Final de temporada
Hasta prácticamente el siglo XVIII, las estaciones meteorológicas eran cinco: primavera, verano, estío, otoño e invierno. La primavera, los primeros calores, significaba el renacimiento de la vida y el reinicio de la rueda que sigue moviendo nuestra existencia. El mundo se despereza tras el largo sueño invernal, la tierra deja de estar dura y helada, puede volver a ser cultivada. Un año más, hemos sobrevivido a la muerte de la naturaleza. Era una estación muy larga, de los últimos fríos a la ya plenitud del fruto, de enero a junio, y después llegaba el verano (sí, en castellano se entiende mejor la distinción que en catalán; es evidente), con el cereal en sazón y, enseguida, entre los primeros días de julio y los primeros de septiembre, el estío propiamente dicho, el ferragosto de los italianos, Sirius en el horizonte, al alba, la estrella de la mañana, ese tiempo de canícula y cantos de cigarra, botijo, sudor y siesta y persiana bajada en una ventana que no se abrirá hasta llegada la noche.
Hoy, último lunes de julio, cerramos la barraca y finalizamos la temporada. Espero que nos reencontremos en septiembre, el mes de las recuperaciones y las promesas aplazadas. Pero antes atravesaremos, buscando cada cual el fresco como busca el perro la sombra, estos días de sol abrasador y calores desarmantes. Nos invadirá la galvana, si andamos por el Empordà, tan emparentada con la acedia o acidia medieval, mitad pereza y mitad tristeza. Taedium vitae, spleen (que quiere decir bazo en inglés), melancolía, enfermedades del alma que se agravan con las temperaturas sofocantes, como dicen sufren más los desgarros de la ausencia los ancianos y los amantes. Pero también es un tiempo para esa holganza siempre algo culpable, aunque este año deberá, pese a que el paisaje arda en fiebres de muchos grados, serlo un poco menos. Toca descansar y reponerse, resistir este año no sé si astronómico o meteorológico que ha sido demasiado para muchos de nosotros. No se lo voy a recordar ahora, en el último lunes de julio, pero que si Trump, guerra comercial, cambio climático y todo lo nuestro, desde la cosecha de octubre a las cárceles del invierno. Perdón, había prometido no recordarles todo eso. Así que dejen estar por un tiempo el malestar que les oprime, sea del signo que sea, y reencuéntrense con gentes que les quieran, con paisajes que ustedes amen, con todo lo que les recuerde y evoque la vida. Porque ha pasado un año más y hemos sobrevivido, al menos los que lo hemos hecho. Porque sí, también habrá que hacer recuento y recordar a los que ya no están, los que quedaron atrás, en algún montículo de esa tierra hoy calcinada. Pero estamos, seguimos vivos. Y eso es motivo más que sobrado para dar gracias y esperar lo mejor del renacimiento que otra vez llegará, no lo duden, por más largo que sea el invierno, por más triste que resulte el otoño, aunque hoy sólo vean las cenizas del último incendio y el sol les ciegue la mirada.
¡Feliz estío y hasta septiembre!
Hasta el siglo XVIII hubo cinco estaciones: primavera, verano, estío, otoño e invierno