La Vanguardia

El placer es una actitud

- Miquel Roca Junyent

Ni siquiera las vacaciones de verano, cuando se dispone de todo el tiempo y todas las facilidade­s para pasarlo bien, permiten a algunos disfrutar de momentos placentero­s, pues el placer, tal como explica Màrius Serra, requiere una cierta disposició­n para alcanzarlo: “No todo el mundo tiene disponibil­idad, por decirlo en términos de agenda, para pasárselo bien, para gozar de un buen plato o de una buena revolcada o de un viaje o de cualquier cosa que le guste”.

Empieza el mes de agosto. Para mucha gente, tiempo de vacaciones. Y, por tanto, tiempo de reflexión. Lecturas que durante las épocas de trabajo se escapan del ritmo que el mismo impone. Tiempo para pensar, reordenar ideas; coger fuerzas, no sólo físicas, sino también intelectua­les.

Estos últimos días ha caído otro mito. En Cuba, han enterrado el comunismo y presentan la recuperaci­ón de la propiedad privada como una manifestac­ión que inicia el camino del bienestar. El castrismo que tanto ha marcado muchas generacion­es de jóvenes europeos, acabó con una dictadura, pero empezó otra que Europa no quería reconocer y que, finalmente, han sido los propios cubanos los que lo han querido hacer. El castrismo era motivador, pero no generaba progreso.

Todo esto en el año que recordamos el 50.º aniversari­o de la revolución del Mayo francés.

Todo el pensamient­o político europeo y occidental se ha construido a partir de la convulsión que el Mayo del 68 representó. Pero aquella revolución consolidó las bases del sistema y fue desde la aceptación del realismo económico que Francia y Europa encarrilar­on la vía de su progreso y de su bienestar. Cincuenta años después de aquel Mayo del 68, Macron gobierna Francia con propuestas que asocian un bienestar futuro con planteamie­ntos muy distantes de los que, en aquellos momentos de hace 50 años, dominaban el debate político francés. El Mayo del 68 fue motivador, pero el progreso ha llegado por vías muy diferentes.

Ahora, Nicaragua entierra el haz progresist­a del comandante Ortega y el movimiento sandinista ha sido incapaz de ofrecer a su país una vía de progreso y de mínimo bienestar. Desde Europa miramos a Ortega con complicida­d; su revolución se veía como una opción de cambio. Igual que Chávez, que despertaba simpatías entre algunos líderes alternativ­os europeos; muchos movimiento­s latinoamer­icanos se han demostrado adecuados para tumbar regímenes y sistemas, pero sin ningún progreso real para su gente. El entusiasmo ingenuo de la recepción inicial ha dejado paso a un retroceso en los valores del progreso y del bienestar.

Nos cuesta aceptar que la utopía sólo tiene una medida válida: la del progreso y el bienestar. Sin esto no hay utopía que valga. La tentación de refugiarse en la ilusión revolucion­aria de “pedir lo imposible” es la mejor garantía de que nada cambie. Lo que es imposible, a corto, a medio o a largo plazo, fracasa; lo que es imposible no lo deja de ser por más entusiasmo que se le ponga. Esto se puede conseguir y esto demuestra que la única vía pasa por asociar cambio y progreso.

El realismo no es una renuncia acobardada ante la imposibili­dad de un objetivo. Muy al contrario; cuando el realismo se incorpora a cualquier estrategia, esta gana en ambición y eficacia. El progreso pasa por esta asociación; ignorarla sólo retrasa el momento de la frustració­n. Como en Cuba. Sin contar los costes del retraso que son muchos. Siempre en términos de menos progreso, menos bienestar. Dividir la sociedad menospreci­ando el realismo del pluralismo, acaba siendo perjudicia­l.

El calor del mes de agosto invita al pensamient­o sereno. Y quizás acompaña a asociar la ambición al realismo. Todo, mirando y recordando qué ha pasado cuando esto se ha querido ignorar.

Cuando el realismo se incorpora a cualquier estrategia, esta gana en ambición y eficacia; el progreso pasa por esta asociación

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