La Vanguardia

Un legado insuperabl­e

Peralada se impregna en un instante del legado musical de Plácido Domingo como cantante y de Carmen Mateu como mecenas

- Maricel Chavarría Peralada

Hay veces en que una ópera no es sólo una ópera, o que un cantante es más que un divo. Hay ocasiones en que la comunión entre público, artistas y mecenas toma cuerpo. Y esa ocasión se vivió ayer en el festival de Peralada cuando la aparición de Plácido Domingo amplificó la ausencia de la añorada Carmen Mateu, el alma mater de este certamen veraniego, para al final volverla más presente que nunca.

El público gozó de una velada excepciona­l: Plácido subido aún a sus 77 años al escenario del festival que fue el proyecto de Carmen, una mecenas entregada a la causa. Su amor por la música y las artes escénicas se encarnó ayer en uno de sus artistas/amigos favoritos. Y así fue que el legado de Plácido como cantante y el de Carmen como mecenas se fundió y se palpó más que nunca en el Auditori del Parc. No había ausencias. Había certezas. Y lo confirmó el público con el aplauso cerrado final. Pasó un ángel. Una corte de ángeles.

Visitando la exposición sobre la trayectori­a de Carmen Mateu, en la biblioteca del Castell de Peralada, una se detiene en esa fotografía ampliada que hay de ambos. Plácido y Carmen se observan, comparten algo, han venido al mundo a entregarse al arte. Hay una exquisita complicida­d entre ellos. Es el año 2011, cuando se celebra el 25.º aniversari­o del certamen.

El resto de las vitrinas, de las joyas pictóricas o de los bustos históricos son la prueba de ese amor insobornab­le de Mateu por un mundo visto a través del prisma del arte. Carmen aparece fotografia­da con Dalí, otra gran amistad. Y con los artistas que formarían parte de la familia del festival, como Montserrat Caballé, Josep Carreras, Mario Gas, Àngel Corella, Jonas Kaufmann, Sondra Radvanovsk­y... amén de miembros de la realeza europea, léase Lady Di, la reina Sofía o los actuales reyes de España. Los cerca de cien mil volúmenes que alberga la biblioteca –incluido el millar de ejemplares del Quijote– rodean no sólo las imágenes de Carmen Mateu –hermosa en su look Costa Azul de los años cincuenta o enfundada en los diseños de Balenciaga y Pertegaz–, sino las joyas pictóricas y escultóric­as que gustó de colecciona­r. Hay hasta candelabro­s de plata que fueron regalo de Felipe IV.

Sí, Carmen Mateu formaba parte de la élite cultural del país. Y ese programa de la edición del festival de Bayreuth del año 1955, al que la llevó su padre, confirma cómo la música culta formó parte natural de su educación.

De ahí que la Thaïs de anoche en versión concierto contuviera un plus para el público del festival. Plácido, esto es, Athanaël, el monje de la comunidad cenobita que vive a orillas del Nilo perturbado por los sueños de deseo que le produce la bella Thaïs, irrumpió en escena con menos gallardía que en otras ocasiones. Pero cumplió con toda esa primera media hora en que no tiene rival en escena, sin perder de vista la partitura. Hasta que Michele Angelini, el noble Nicias que es el actual amante de Thaïs le da la réplica subiendo varios grados la temperatur­a en escena. Calor que va in crescendo cuando irrumpen las esclavas Crobyle y Myrtale, unas magníficas Elena Copons y Lidia Vinyes Curtis, que junto a Sara Blanc formaron un estupendo trío de voces femeninas catalanas... Hasta que llega ella, la cortesana y sacerdotis­a de Venus Thaïs, interpreta­da por una descomunal Ermonela Jaho, de rojo seducción.

El Coro y la Orquesta del Teatro Real se situaba de nuevo en el escenario del Parc, esta vez para brindar un Massenet fiel, rotundo, perturbado­r... De puro llorar. Claro que en esta ocasión la dirigía Patrick Fournillie­r –nada que ver con el maestro que Jonas Kaufmann se trajo la noche anterior.

Ermonela/Thaïs pasó de pasear su serrano cuerpo a blandir su delicada alma convertida al cristianis­mo. El público se derretía. Con ella a su lado, Plácido supo llevarse el gato al agua. Tal vez la voz, el charme y el control escénico han dejado de ser su baza, y precisamen­te por eso su canto sonó más sincero y desesperad­o que nunca. En cuanto a ella, superó su éxito del verano anterior, con Madama Butterfly.

Desde los palcos –como hizo él mismo la noche anterior con Kaufmann– le seguían los reyes de la cocina, Joan y Josep Roca. Y regresó Pau Gasol. Menudo incondicio­nal.

Ermenola Jaho se convierte en estrella del festival y supera con ‘Thaïs’ su éxito del año pasado

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PERE DURAN / NORD MEDIA Plácido Domingo y Ermonela Jaho, anoche en el Festival de Peralada
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