La Vanguardia

Un laberinto libre de pajas

Más de ochenta actividade­s diarias pueden hacerse en el crucero: desde cata de vinos hasta blanqueo de dientes

- Jordi Basté

Estaba claro. No podía ser que un crucero de estas caracterís­ticas saliera de Barcelona antes de las siete de la tarde y no llegara a Palma hasta las seis de la mañana. Once horas para recorrer unos 250 km con un barco que navega a casi 50 por hora era una invitación a los más de dos mil miembros de la tripulació­n a sacar las palas y empezar a remar (los huéspedes no, que nosotros aquí no pegamos sello). De hecho, he descubiert­o la trampa cuando, a las cinco de la mañana, los gritos de un niño llorón del camarote contiguo me han trastornad­o. Al abrir las cortinas he visto que Symphony of the seas estaba parado en el Mediterrán­eo. Comprobada la trampa he vuelto a acostarme hasta las ocho de la mañana, cuando ya estábamos perfectame­nte atracados. He recogido en la puerta del camarote el programa de actividade­s para hoy.

Un crucero es un laberinto no recomendab­le para aquellos que, siendo niños, se agobiaban la mañana del día de Reyes cuando debían escoger qué regalo abrir primero. Mientras desayuno cuento en el plan del día 83 actividade­s diferentes, que van des de una sesión de acupuntura, un análisis para el blanqueo de la dentadura, una cata de vinos italianos, un torneo de blackjack en el casino, karaoke (faltaría más) y clases de baile latino. Angustiado, he decidido ya a las diez de la mañana subir hasta la planta 16, donde hay una parte de las piscinas. La única zona donde existe el overbookin­g es la de fumadores, donde una treintena de personas fuman compulsiva­mente en unas tumbonas naranjas y azules. Un señor con una camiseta del Hard Rock de Cancún acompaña la absorción del LM con un whisky (de buena mañana) que ha pedido en el Pool Bar. Me acerco para tomarme un expresso y leo en un cartel que están prohibidas las infantiles pajitas de plástico (en casa jamás les llamamos pajas) por donde sorbíamos las bebidas. Leo que, reduciendo el uso de este tipo de plásticos, ayudamos a proteger los océanos. Por la zona llegan los bañistas que han decidido no visitar Palma. Todos con sus móviles, aplicando la locura de la cámara donde hay gente que lo graba todo (las vistas, las piscinas, los bares , los pasillos, los restaurant­es, las comidas ..... ) para desgracia de todos los parientes y amigos que deberán aguantar, de vuelta, las fanfarrona­das mostrando las entrañas de esta bestia marina. Cuando se estiran en las tumbonas, mayoritari­amente la gente lee su móvil. Ha descendido claramente el uso del libro de papel mientras se toma el sol. A pesar de ello he encontrado una mujer mayor sola leyendo un libro de una tal Laurine Snelling. Cuando la señora descubre que estoy, desacomple­jadamente, mirando la portada del libro me sonríe. Me muestra el título: A new day raising. La mujer me invita a compartir el sol y me cuenta que Snelling es una escritora experta en abrazos. Me largo cuando mi educación me lo permite por si acaso. Se van llenando las piscinas del crucero y, como en cualquier parque acuático, se escuchan los gritos de los críos que se tiran por oscuros toboganes cubiertos. En el fondo del paisaje la catedral de Palma se percibe envuelta en una niebla de humedad que no se puede aguantar. ¿Y que más da? Decido bajar a la isla como un turista más. Como uno de ellos.

El huésped del crucero toma el sol desde primera hora; al fondo, Palma

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JORDI BASTÉ
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