La Vanguardia

Olekssi cierra el círculo

El ingeniero ucraniano que vio rechazado el asilo obtiene el permiso de residencia y recupera su trabajo de programado­r

- ROSA M. BOSCH

Ya puedo trabajar!”, exclama Oleksii Shostak, el ingeniero ucraniano de 34 años que llegó como refugiado a Catalunya en febrero del 2015 con su mujer y sus dos hijas de corta edad. Pero el asilo fue rechazado y la familia Shostak ha sobrevivid­o 15 meses gracias a la ayuda de amigos y al apoyo de entidades sociales. Ahora respiran tranquilos, pues Oleksii va a recuperar su empleo de programado­r el próximo 1 de agosto, una vez ha obtenido el permiso temporal de residencia por la vía del arraigo social prevista en la ley de Extranjerí­a.

El camino que han seguido los Shostak es similar al que intentan culminar otras personas a las que se deniega la protección internacio­nal. Esperan que se cumplan los tres años desde su llegada a España y se enfrentan al más difícil todavía, conseguir un contrato de un mínimo de un año. Oleksii partía con ventaja pues la multinacio­nal para la que trabajaba, la tecnológic­a alemana GFT, se había comprometi­do a readmitirl­o como programado­r una vez tuviera los papeles.

La historia empieza en febrero del 2015, cuando Oleksii; su mujer, Nataliya, también ingeniera, y sus dos hijas, ahora de tres y ocho años, llegan a España desde la provincia de Járkiv, fronteriza con la zona de guerra de Donetsk, piden el asilo y se adhieren al programa estatal de acogida al refugiado. Mientras se tramitaba la petición, en julio del 2016 Olekssi consiguió un buen empleo en GFT, en Sant Cugat, lo que les abrió las puertas a la autonomía económica.

La familia alquiló un piso en Rubí, donde la hija mayor empezó en la escuela. Nueve meses después, en abril del 2017, les llegó la notificaci­ón de que la solicitud de asilo había sido denegada. Pasó de refugiado a irregular y, muy a su pesar, GFT se vio obligada a rescindirl­e el contrato. Oleksii ya no tenía papeles.

Los Shostak perdieron la estabilida­d y tuvieron que recurrir de nuevo a la solidarida­d. “Tenemos unos amigos de Mataró que nos han ayudado mucho, cuando ha sido necesario nos han pagado el alquiler. También Cáritas, los servicios sociales de Rubí...”, cuenta Oleksii que inevitable­mente ha tenido que hacer faenas en la economía sumergida.

La salida era esperar a que se cumplieran los tres años desde su llegada a España, poder demostrarl­o con los empadronam­ientos en las diferentes ciudades en las que han vivido (Girona, Sevilla, Mataró y Rubí), presentar el certificad­o de penales y otros documentos y, sobre todo, el contrato por un año. Mientras, han aprovechad­o para hacer cursos de catalán, perfeccion­ar su castellano y patearse Catalunya tanto como han podido.

El sí llegó hace dos semanas. Y los Shostak ven cómo se cierra el círculo.

La denegación del asilo le dejaba en la calle y la familia volvía a depender de la ayuda social

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XAVIER CERVERA Oleksii Shostak, fotografia­do en Barcelona cuando era solicitant­e de asilo

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