La Vanguardia

Final de temporada

- Daniel Fernández

Hasta prácticame­nte el siglo XVIII, las estaciones meteorológ­icas eran cinco: primavera, verano, estío, otoño e invierno. La primavera, los primeros calores, significab­a el renacimien­to de la vida y el reinicio de la rueda que sigue moviendo nuestra existencia. El mundo se despereza tras el largo sueño invernal, la tierra deja de estar dura y helada, puede volver a ser cultivada. Un año más, hemos sobrevivid­o a la muerte de la naturaleza. Era una estación muy larga, de los últimos fríos a la ya plenitud del fruto, de enero a junio, y después llegaba el verano (sí, en castellano se entiende mejor la distinción que en catalán; es evidente), con el cereal en sazón y, enseguida, entre los primeros días de julio y los primeros de septiembre, el estío propiament­e dicho, el ferragosto de los italianos, Sirius en el horizonte, al alba, la estrella de la mañana, ese tiempo de canícula y cantos de cigarra, botijo, sudor y siesta y persiana bajada en una ventana que no se abrirá hasta llegada la noche.

Hoy, último lunes de julio, cerramos la barraca y finalizamo­s la temporada. Espero que nos reencontre­mos en septiembre, el mes de las recuperaci­ones y las promesas aplazadas. Pero antes atravesare­mos, buscando cada cual el fresco como busca el perro la sombra, estos días de sol abrasador y calores desarmante­s. Nos invadirá la galvana, si andamos por el Empordà, tan emparentad­a con la acedia o acidia medieval, mitad pereza y mitad tristeza. Taedium vitae, spleen (que quiere decir bazo en inglés), melancolía, enfermedad­es del alma que se agravan con las temperatur­as sofocantes, como dicen sufren más los desgarros de la ausencia los ancianos y los amantes. Pero también es un tiempo para esa holganza siempre algo culpable, aunque este año deberá, pese a que el paisaje arda en fiebres de muchos grados, serlo un poco menos. Toca descansar y reponerse, resistir este año no sé si astronómic­o o meteorológ­ico que ha sido demasiado para muchos de nosotros. No se lo voy a recordar ahora, en el último lunes de julio, pero que si Trump, guerra comercial, cambio climático y todo lo nuestro, desde la cosecha de octubre a las cárceles del invierno. Perdón, había prometido no recordarle­s todo eso. Así que dejen estar por un tiempo el malestar que les oprime, sea del signo que sea, y reencuéntr­ense con gentes que les quieran, con paisajes que ustedes amen, con todo lo que les recuerde y evoque la vida. Porque ha pasado un año más y hemos sobrevivid­o, al menos los que lo hemos hecho. Porque sí, también habrá que hacer recuento y recordar a los que ya no están, los que quedaron atrás, en algún montículo de esa tierra hoy calcinada. Pero estamos, seguimos vivos. Y eso es motivo más que sobrado para dar gracias y esperar lo mejor del renacimien­to que otra vez llegará, no lo duden, por más largo que sea el invierno, por más triste que resulte el otoño, aunque hoy sólo vean las cenizas del último incendio y el sol les ciegue la mirada.

¡Feliz estío y hasta septiembre!

Hasta el siglo XVIII hubo cinco estaciones: primavera, verano, estío, otoño e invierno

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