¿Ganarán los halcones de Moscú?
La reciente discrepancia entre Estados Unidos y Europa ha sido interesante por varias razones. La comparación entre lo que gasta Estados Unidos y la aportación de los países europeos es esclarecedora. Sin embargo, ¿hasta qué punto es ilustrativa sobre el rendimiento de los diversos ejércitos en el campo de batalla? En un pacto informal alcanzado a comienzos de este siglo, los países miembros de la OTAN acordaron que cada uno debería aportar el 2% de su PIB a la Alianza Atlántica. Una revisión del tema que data del 2016 muestra que sólo Estados Unidos y Francia han cumplido este objetivo.
Es necesario aplicar una perspectiva más pormenorizada para establecer de qué forma se emplean los presupuestos de los distintos países. En Estados Unidos, por ejemplo, el capítulo más costoso con diferencia es el de los salarios, lo cual es comprensible porque sin tal estímulo menos gente se apuntaría a las fuerzas armadas. Otra diferencia sobresaliente entre el presupuesto estadounidense y el de los países europeos es el hecho de que en Estados Unidos se aplica especial esfuerzo para que el personal militar se sienta a gusto en el cumplimiento de sus funciones. Es decir, un considerable mayor porcentaje del presupuesto de defensa se destina no al armamento sino a servicios como psicólogos o buenos cocineros; es decir, a personal y tareas que indudablemente resultan de utilidad pero que no necesariamente contribuyen de modo directo al rendimiento de los soldados en el campo de batalla.
Referirse a ciencia cierta a los presupuestos de defensa no es una cuestión fácil por diversas razones. Todos están de acuerdo en que en el seno de la OTAN, Estados Unidos es el mayor contribuyente al presupuesto, pero cuando se trata de los demás líderes contribuyentes, surgen las diferencias de opinión. De acuerdo con los países que aportan información en términos de PIB, Francia se sitúa en segundo lugar y todos los demás gastan menos del 2% del PIB (producto interior bruto). Pero si se exponen los datos en términos de PNB (producto nacional bruto), Francia gasta menos del 2%, mientras que otros países como Polonia, Estonia, Grecia y otros dos o tres más gastan por encima de esa cifra.
Según una fuente, Italia y Turquía gastan aproximadamente la misma cantidad; en ambos casos, la necesidad de interceptar la inmigración ilegal es probablemente la razón principal. En el caso de Turquía, su guerra interna contra minorías como los kurdos desempeña también indudablemente un papel decisivo. España en los últimos años también ha entrado en esta categoría…
Durante muchos años se han lanzado advertencias en el sentido de que los miembros europeos de la OTAN no aportan una contribución suficiente y se pone como ejemplo a Alemania. No obstante, no todos los países europeos miembros de la Alianza Atlántica se sienten a disgusto sobre el particular. Hubo un tiempo, no hace mucho, en que Alemania figuraba entre los mayores contribuyentes a su presupuesto militar y varios aliados europeos se sentían descontentos ante este panorama.
La cuestión decisiva en estos debates se menciona en raras ocasiones; la OTAN se fundó porque los países de Europa occidental se sintieron amenazados. Sin embargo, en la actualidad, los días de la revolución mundial han tocado a su fin. El comunismo ha sufrido un golpe del que probablemente nunca se recuperará. Vladímir Putin, ciertamente, quiere recuperar el territorio de la Unión Soviética y el poder en su máxima medida. También quiere que Rusia se convierta en una potencia mundial, una de las tres existentes actualmente. Inició su propósito en Crimea, pero no acabará ahí.
El actual Gobierno estadounidense considera que la Rusia de Putin es un amigo, no un enemigo. ¿Por qué gastar tanto dinero contra un enemigo que no es realmente un enemigo, sino que simplemente quiere recuperar algo de su anterior esplendor? Cierto, en el Kremlin está también instalado un partido nacionalista a lo “Rusia primero”, pero no tiene ante sí un futuro brillante; podrá conseguir algunas, pero no todas sus metas. Consideran que Estados Unidos y Occidente han sido siempre, sin interrupción, enemigos de Rusia.
Han presionado en favor de un ataque militar, sobre todo contra Estados Unidos, al que consideran el principal enemigo. No obstante, esto no sólo resulta completamente erróneo desde el punto de vista histórico; hasta principios del siglo XX o, con mayor precisión, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética no figuró en absoluto entre las consideraciones de la política exterior estadounidense. No se convirtió en un enconado enemigo hasta principios de los años cincuenta. En la actualidad, estas ideas aparecen sólo en las páginas del semanario Zavrtre y en los artículos de Nikolai Patruschev.
Patruschev fue durante muchos años el sucesor de Putin al frente del FSB, el Servicio Ruso de Inteligencia Exterior, y desde entonces ha sido durante otros tantos años director del Consejo de Seguridad de Rusia. En una serie de entrevistas, ha hablado sobre la política rusa hacia Estados Unidos, especialmente en dos largas entrevistas de octubre del 2014 y junio del 2015.
En la conversación del 2014, Patruschev dijo que la crisis de Ucrania era totalmente previsible; simplemente un episodio más de la continua (y encubierta) conducta agresiva de Estados Unidos y de sus aliados más cercanos, durante un cuarto de siglo. Según él, si no se hubiera tratado de Ucrania, Estados Unidos habría encontrado otra causa en los años que siguieron a la caída de la Unión Soviética.
Estados Unidos ha actuado (según Patruschev) de forma especialmente descarada. Los círculos gobernantes de Estados Unidos hicieron todo lo posible para apoderarse del control de las materias primas, líneas de transporte, etcétera, en el marco de un plan para desmembrar la Unión Soviética. Únicamente gracias al firme liderazgo y sólidas convicciones del presidente Putin pudieron detenerse tales intentos. La agresividad de Estados Unidos ha menguado ligeramente, pero posteriormente ha rebrotado la beligerancia; en resumen, quedó
Sectores extremistas dentro del Kremlin presionan a Putin en su política hacia EE.UU. y Occidente
claro que Estados Unidos no se inclinaba hacia una verdadera cooperación y diálogo positivo, sino que la política estadounidense traía a la memoria los ecos de la guerra fría.
No disponemos aún de un análisis completo de la posición de Patruschev y sus compinches sobre la presidencia de Donald Trump, pero caben pocas dudas de cómo será pese a los grandes esfuerzos del presidente a favor de una amplia distensión para alcanzar este tipo de colaboración con Putin.
Putin es un poco más cauteloso. ¿Por qué arriesgarse con unas maniobras militares si la actual Administración estadounidense está dispuesta a ceder al menos alguna de sus conquistas sin ofrecer resistencia? Sin duda, el presidente Trump parece dispuesto a cederlas sin luchar. La presión sobre él del partido nacionalista en Moscú continuará sin duda, pero ¿prevalecerán sus puntos de vista?