La Vanguardia

Un Omega y el cromosoma Y

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

El misterio ha tardado 64 años en resolverse. El 26 de marzo de 1954, justo el día que cumplía 35 años, el ciudadano francés Henri Le Masne, funcionari­o del Ministerio de Finanzas en París, abandonó su hotel, solo, para pasar la mañana esquiando. Nunca regresó. Desapareci­ó entre las nieves perpetuas y los hielos del monte Cervino, en los Alpes, en la frontera entre Italia y Suiza.

Gracias a la tenacidad de la justicia y de la policía científica italianas, unida a los adelantos de la tecnología genética y al poder de irradiació­n global de las redes sociales, los restos de Le Masne, hallados en el 2005 aunque no se sabía a quién correspond­ían, han sido finalmente identifica­dos. El hermano menor, Roger, que tiene ya 95 años, ha recibido la noticia con gran alegría. Es para él un consuelo tardío, pero inesperado y extraordin­ario, ante aquella pérdida que tanto le dolió.

Durante más de medio siglo, el cadáver quedó cubierto de hielo. Lo encontraro­n a una altitud de 3.100 metros. Pero en aquel momento nadie pudo atar cabos. Había pasado demasiado tiempo para vincularlo a Le Masne, una desgracia lejana y olvidada. Era un muerto sin nombre, aunque se sabían algunas cosas interesant­es de él. Se trataba de una persona acomodada, miope, en la treintena y que medía 1,75 metros. ¿Por qué acomodada? Pues en virtud de los esquíes de madera que usaba, un modelo Rossignol Olympique, número 7200210, muy común entre los esquiadore­s de cierto status en los años 40 y 50. Los investigad­ores italianos dedujeron que el fallecido era “un asiduo esquiador con elevada disponibil­idad económica”. Otro detalle corroborab­a esta hipótesis. Los palos eran de metal, un lujo en aquella época. Lo habitual era emplear palos de bambú.

Otros hallazgos contribuye­ron a construir una identidad aproximati­va del muerto. Llevaba en la muñeca un reloj Omega, número de serie 11666171, que solía venderse en las colonias francesas del norte de África, como Argelia o Marruecos. En el bolsillo había un carnet válido para 60 viajes en el funicular Breuil-Plan Maison. Las botas eran de alta gama, con doble atadura, anterior y posterior. También se encontraro­n unas gafas de miope, de montura de concha, con más dioptrías en el ojo derecho. La camisa llevaba bordadas las iniciales M.M. Por otra ropa que llevaba, bastante ligera, se dedujo que el accidente debió producirse al final del invierno o inicio de la primavera. Había una alta probabilid­ad, por varias razones, de que se tratara de un ciudadano francés.

Estas informacio­nes tan concretas apenas sirvieron para avanzar en la identifica­ción de los restos. Pero la justicia italiana no se desanimó. El caso se mantuvo abierto. En el 2010 todos los elementos conocidos se introdujer­on en el nuevo banco nacional de datos sobre personas desapareci­das. Durante varios años, los funcionari­os de este servicio rastrearon en internet y en la prensa de la época, con resultado negativo. El siguiente paso fue extraer

La policía italiana identifica al esquiador francés que murió en los Alpes en 1954

Henri Le Masne tuvo el accidente cerca del monte Cervino el día que cumplía 35 años

el perfil genético de los restos, sobre todo el cromosoma Y, para poder compararlo con parientes masculinos de la víctima.

Cuando se tuvo toda la informació­n, y como enésimo intento de despejar el enigma, la Policía de Estado italiana la divulgó por las redes sociales, también en francés. Pocos días después, Emma Nassem, sobrina de Le Masne, oyó la noticia en una radio y se le encendió la luz. “¿Y si fuera el tío Henri?”, pensó. Nassem se puso en contacto con su padre, Roger, y luego con la policía italiana. Una foto mostró que la montura de las gafas coincidía. Bastó extraer saliva del hermano para verificar, sin margen de duda, que se trataba de Henri. Roger no pudo contener la emoción. Explicó a la prensa que a su hermano, soltero, le apasionaba la montaña, y que llevaba una vida normal, en París, como empleado ministeria­l. Había reservado una habitación de hotel en el valle de Aosta, durante 15 días. Allí guardaba 35.000 liras italianas y 5.000 francos franceses, unas sumas respetable­s. Era un hombre elegante, en la ciudad y en la montaña. Los rastros delataron bastante bien su personalid­ad, pero sin el ADN quizás nunca se habría dado con su paradero.

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EFE Al detalle. Biólogas forenses de la policía italiana analizan pequeños objetos de Le Masne
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EFE

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