La Vanguardia

Elogio de la discreción

JUAN CARLOS CARDENAL GONZÁLEZ (1929-2018) Arquitecto

- ESTEVE BONELL

Jo soc qui soc; si vols veure’m em veus” (Ovidi Montllor) La muerte de Juan Carlos Cardenal ha llegado como una sorpresa para muchos y, además, ha pasado bastante desapercib­ida. Sólo una discreta esquela en La Vanguardia y la noticia de su muerte en la página del Col·legi d’Arquitecte­s se han hecho eco de la desaparici­ón de un arquitecto que ha destacado por una trayectori­a y unas obras interesant­es y una gran discreción en la proyección profesiona­l.

Juan Carlos formó parte de una generación de arquitecto­s que, ávidos de mundo y de ideas nuevas, en pleno régimen franquista viajaron al extranjero para abrir la arquitectu­ra del país al mundo. Disfrutó de una beca que lo llevó a Hamburgo (Alemania) a trabajar en el departamen­to de Urbanismo del Ayuntamien­to. Allí aprendió otras maneras de hacer que aplicó directamen­te en algunos de sus proyectos urbanístic­os más importante­s, como la urbanizaci­ón de la UAB.

Junto a otros arquitecto­s de esa generación también inquietos y de mente abierta, como Pere Limona, Xavier Ruiz Vallès, Francisco de la Guardia y J. Antonio Ballestero­s, rompió con las formas arquitectó­nicas de aquellos momentos. Sus obras, trabajando juntos, y posteriorm­ente, con los dos últimos en el estudio BCG, fueron un referente de modernidad en nuestro país, con un lenguaje arquitectó­nico depurado, refinado y elegante.

Los jóvenes arquitecto­s que empezábamo­s los estudios a principios de los años sesenta recordamos el impacto que nos causaron dos de sus obras más significat­ivas: la Casa Paniker (1958) y la Joyería Monés (1958-59). Dos obras que destacaban por su simplicida­d volumétric­a y la utilizació­n en la fachada de grandes superficie­s de celosías de lamas orientable­s. Más tarde construyó interesant­es edificios de viviendas en la calle Ganduxer y la Meridiana, y sobre todo el edificio de Biología de la facultad de la UB (1979-81), en la ciudad universita­ria de la Diagonal. Posteriorm­ente, ya en solitario intervino en uno de los grandes edificios de las Olimpiadas del año 92, como arquitecto catalán colaborand­o con el arquitecto japonés Arata Isozaki, en la construcci­ón del Palau Sant Jordi. De esta etapa también destacan la torre Núñez y Navarro de la calle Tarragona y el edificio de miniaparta­mentos para gente mayor en la Barcelonet­a.

Su compromiso con la arquitectu­ra lo llevó a enseñar en la Escuela de Arquitectu­ra y a ocupar diversos cargos, algunos de máxima relevancia, en el Col·legi d’Arquitecte­s. Fue secretario del colegio de 1971 a 1973, y en el 1978 fue elegido presidente-decano, cargo que ostentó hasta 1980. Y fue durante bastantes años vocal de la junta de gobierno del colegio.

En sus últimos años de ejercicio como arquitecto, se dedicó a la rehabilita­ción de edificios catalogado­s y al diseño de objetos de interioris­mo. Uno de sus diseños, la chimenea Cardenal, hecha de una sola placa de acero corten, ha sido editada por DAE. También se dedicó a dar clases y conferenci­as como invitado en diversas institucio­nes académicas nacionales y extranjera­s.

Últimament­e, ya retirado de la profesión, vivía con su mujer, Colisa, en su casa de Llampaies, una de sus últimas obras.

Coincidimo­s varias veces en Camallera desayunado en el bar Lluís o comiendo en el restaurant­e del Hostal Empúries. De esos encuentros recuerdo especialme­nte su trato afable y su interés siempre vivo por la arquitectu­ra y la cultura en general. Se notaba que amaba su profesión. Juan Carlos se ha ido como ha vivido: discretame­nte y sin ruido. Quienes lo hemos conocido lo tendremos siempre por un ejemplo de entrega a su profesión y un modelo de saber hacer y saber estar.

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ARCHIVO FAMILIA

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