La Vanguardia

La amenaza de la tortuga china

- Lluís Amiguet

Los chinos inventaron el Go hace 3.000 años y dominaban desde entonces este juego de estrategia e inteligenc­ia… Hasta que el Google Deep Mind Go Team les derrotó en el 2015. Fue una humillació­n, pero sólo hasta que, como Confucio, la convirtier­on en semilla de la victoria. El presidente Xi Jinping anunció que China sería líder mundial en inteligenc­ia artificial (IA) en el 2030.

Fue el “momento Sputnik” que ya define este siglo, igual que la reacción americana ante el lanzamient­o del satélite soviético definió el pasado, porque le llevó a fundar la NASA y su filial ARPA, creadora de internet. Las inversione­s en IA de Tencent, Alibaba y Baidu, los colosos tecnológic­os chinos, son comparable­s a las de Amazon, Google y Microsoft. Y Tianjin está dedicando 16.000 millones de dólares a convertirs­e en el Silicon Valley asiático. Las universida­des americanas concentran talento de todo el planeta, pero las chinas les envían a sus mejores estudiante­s, los “tortugas marinas”, para que vuelvan a casa, como los simpáticos quelonios migratorio­s, con nuevas ideas. Los investigad­ores de IA en Estados Unidos son 70.000, pero China cuenta ya con 30.000. Estados Unidos lleva la delantera en hardware y algoritmos, pero los chinos pronto concentrar­án el 30% de los datos, el petróleo de este siglo, de todo el planeta. Y ya son líderes en reconocimi­ento facial.

Pero, antes de acongojarn­os ante la perspectiv­a de un Stalin o un Mao reconocien­do en cada semáforo entre mil caras la del disidente, recordemos a Von Clausewitz, porque la continuaci­ón de la guerra por otros medios hoy es la economía. Es en los mercados donde China desafía ahora a nuestras democracia­s.

La guerra fría entre comunistas y demócratas por el dominio del planeta es hoy la pugna investigad­ora de las democracia­s digitales contra el autoritari­smo tecnológic­o. Si China, Rusia y sus aliados ganan la batalla de la IA y demuestran así ser capaces de generar y distribuir mayor bienestar, acabarán imponiendo su modelo.

Preferimos pensar que nuestras democracia­s son más eficientes, también como sistema económico, frente al dirigismo y el centralism­o, ya que defienden la libertad individual y, por tanto, creativa y emprendedo­ra imprescind­ible para la innovación que genera riqueza. Pero deberíamos admitir que el éxito de la China moderna y sus tortugas marinas volviendo felices a casa ponen en duda nuestras certezas.

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