La Vanguardia

‘Mobbing’ de verano

- Margarita Puig

Unos conocidos tuvieron una gran alegría este verano cuando su hijo les comunicó que por fin había decidido buscar un primer empleo. Con dos licenciatu­ras, no sé cuántos idiomas y demasiado tiempo libre (pero insuficien­te para su incontrola­da devoción por Fortnite), nunca encontraba ni el momento ni el lugar para solicitar su primer empleo. Así que fue su padre quien tomó la iniciativa y, tras muchos nos y un solo sí, consiguió que el chaval se estrenara en el mundo laboral. Cubriendo la baja maternal de una eficaz secretaria en un despacho de abogados. Demasiada presión. No aguantó ni tres semanas. Las primeras de junio. Se estresó con tanta llamada. No podía soportar el ruido del aire acondicion­ado. No toleraba el olor de la comida recalentad­a en un microondas sobreexplo­tado por la jornada intensiva. Y al tercer lunes ya no pudo levantarse tan pronto. Las siete de la mañana son horas para irse a dormir, no para comenzar nada. Tuvieron que echarlo. Mejor así, se autocompla­cieron el chico y sus padres, el sueldo era una miseria...

Después de sus tres semanas nefastas, para él de puro mobbing, anduvo otras tantas vagueando por casa de día, ausentándo­se de noche y regresando de madrugada hasta que el padre le soltó aquello de que “esto no es una pensión”. Lo de “o trabajas o te buscas la vida en otra parte”. Esta vez fue la madre quien, temiendo que la criatura (¡de 27 años!) se fuera de casa, salió a la caza de un segundo empleo. Consiguió, tras una búsqueda desesperad­a, un puesto de camarero para su hijo licenciado.

Hasta aquí todo bien. El problema es que es en el restaurant­e donde hasta su llegada me servían puntualmen­te mi almuerzo a diario. Les voy a ser sincera. El chico sabrá idiomas, pero no puede llevar más de un plato al mismo tiempo. Se sentirá acosado laboralmen­te, pero intimida con su mirada de talento desaprovec­hado. No retiene dos comandas seguidas. No se acerca a la plancha porque acredita estrés térmico. No tiene idea de cómo poner un lavaplatos y aduce que no le interesa un pimiento. Tampoco retira los trastos que se acumulan en la barra..., dice que no es su trabajo. Sus compañeros están desarrolla­ndo una alucinante capacidad para hacer su labor y la propia y esquivarle al mismo tiempo. Y el chico se siente solo. Alega nuevamente mobbing. Cree que se aprovechan de él porque es el nuevo. Además, con esta ola de calor que no tolera él ni nadie, cree que ha llegado el momento de enviarlo todo a hacer puñetas.

Desesperan­te. Inaceptabl­e para quien lo ha contratado y para sus padres... Un pequeño drama no tan aislado, el de este licenciado sin suerte, que se repite aquí y ahí. En todos lados. Es verdad que quizá antes se aguantaba demasiado. Pero da la sensación de que muchos de los de esta generación que tenía que arrasar con su mera presencia, la de los impaciente­s millennial­s (que ya comienzan a ser mayorcitos), toleran poco. O nada.

Los de esa generación que llaman ‘millennial’ no se dan cuenta pero ya comienzan a ser mayorcitos...

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