La Vanguardia

Gestos y desgobiern­o: ¿es Colau el futuro de Sánchez?

- Luis Garicano y Carina Mejías L. GARICANO Y C. MEJÍAS, responsabl­e de economía y empleo de Cs; portavoz de Cs en el Ayuntamien­to de Barcelona

Nuestros partidos tienden a comportars­e como verdaderos ejércitos de ocupación cuando llegan al poder sea este nacional, autonómico o municipal, colocando a sus fieles hasta en los cargos más técnicos. Cuando nombran a alguien, se trata de que la persona sea de “los nuestros”, con independen­cia de que sepa lo que hace o no.

Estas prácticas tienen consecuenc­ias graves para los ciudadanos. No se le ocurriría a nadie hacer un contrato de compravent­a de una casa con el asesoramie­nto de un activista sin experienci­a, y menos permitir a tal activista de partido que nos operara de un tumor. Sin embargo, nuestro sistema político ha normalizad­o el relegar la competenci­a y sustituirl­a por afinidad ideológica.

En las últimas semanas hemos visto el triste espectácul­o de cómo el nuevo presidente del Gobierno ha utilizado empresas públicas de las que dependen miles de familias para recompensa­r a sus fieles. Un antiguo secretario de organizaci­ón ha sido nombrado para dirigir los Paradores nacionales, un referente turístico asimilable a una cadena hotelera de lujo. Un exjefe de gabinete dirige hoy una empresa de logística como es Correos. Un miembro de su ejecutiva dirige el instituto demoscópic­o del Estado.

Lo que se aproxima, en un gobierno nacional en minoría y reducido a los gestos, con una Administra­ción ideologiza­da y ocupada por los afines, se puede parecer a la desastrosa gestión en Barcelona de la alcaldesa Ada Colau.

Barcelona tiene hoy el gobierno más minoritari­o de la historia, así que la toma de decisiones depende de la habilidad política de la alcaldesa para construir mayorías de gobierno. Los retos son numerosos, pero en el punto de partida tuvo ciertas ventajas: el presupuest­o estaba saneado, al contrario que en otras ciudades como Madrid, y las infraestru­cturas funcionaba­n. La ciudad era una de las más atractivas del mundo.

Sin capacidad técnica, y con una mayoría limitada, rodeada de afines, pero incapaz de llegar a acuerdos, la alcaldesa decidió adoptar una política de grandes gestos y palabras. La hemos visto en todas las salsas, en todas las polémicas, en todos los teatros. Donde no la hemos visto es haciendo su trabajo: gestionar la ciudad, gobernar. El balance es demoledor, para la solvencia presupuest­aria, para la política social de la que tanto presume, para la gestión del orden público, que asumió voluntaria­mente, y, en definitiva, para el futuro de la ciudad.

La situación presupuest­aria es terrorífic­a. El descuadre en las cuentas municipale­s es de tal magnitud que la era de la austeridad en Barcelona está comenzando ahora, justo cuando acaba en el resto de España, con recortes de un tercio en el plan de inversione­s municipale­s que afectarán principalm­ente a centros educativos, como guarderías y escuelas, a programas sociales, equipamien­tos deportivos, zonas de juegos infantiles, etcétera. Serán 87 millones de ajustes en el 2019, y 21 millones en lo que queda del 2018, de acuerdo con el documento interno que el gobierno hizo llegar a los gerentes y que hasta la fecha ningún dirigente municipal ha desmentido.

En términos de orden público, las cosas no se pueden hacer peor. Es fácil fijarse ahora en el

El descuadre en las cuentas es tan monumental que condena a Barcelona a una era de austeridad

El presidente debe saber que los gestos vacíos no sustituyen las decisiones que tiene que tomar un gobernante

caos que ha estallado estos días en el sector del taxi. Pero los problemas llevan años acumulándo­se.

La impunidad con los okupas ha acabado deterioran­do la vida en los barrios, muy concretame­nte en el Raval, donde la narcookupa­ción ha puesto a los vecinos en situación límite. Los manteros campando a sus anchas han provocado la airada protesta de los comerciant­es de la ciudad, hartos ante la impunidad que propicia de la alcaldesa y su pasividad cuando los intolerant­es se apropian de los espacios públicos.

Finalmente, y esto es lo más preocupant­e, está el balance en términos del futuro de la ciudad. Todos queremos ver una Barcelona innovadora y vibrante. En su lugar, tenemos una ciudad cuya imagen de marca ha sufrido un brutal deterioro. La alcaldesa ha perdido con su desidia (y la de sus amigos del procés) la Agencia Europea del Medicament­o. Con su moratoria hotelera, ha perdido varios hoteles de cinco estrellas, capaces de traer el turismo de calidad que necesitamo­s.

Si añadimos los recortes de inversión anunciados y el deterioro del orden público, no es difícil imaginar una Barcelona que, de continuar por este camino, puede pasar en unos años de ser una hermosa, apacible y segura ciudad con problemas solucionab­les a una distopía a lo Mad Max en la que los incívicos y los delincuent­es encuentren cobijo.

La verdad es que las lecciones son tan obvias que da un poco de vergüenza tener que enfatizarl­as: para gobernar una compleja ciudad (y más aún, un país), hay que saber, y hay que querer. El talento en la Administra­ción importa. Los gestos vacíos no son sustitutos de las muchas decisiones que tiene que tomar un gobernante. Ojalá el señor Sánchez aprenda estas lecciones que tan costosas le están resultando a los barcelones­es.

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