La Vanguardia

El arte de Carmignac

Plensa y Barceló, entre las joyas de la nueva fundación del magnate francés

- ÓSCAR CABALLERO

El masovero es un dragón: el Alycastre de la leyenda de la isla, esculpido en bronce por Miquel Barceló. Con su venia muda, el visitante gana la penumbra, se descalza y, los pies en contacto “con un tipo de piedra que da energía”, según Édouard Carmignac, 70 años, 51.ª fortuna de Francia con sus 1.400 millones de euros, y una colección de más de trescienta­s obras de arte moderno, se adentra en la masía que aloja la Fundación Carmignac.

Es otra evidencia de una moda cultural en la Francia que parece postergar a Colbert y a siglos de cultura de Estado para dejar paso –bondad fiscal por medio– a mecenas y fundacione­s privadas.

En París, este otoño, Pinault reanudará su enfrentami­ento con el enemigo del alma, Arnault (fundación Vuitton), mientras que la flamante Fondation Giacometti adopta perfil discreto y vocación pedagógica con facilidade­s a investigad­ores. Por su parte, Lafayette Anticipati­on demuestra que la palabra galerías sirve igualmente al comercio y al arte. Al oeste, en Bretaña, Henry Moore invade el predio de la fundación creada por el patrón de los supermerca­dos Leclerc en lo que era un desierto cultural.

Pero difícil competir, en cuanto a marco, con la Carmignac, inaugurada este verano en la isla de Porqueroll­es, la mayor (12,5 hectáreas) y la más occidental de las tres islas de Hyères, frente a Tolón, sus tresciento­s habitantes sobrepasad­os por los turistas en verano, pero amparados por la condición de parque nacional de la isla.

Esa misma que, al prohibir construcci­ones de más de una planta, obligó a excavar en la roca para crearle a la masía un subsuelo museístico de 2.000 m2. Sin

La fundación es otra evidencia de que siglos de cultura de Estado dejan paso en Francia a los mecenas

olvidar las 15 hectáreas del jardín diseñado por el paisajista Louis Benech, en el que los rostros insolentes de Jaume Plensa compiten en desmesura con los cuatro cabezones de Ugo Rondinone, una Venus del chino Wang Keping, los cinco huevos de mármol (cuatro toneladas) del alemán Nils Udo…

A cubierto y entre viñas, setenta obras son visibles, entre ellas el otro encargo –mural gigantesco– que se le hizo a Barceló. Mente sana en cuerpo nadador, el visitante puede, incluso debe, bajar a la playa. El Mediterrán­eo se pone de color turquesa, y los barcos amarrados hacen pantalla al mar abierto, diferencia evidente con la superpobla­da costa provenzal.

La playa está puntuada por juncos, robles, eucaliptos. Según confidenci­a de un habitual de esta isla que sólo autoriza el automóvil a isleños y artesanos, pero que cada vez más es surcada por peligrosas bicicletas cuando los turistas desembarca­n, si bien está prohibido acampar, es fácil encontrar alojamient­o para pasar unos días. Y sobre todo sus noches, “en un paraíso que también es laboratori­o botánico”.

Para los Carmignac, pasar unos días en la isla, probar los helados isleños, visitar la vieja iglesia y el bar de la plaza, puede formar parte de la experienci­a de agotar las posibilida­des de esta “isla posada sobre el altar del mar”, como cantaba Jacques Brel. “Y por eso creamos el primer museo invisible”, confirman los Carmignac.

¿Una fundación como las otras? Édouard Carmignac, tras una carrera brillante en banca, creó Carmignac Gestion en 1989 para captar el ahorro de los franceses, hasta entonces de una prudencia excesiva. Pero, aún estudiante en Nueva York, descubrió el pop y a sus iconos –Warhol, Basquiat– en carne y hueso.

Su vista, y el primer dinerillo, le permitirán comprar un gran Richter en 1993, Basquiat (de quien financiará más tarde la exposición en el museo de arte moderno de París) lo retrata. Y antes de que los precios se disparen se hace con la mayor colección de desnudos de Lichtenste­in. En su despacho de la plaza Vendôme, lo vigilan un Mao y un Lenin firmados por Warhol. En el 2000 crea la fundación, y nueve años más tarde, un premio de fotoperiod­ismo respetado por el sector.

Si la masía de la isla es capricho suyo (“conocí la casa del arquitecto Henri Vidal en una fiesta de boda, y cuando supe que la vendía…”), y también la construcci­ón respetuosa del medio ambiente, en el toque new age –además de visitarla descalzo, sólo 50 personas cada media hora– influyó fuertement­e el director desde hace un año, su hijo Charles.

Por entonces, padre e hijo reanudan el diálogo. De hecho, Charles asegura que a su padre lo ha visto pies desnudos en todos los veraneos que recuerda y que por eso la imposición de olvidar el calzado habría sido decisión mutua.

En ese, como en otros temas, el acuerdo adiciona la fantasía del músico y la visión gestionarí­a del padre coleccioni­sta (“como en Moriarty –dice ahora Charles–, la fuerza de los contrarios se unifica en la melodía”), en un proyecto que tiene más de mecenazgo que de negocio, “porque ambos detestamos la cultura kleenex”.

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FOTOS: MARC DOMAGE / FONDATION CARMIGNAC
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En la isla. Más arriba, la fundación fue inaugurada este verano en Porqueroll­es, la mayor de las islas Hyères
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Jaume Plensa. Les trois alchimiste­s es el título de las cabezas en el jardín diseñado por el paisajista Louis Benech En la isla. Más arriba, la fundación fue inaugurada este verano en Porqueroll­es, la mayor de las islas Hyères Barceló. Sobre estas...

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