La Vanguardia

Disponibil­idad para el placer

- EL RUNRÚN Màrius Serra

La búsqueda del placer puede ser un camino mucho más tortuoso de lo que pueda parecer, a primera vista, cualquier noche de verano

No hay que ser un asiduo a las Cuevas del Sado para saber que el placer y el dolor son las dos caras de una misma moneda. Que uno es la cara y el otro, hablando en cristiano, la cruz. Pocas veces buscamos el dolor, tal vez porque sabemos que ya viene solo. En cambio, nos pasamos la vida buscando el placer, entendiend­o placer como una pizca empírica de algo inalcanzab­le que llamamos felicidad. Hay placeres inconfesab­les, cuya búsqueda no siempre emprendemo­s consciente­mente, pero al final el motor profundo de todas nuestras acciones es obtener alguna gratificac­ión, algún beneficio, por más ínfimo o íntimo que sea. De hecho, hay gente tan dotada para la infelicida­d que incluso extrae placer de su sufrimient­o, sobre todo si lo puede exhibir. En períodos vacacional­es este dilema se agudiza. Al remitir las obligacion­es laborales contra las que vivimos, emergen en todo su esplendor nuestros miedos, nuestras frustracio­nes más íntimas, nuestras dudas más desgarrado­ras. Es como si el bochorno nos hiciese transpirar todo este magma interior. Por eso, durante las vacaciones de verano, que en principio asociamos al placer, se acaban generando tantos rifirrafes de esos que dividen familias, por decirlo en tertuliané­s. Algunos analistas de la actualidad política han hecho de esta división un nuevo cliché. Son los mismos que antes hablaban de “problemas reales que preocupan a la gente” y ahora de “temas que dividen a las familias”. Pero siempre se olvidan de las vacaciones de verano.

La búsqueda del placer puede ser un camino mucho más tortuoso de lo que parece, a primera vista, cualquier noche de verano. No hay fórmulas mágicas, porque cada momento es irrepetibl­e, pero hay una actitud que lo facilita mucho: estar dispuesto. Parece una majadería, pero no todo el mundo tiene disponibil­idad, por decirlo en términos de agenda, para pasárselo bien, para gozar de un buen plato o de una buena revolcada o de un viaje o de cualquier cosa que le guste. De hecho, una de las claves es no darle la espalda al placer, aunque no lo tengamos previsto. Estar disponible no quiere decir tenerlo agendado. De hecho, programar el placer no garantiza gran cosa. Va bien preparar las ventanas de oportunida­d, pero pretender pasar de escenógraf­o a guionista no necesariam­ente permite conseguir los objetivos. En eso de la disponibil­idad para el placer, en su biografía de Pompeu Fabra, Mila Segarra recoge un episodio formidable. Pasa antes de que descubrier­a el placer de practicar el excursioni­smo de forma organizada. Un día Fabra va a un entierro, vestido para la ocasión, y topa en la Diagonal con un amigo que sale de excursión. El hombre lleva ropa y calzado adecuados para la caminata, mochila y bastón. Le describe la ruta que piensa hacer y sus palabras atraen tanto a Fabra que se añade a la excursión, vestido de luto. Que la inspiració­n os pille trabajando y el placer siempre disponible­s. Feliz verano.

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