La Vanguardia

Un lema para Barcelona

- Sergi Pàmies

El mercado turístico estimula la propaganda institucio­nal. Ciudades, países y comunidade­s autónomas compiten para atraer al visitante con campañas que subrayan virtudes basadas en hechos reales y que ignoran el lado oscuro de quien, con la pasta de todos, paga el anuncio. Los cebos de propaganda son el paisaje, la gente (hospitalar­ia hasta la náusea ), el patrimonio gastronómi­co monumental, los atardecer es con siluetas de ciclistas recortadas a contraluz y una autoestima que alterna patriotism­o, cosmopolit­ismo y onanismo. Para envolver todo este concentrad­o de promesas de bienestar, hacen falta consignas que seduzcan al posible cliente y que, como el amor, funcionen a primera vista (el domingo lo comentaba Llàtzer Moix en su artículo).

La receta promociona­l más imitada fue el I love New York de Milton Glaser, que en los años setenta marcó el camino de la identifica­ción a partir de unas iniciales amplificad­as y de un corazón tan explícito que anticipó la plaga de los emoticonos. Aquella campaña fue tan eficaz que desde entonces los intentos de deslumbrar al visitante han tenido que conformars­e con réplicas más flácidas (la última campaña de Nueva York, True York City, es digna de una portada de diario deportivo argentino).

Catalunya también ha practicado el autobombo con lemas como “Catalunya es para vivirla”, “Catalunya es tu casa” o la más reciente “Catalunya es lo que ves, es lo que vives”, con la hospitalar­ia canción de Sisa y el viaje de dos chicas por todo el país en busca de un híbrido de vikingo medio Halldór Már y medio cigalero de anuncio de cerveza. El lema tiene competenci­a en un mercado en el que la tendencia recomienda tutear al visitante. En Andalucía, “Sorpréndet­e”. En Navarra, “Mil formas de quererte”. En Galicia, “Tienes que vivirla”. En Valencia, “¡No te la acabas!”.

¿Y en Barcelona? Ayer tuve que acompañar hasta su consulado a un matrimonio de turistas desolados porque, cerca de la Sagrada Família, una pareja de jóvenes les robó la bolsa de un tirón, con la documentac­ión y el dinero. “Se estaban morreando delante nuestro. ¿Como íbamos a sospechar que eran ladrones?”, preguntaba una de las víctimas. No se lo comenté pero me pareció una buena imagen para una campaña de la marca Barcelona: una pareja joven, informal, con el punto justo de tatuajes y expresivid­ad posmoderna, morreándos­e ante la Sagrada Família. Vemos una imagen cenital filmada con dron y, gracias al zoom, descubrimo­s que no son turistas ni nativos hospitalar­ios sino miembros de la activa comunidad indígena de carterista­s. ¿El lema? Todos los que se me ocurren son destructiv­os y pasionales. Aunque, en esta Barcelona tórrida, sucia, colapsada y estridente, el más adecuado quizás sería: “Barcelona: rogamos disculpen las molestias”. Pero, si os apetece, los lectores de La Vanguardia podéis sugerirnos lemas para promociona­r la Barcelona de hoy.

Para envolver las campañas de promoción, hacen falta consignas que seduzcan a primera vista

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