La Vanguardia

El mar también existe

Seis mil pasajeros se embarcan en el ‘Symphony of the seas’, un crucero con 20 restaurant­es y 15 piscinas

- Jordi Basté

Lo primero que sorprende al llegar a la terminal B del puerto de Barcelona es la fila india, ordenada, de turistas agrupados en familias que atraviesan el Moll de Ponent tirando de una maleta. Es la una del mediodía y el sol se tira a plomo acompañand­o una humedad insoportab­le. Hay japoneses, latinos, europeos que vienen andando desde el metro de Drassanes cerca de Colón sin un taxi que les lleve hasta su crucero. Una pareja de canadiense­s, con una niña con una pamela roja que está para comérsela, cuenta en la cola del embarque (es en el mar donde realmente se embarca) que han tardado cuarenta minutos en llegar hasta el Symphony of the Seas. Hablamos estos días, con la huelga de taxis, de los problemas para acceder al aeropuerto pero, en época de cruceros, el mar también existe. Esto a pesar de que los americanos (más de la mitad del pasaje de 6.000 personas) vienen ya perfectame­nte organizado­s en autocares fletados por Royal Caribbean. El resto de habitantes de esta ciudad flotante de 228.000 toneladas accederá hoy al barco más grande del mundo sudando y asumiendo el principal riesgo del viaje de ocho días: el gripazo. Como buen albergue regentado por norteameri­canos el aire acondicion­ado es de una generosida­d demostrabl­e. El impacto recibido por las bajas temperatur­as en la entrada principal del crucero es aplaudido a rabiar por la gente que asumimos la derrota frente a la mayoría, pero que pensamos que donde haya noviembre que se aparte el agosto.

El Symphony of the seas impre- siona por fuera y no te lo acabas por dentro. Es entrar en un centro comercial con habitacion­es y vistas al mar. Comparto planta (la octava de quince, así de bestia) con diferentes tipos de gente: los que visten informal, los que parece que van de safari o los que sólo les faltan las maracas caribeñas. Destacan las bermudas masculinas, evidente desastre no superado por la humanidad, y una enorme cantidad de gente con gorras (de los Hornets, de los Knicks, de Rossi, de Rihanna...).

El barco tiene 2.759 camarotes, el mío con vistas al mar. Y es que cuando vas a un crucero entregas con el precio tu estrés a cambio de una gestión amable de la tranquilid­ad . Cuando ha llegado la maleta al camarote, de repente aparece Engelbert, un hindú que será mi asistente y juraría que actor importante en este crucero. Todo amabilidad me apresura a bajar hasta la planta 6, donde el pasaje recibirá las órdenes que seguir. Nos amontonamo­s en diversas áreas. Me toca el Café Promenade (sí, hay Promenade como en Vacaciones en el mar). Dentro vídeo y en una pantalla sale el capitán, Ron Hempstead, todo apuesto, todo elegante, todo blanco, leyendo un texto de advertenci­a por si cometemos alguna locura o por si el Symphony of the seas se marca un Titanic. Al cabo de diez minutos nos dispersamo­s y la gente se lanza a descubrir este bicho con 20 restaurant­es y 15 piscinas. A las 18.30 h suena un bocinazo descomunal. Los 362 metros de barco sueltan amarras y se dirigen a Palma. En la cubierta de la planta 16 un dj pincha Solo con Demi Lovato. Pues así ocho días. En la cubierta nadie tira papel higiénico por la borda mientras el mar se ve de un azul despampana­nte. Llama a la puerta Engelbeert: ¿todo bien, señor?

El crucero más grande del mundo, atracado ayer en Barcelona, tiene 2.759 camarotes

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JORDI BASTE
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