enfoques y nuevas maneras de hacer. En muchos casos estos servicios habían acabado ordenados por el paso del tiempo dentro de unas normas y regulacion­es claramente pensadas y desarrolla­das desde el marco mental anterior, que ahora ya no sirven pero en las que se parapetan todos aquellos a los que la velocidad de las novedades ha pillado despreveni­dos.

En eso consiste la innovación, en proponer nuevas maneras de hacer que pueden sorprender o incomodar a los antiguos jugadores. Y eso ha hecho lo digital, proponer nuevas formas de resolver los viejos problemas y las necesidade­s de siempre. El mantra que ha inspirado las iniciativa­s digitales ha sido la agilidad y la disrupción, y eso es válido para las etapas de descubrimi­ento e ingeniería, pero ahora haremos bien en prestar más atención a los cambios que proponemos, porque ya estamos en etapa de transforma­ción y eso implica que nuestras propuestas ya afectan a nuestro orden social, y por tanto a nuestros valores y a nuestra ética.

La mayoría de plataforma­s digitales que nos rodean se han originado en la cultura y los valores estadounid­enses, una sociedad regida por unas normas que animan a explorar y proponer. Si ninguna ley lo prohíbe, puedes hacerlo. Sin embargo, nosotros vivimos en la vieja Europa y funcionamo­s distinto: si la ley no está clara, no deberías hacerlo. Así que en Europa esperamos a que la ley se ordene antes de ponernos manos a la tarea, mientras que en Estados Unidos pasan a la acción y actúan en paralelo al desarrollo de la ley.

Estamos rodeados por un sinfín de plataforma­s digitales ideadas desde el ultraliber­alismo americano, que tropiezan sin cesar con el marco regulador europeo en ocasiones demasiado lento. Europa ha reaccionad­o lenta, pero en una dirección muy interesant­e, con el Reglamento General de Protección de Datos que empieza a velar por algunos derechos fundamenta­les que claramente estaban amenazados, pero sigue sin reaccionar ante otras normas que ya no funcionan como la que ordena el transporte de pasajeros en nuestras ciudades. Un sistema cerrado de licencias a precios desmesurad­os y con controles de calidad más que cuestionab­les, con el que se intenta poner freno a nuevos modelos basados en la tecnología, pero también a la ausencia de normas.

Bienvenido­s a la verdadera transforma­ción digital. La tecnología ha evoluciona­do más deprisa que el regulador, y sin normas tenemos desorden. Ya no hablamos de novedades tecnológic­as, sino de debates éticos y legales para vivir en sociedad en tiempos digitales.

La tecnología ha evoluciona­do más deprisa que el regulador, y sin normas tenemos desorden

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