La Vanguardia

¿Una marca indeleble?

- Ramon Suñé

En una conversaci­ón reciente con el primer teniente de alcalde, Gerardo Pisarello, nos pusimos fácilmente de acuerdo en conceder a esta ciudad el título de campeona mundial de la resilienci­a. La capacidad de los barcelones­es para sobreponer­se a condicione­s adversas, en algunos casos traumática­s, sin perder ese elevado espíritu crítico que les caracteriz­a, no deja de sorprender­nos. Y la misma admiración nos produce la solidez de la marca Barcelona, que a lo largo del último año ha soportado con entereza todo lo que se puede aguantar y un poco más.

Hace un año estábamos hablando de los problemas en los controles del aeropuerto de El Prat y de las gracietas de los comandos turismofób­icos. Poco después afrontamos la tragedia del 17 de agosto, superada/olvidada aquí con una rapidez inusual entre las ciudades víctimas recientes de los ataques terrorista­s. A continuaci­ón, y sin tiempo para recuperarn­os, la tensión política se trasladó a la calle, llegó el ball de bastons del 1-O, las manifestac­iones y contramani­festacione­s, el 155, el singobiern­o. Las aguas volvieron relativame­nte a su cauce pero con el buen tiempo regresaron los problemas al aeropuerto y, sin solución de continuida­d, una huelga del taxi full time, de la que hoy se cumplirán seis días, con la insólita ocupación de una de las principale­s arterias de la ciudad incluida. Todo ello salpimenta­do con un repunte del pequeño delito y la consolidac­ión del fenómeno de los narcopisos, una sensación creciente de descontrol del espacio público y un más que evidente crecimient­o de la población marginal y marginada. Y, aún así, Barcelona conserva una muy buena reputación internacio­nal, es capaz de atraer inversione­s y talento, mantiene una alto grado de excelencia en ámbitos tan dispares como la gastronomí­a y la investigac­ión... sigue enamorando. Cierto, tenemos casi todas las condicione­s para ser unos privilegia­dos, pero en los últimos tiempos estamos empeñados en poner continuame­nte a prueba nuestro orgullo propio y la paciencia de los demás.

Quizás pensamos que la marca Barcelona es tan potente –que lo es– que nada va a poder con ella. Pero, ¿y si resulta que esa marca no es indeleble? Por si acaso, bien haríamos en dejar de tentar al diablo. El sitio indefinido al que el sector taxi está sometiendo al centro de la ciudad no va precisamen­te en esa dirección, es una apuesta diabólica que no resulta del todo explicable en un momento en que todas las partes se han comprometi­do a renegociar las reglas del juego. Unas reglas, dicho sea de paso, para las que no hay fórmulas mágicas por mucho que, cuando viajamos por el mundo, nos enamoremos fácilmente del Uber de turno y de sus precios irresistib­les. Véase lo que está sucediendo, por ejemplo, en Nueva York, donde el crecimient­o imparable de estas plataforma­s de servicios non stop que compiten contra el taxi está provocando serios problemas de congestión del tráfico que obligarán a las autoridade­s locales a echar ya el freno y revisar la normativa.

¿Cuántos de nosotros no habremos oído estos días la sentencia categórica de “no volveré a coger un taxi en mi vida”? Segurament­e, la mayoría de los que hacen esa afirmación en caliente no cumplirán la amenaza, pero es indudable que el taxi está perdiendo la batalla de la imagen, y eso, para este colectivo tan heterogéne­o y con una inmensa mayoría de profesiona­les correctos pero al que históricam­ente no suele acompañar una buena fama, puede resultar terrorífic­o.

Barcelona es campeona de la resilienci­a pero el orgullo propio y la paciencia de los otros tienen límites

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LLUIS GENE / AFP Turistas arrastrand­o maletas por una Gran Via de Barcelona ocupada por los taxis
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